El proceso catalán hacia la decadencia

En Barcelona vuelve a ser habitual encontrarse a personas que por la noche revuelven entre los contenedores de basura en busca de un trozo de pan para distraer el hambre. Y no en lugares escondidos de la periferia. Esto ocurre en el corazón del acomodado barrio de Sant Gervasi.

Dicen los que saben que el 30% de los trabajadores barceloneses están en ERTE o en ERE, y que en los distritos más vulnerables, como es el caso de Ciutat Vella, el paro ha crecido un inquietante 70%. Y la culpa no es sólo de la pandemia. Si lo fuera, la economía catalana no se habría visto superada por primera vez en la historia por Madrid, y el drama es que en lugar de mirar hacia delante, tenemos que mirar de reojo a nuestra espalda, no sea que también nos adelante Valencia.

Catalunya ha tenido que afrontar la crisis de la Covid cuando apenas empezaba a recuperarse de los estragos generados por aquellas protestas de octubre de 2019 que tan alegremente potenciaba el mismo Govern. Las marchas contra la capital que colapsaron Barcelona, ​​algunas de ellas encabezadas por todo un presidente de la Generalitat, y las noches gloriosas de la batalla de Urquinaona, aquellas donde en lugar de sancionar a los gamberros que destrozaban la ciudad se abrían expedientes a los mozos que intentaban contenerlos, tuvieron un efecto dramático sobre la economía del que nadie ha hablado nunca, a pesar de que algunos sectores, como por ejemplo el inmobiliario, vieron detenida su actividad en seco durante meses .

Produce una profunda sensación de amargura saber que hoy Barcelona podría ser la sede del primer banco español, una posición privilegiada a partir de la cual intentar construir este sector financiero que siempre ha sido uno de los puntos débiles de Catalunya, pero la Caixa y el Banco de Sabadell huyeron ya hace tiempo de este sitio extravagante que se permitía el lujo de impulsar campañas destinadas a descapitalizarlos. Con ellos se fue el grupo Planeta. La cuarta multinacional del sector de la cultura del mundo, que se dice pronto, y a la que pertenece Edicions 62, la principal editorial de libros en catalán. Huyó ante la indiferencia de un departamento de Cultura obsesionado en negar la catalanidad de escritores como Marsé o Mendoza, mientras dedica buena parte de su presupuesto a alimentar el pozo sin fondo que es hoy en día TV3.

Así es, a base de ignorar pérdidas de este calibre, enorgulleciéndonos incluso del desastre, negando como niños pequeños toda realidad que no nos gusta, que Catalunya se ha situado, también por primera vez en la historia, por debajo de la media del PIB europeo. En los últimos 10 años, los mismos que lleva vivo el proceso, hemos pasado de ser uno de los motores de Europa a ser una de sus rémoras. Y la culpa no es de Madrid, ni de Bruselas, sino de nuestra propia estulticia, que nos lleva a votar elección tras elección a partidos con candidatos y propuestas delirantes.

Sabemos desde hace mucho tiempo que uno de los principales motores de nuestra industria, como es la automoción, afronta un futuro incierto debido a las políticas de descarbonización de la economía, sin que nadie se haya planteado seriamente estrategias para transformarla de manera que no se resienta el empleo. La marcha de la Nissan de Catalunya ha sido sólo un primer aviso de la urgencia de este empeño. Tampoco parece que se haga gran cosa para liderar el proceso que quiere impulsar la UE para hacer una transición ecológica en el continente, y las pocas ideas que se lanzan, como la NASA catalana, con la consiguiente reinvención de este campo baldío que es hoy el aeropuerto de Alguaire para crear un parque empresarial en torno a la industria aeronáutica, generan un escepticismo generalizado, y no por malas, sino por el descrédito interior y exterior del Govern que las promueve.

El proceso no nos ha conducido hacia la independencia, sino hacia la decadencia. Contemplamos como ante la emergencia que vivimos, Catalunya sigue enfrascada en debates estériles sobre el supuesto poso totalitario de España y de unos presos que salen diariamente por la tele a mentirnos diciendo que están encerrados por sus ideas, cuando lo están por sus actos.

Catalunya recuerda cada vez más aquella Constantinopla que discutía apasionadamente sobre el sexo de los ángeles mientras los otomanos asediaban sus murallas. Y, mientras tanto, el tiempo pasa. Hemos tirado diez años a la basura, y la pregunta sin respuesta es si nos podemos permitir perder uno solo más.

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