«Nos falta creer en nosotras»

Entrevista a Ana Caño Delgado (Científica del CSIC)
Ana Caño Delgado
Ana Caño Delgado

¿Los hombres de ciencias tienen más privilegios que las mujeres?

¿Privilegios? A priori, no. Tenemos las mismas capacidades. Sí que es cierto que ellos tienen más visibilidad y más referentes masculinos. En nuestro país, en las escaleras iniciales, el número de hombres y mujeres en las universidades de Biología o de Ciencias es similar. Cuando llega el momento de hacer la tesis, también estamos al 50%. A la etapa del postdoctorado, seguimos rondando el 50%. Cuando logramos los primeros lugares de investigadoras líderes júnior, la cifra ya es de 60-40 a favor de los hombres. Pero, en las escaleras más altas, como a la hora de ser profesoras de investigación, nuestra presencia ronda el 30%. A pesar de que se ha subido en presencia, el adelanto no es suficiente teniendo en cuenta todas las oportunidades que se nos tendrían que estar dando.

Hay menos confianza en la mujer científica. Todo es más competitivo para la mujer. Hay estudios que demuestran que si envías un proyecto a evaluar, una mujer tiene menos oportunidades de tener éxito en la evaluación del proyecto que un hombre. Y esto también pasa en las revistas de alto impacto. Otro estudio que se ha publicado recientemente indica que las revistas científicas de élite han publicado este último año un 27% menos de artículos donde los científicos líderes son mujeres, porque las mujeres contribuyen menos a elevar el impacto de los artículos. Y esto se debe a la falta de confianza de nuestros compañeros investigadores hacia nosotros, porque no nos citan y nos ven como competidoras. Por lo tanto, hay muchos frentes abiertos. El mundo está diseñado por un sistema muy masculino.

¿A que atribuyes la desigualdad existente?

Hay motivos como la carencia de tradición o la carencia de visibilidad y de oportunidades. El sistema laboral está pensado por y para los hombres. Se ve claro con la maternidad. Si una investigadora quiere ser madre entre los 30 y los 40 años, es justo el periodo en que te estableces como investigador independiente. Y muchas investigadoras deciden no tener hijos para no perder oportunidades. Otras, pero, no quieren ser tan competitivas y buscan calidad de vida durante la crianza de sus niños, cosa que afecta su ascenso profesional.

En tu caso, no has renunciado a la maternidad y has llegado a las posiciones más altas de la investigación, formando parte del selectivo grupo del EMBO. ¿Cómo lo has hecho?

En mi caso, mi pareja es mujer y, dado su trabajo, siempre hay alguien en casa cuando yo viajo. Tengo que admitir que inconscientemente he sido supermasculina en mi estrategia profesional. No lo digo con orgullo. He sido muy competitiva, y he priorizado mi trabajo por encima de la vida personal. Y me he tenido que adaptar al modelo existente. Aparte, me formé fuera de España, en Inglaterra y en los Estados Unidos, y esto me ha dado ventaja. Normalmente, en España, te estableces como investigadora independiente casi a los 40, y yo con 31 ya lo había conseguido. Con 37 años estaba al frente de un grupo de investigación, liderando proyectos y publicando artículos de prestigio. Y esto habitualmente te llega más tarde y es cuando la mujer quiere tener hijos.

Eres una mujer comprometida con la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. ¿Cómo contribuyes a dar más visibilidad a la mujer científica?

Estoy muy motivada y hay diferentes ámbitos de trabajo. En las escuelas, podemos incidir mucho en las más jóvenes dando confianza a las chicas para que sean lo que quieran: astronautas, jardineras o lo que deseen. También son importantes las charlas divulgativas en los institutos. Con la gente mayor también se tiene que trabajar, porque hay que incidir en todos los niveles.

Dentro de mi grupo de investigación, la mitad son mujeres investigadoras e intento reforzarlas ya sea en liderazgo, en autoestima o en networking. Nos falta creer en nosotros. Me encuentro que compañeros investigadores vienen a decirte que han sacado un gran resultado en algún proyecto, mientras que ellas vienen con otra actitud, y comentan que el resultado obtenido ha sido óptimo pero que lo podemos mejorar. De forma mayoritaria, es un espíritu más perfeccionista y con la autoestima más baja. De cara al 2020, tengo un tema estrella que me apasiona. Ya hace cinco años que estoy trabajando en esta idea. Con otras compañeras de diferentes países hemos visto que hay pocas mujeres haciendo charlas y presentando proyectos en congresos, a pesar de que la Unión Europea condiciona la financiación a la presencia de mujeres. Tenemos la necesidad de hacer piña y comentar como nos sentimos, ya esté en Hungría, Japón, Corea, Suráfrica o España. No es sólo por cuestiones de financiación, sino relacionadas con la confianza y la capacidad de escalar sin la necesidad de ir diciendo todo el rato que eres buenísima.

Por lo tanto, he asumido el reto de organizar la primera conferencia internacional para científicas de plantas y cuento con un equipo internacional porque vendrán investigadoras de primer nivel del Japón, los Estados Unidos, Bélgica, Inglaterra, Alemania…, de todo el mundo. El acontecimiento va a cargo de la Sociedad Catalana de Biología, que colabora en la financiación y las instalaciones, y se hará entre el 2 y 4 de diciembre en la sede del Instituto de Estudios Catalanes. El 100% de las ponentes, alrededor de 30, serán mujeres científicas y la conferencia está abierta a todo el mundo quien quiera registrarse. El leitmotiv es la calidad científica. Quiero cumplir tres objetivos con esta conferencia. El primero es dar más visibilidad a las científicas de plantas; el segundo es mostrar la capacidad de liderazgo que tenemos a nivel mundial, y el tercero es favorecer el networking. A pesar de que la conferencia está organizada por investigadoras sénior, queremos apostar por las emergentes. Queremos servir de mentoring, de coaching y crear una red fuerte. Algunos compañeros me han dicho si esto no es discriminatorio. Pues no. Ni discriminación, ni venganza. Es una oportunidad para dar más visibilidad a sus compañeras de profesión, y nos tendrían que apoyar al ver el fuerte potencial existente.

España ha declarado la emergencia climática. ¿Qué aportan tus investigaciones a la lucha contra el cambio climático?

El 70% del agua dulce se consume en la agricultura. Si somos capaces de reducir el consumo de agua dulce para la agricultura, obtendremos un fuerte impacto social y económico. En mi laboratorio, utilizamos la ingeniería genética para modificar los genes de las plantas y darles más capacidad de adaptación. Desde el año 2013 estábamos centrados en la sequía, pero ahora ya nos centramos en el cambio climático. Estamos trabajando con el sistema hormonal de la planta para hacerla más sensible al cambio y que continúe creciendo aunque tenga menos agua, más calor o alteraciones en el CO2.

Trabajamos con un modelo genético de planta, como si fuera un ratón de laboratorio, que se llama Arabidopsis. Dentro del estudio del Consejo Europeo de Investigación (ERC), estamos trasladando los resultados de 20 años de investigaciones a un cereal real. En concreto, hemos elegido un cereal que no existe en Europa pero sí en la India y la zona subsahariana porque tiene una elevada resistencia a la sequía y al estrés del clima. Se trata del sorgo, que se utiliza para la alimentación animal. Lo hemos cogido como modelo porque tiene muchos años de evolución y lo queremos mejorar. Si conseguimos producir este cereal en Europa, podemos reducir nuestra dependencia exterior, puesto que ahora se compra en Latinoamérica y esto deja una fuerte huella ecológica. Tendríamos que proveer nuestro ganado con este cereal, y esto nos motiva.

¿Cuál sería el cliente potencial de vuestra investigación?

Nosotros trabajamos para la sociedad y nuestra investigación genera conocimiento. Analizamos modelos de reacción para mejorar la planta. Aún así, las empresas de semillas serían las más interesadas en este cereal. Para nosotros, la investigación que lidero es una aportación valiosa a mejorar la agricultura europea y contribuir a reducir la importación de piensos del otro lado del planeta.

Hace falta una apuesta importante en la investigación para tener el máximo posible de conocimiento. ¿Crees que todavía tenemos tiempo para adaptarnos al cambio climático?

Sí. Soy positiva, a pesar de que hace falta una inversión gigante en investigación porque el cambio climático es muy dinámico. Hoy, pero, nuestra manera de vivir, de actuar o de comer ya está cambiando. Un ejemplo es la bajada en el consumo de carne, y no es sólo por salud, sino también por conciencia medioambiental. Hacen falta 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne, y sólo 1.500 litros por un kilo de cereal. Ya estamos viviendo el cambio en nuestra manera de vivir y de comer.

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