El camarote del proceso

El proceso me recuerda la mítica escena de la película «Una noche en la ópera» de los irrepetibles hermanos Marx, donde el mini camarote del barco donde viajan se va llenando de personal variado hasta reventar. La de la independencia es un camarote, inicialmente ocupada por Esquerra, donde con el paso de los años se ha ido acoplando gente de procedencia diversa. Al principio el camarote era espacioso, pero ahora parece el de los hermanos Marx y/o el mercado de Calaf.

Si cuando el camarote era ancho y bailable, a Esquerra ya había disparidad de criterios (Carod versus Puigcercós), imagínense qué no puede pasar ahora cuando los que conviven proceden de familias tan dispares. La estrechez de los espacios siempre ha conducido al levantamiento de los codos…

Una Convergencia a la deriva, empantanada por el 3%, decidió un buen día subirse al carro independentista de la mano de Artur Mas. Si bien es cierto que una parte más o menos joven ya comulgaba con las tesis independentistas –Puigdemont, entre otros-, no es menos cierto que la mayoría se mostraba contraria i contrariada. Así, la reconversión montserratina convergente fue espectacular, directamente proporcional, intuyo, a la desesperación del náufrago. Huelga decir que, en aquella colada, Convergencia perdió muchas sábanas; entre ellas, buena parte de Unió, no toda; también unos cuantos de los suyos.

Para hacerse perdonar, la nueva Convergencia independentista se pasó a llamar PDeCat, y en su interior ha visto nacer una nueva criatura: Junts per Catalunya, de Puigdemont. Alrededor de todo ello, como ocurre también en Esquerra, gravitan satélites más pequeños, provenientes de la fragmentación política que ha provocado el proceso catalán.

En el año 2012 entra en la escena política catalana otro partido independentista, la CUP. No son nuevos, pero hasta entonces limitaban sus aspiraciones al ámbito municipal, con la única excepción de un frustrado intento europeo. El mango de la sartén del proceso lleva el nombre de los radicales de la izquierda, que en poco tiempo se han convertido en los maquinistas.

Entonces, si a Carod le costaba entenderse con Puigcercós y viceversa, no nos debe sorprender que el camarote del independentismo pueda ser ahora, con Esquerra, lo que queda de Convergencia –el envejecido prematuramente PDeCat-, el exitoso invento de Puigdemont Junts per Catalunya, la Unió independentista ahora reubicada a Esquerra, o la disidencia republicana -el Reagrupament de Carretero– ahora asociada al PDeCat, o los socialistas independentistas que, como las ‘meigas’, ‘haberlas haylas’, y los anticapitalistas de la CUP, una olla de grillos.

Para terminar el cuadro, en «Una noche en la ópera» aparece una frase que también ha hecho fortuna y que, de manera concisa, retrata con bastante acierto la amalgama y el caos que el proceso ha exhibido en exceso: «La parte contratante de la primera parte…».

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