El de Xavi ya es, definitivamente, el Barça de las lamentaciones, el más llorón, protestón y victimista que se recuerda al final de una temporada, la tercera completa del segundo mandato de Joan Laporta, que, ya es inevitable, acabará en blanco, como la primera, después de un esfuerzo financiero de 1.000 millones en palancas que ha arruinado las reservas del club por culpa de la compulsión -casi una obsesión- de Joan Laporta de alimentar los insaciables intereses de ese coro de agentes/amiguetes de su círculo de confianza que dominan la gestión y la dirección del primer equipo. Con las comisiones que se han llevado Pini Zahavi y Jorge Mendes principalmente en apenas tres años podrían financiarse cinco años de la Masía, la indestructible y talentosa cantera barcelonista que, después de todo, ha aportado al primer equipo otra extraordinaria generación de futbolistas como Lamine Yamal, Curbasí, Fermín y Gabi, que, junto con Araujo y Pedri, conforman la nueva columna vertebral de un equipo al que se le concede, en el futuro, razonables posibilidades de volver a competir por los grandes títulos como en la década gloriosa en torno a la figura de Leo Messi. Esa hornada que ilumina un joven tan precoz como extraordinario, Lamine Yamal, procede íntegramente del trabajo del fútbol base realizado bajo el mandato de la anterior directiva de Josep Maria Bartomeu, cuyo equipo responsable fue despedido en una de las primeras decisiones de Laporta tras llegar a la presidencia el 17 de marzo de 2021. No puede decirse lo mismo, ni mucho menos, del rendimiento de la veintena de jugadores en los que se han ido esos 1.000 millones tirados al río.
La huella de la destrucción y de la improvisación, al margen de esa sensación de club saqueado y del valor indiscutible de los nuevos cracks de la cantera -que, por cierto, no han estado en el guion de Laporta hasta que las circunstancias, desesperadas, y la dimisión de Xavi hace apenas dos meses les han abierto definitivamente las puertas-, ya son la principal seña identitaria del laportismo que ahora se enfrenta a su último desafió mediático, la construcción de un relato que invite a celebrar con el mismo entusiasmo, satisfacción y esperanza otra temporada en blanco. Había de ser el año de la confirmación y asentamiento del proyecto de Xavi tras ganar la Liga 2022-23. Especialmente, el gran año de los futbolistas aportados por el talonario de Laporta y de los grandes refuerzos que venían a apuntalarlo, como Íñigo Martínez, Gundogan, Joao Félix, Joao Cancelo y Oriol Romeu. El momento de regresar de verdad a la primera línea competitiva.
El aparato de control periodístico y de la Gestapo laportista en las redes, Twitch y YouTube, los nuevos canales de penetración, ya está en ello, preparando una rúa virtual de aquí a junio que mantenga el estado de ánimo y de opinión pública barcelonista en un estado casi de euforia de cara al futuro, que, sobre todo, evite la crítica, el debate y la razonable puesta en cuestión de la capacidad de Joan Laporta y de su núcleo para dirigir esta desafinada orquesta. De hecho, si se analiza el contenido de los mensajes de la previa por parte de los influencers del entorno laportista, el terreno se ha ido preparando desde hace días, en buena parte gracias a la gran distracción, por aberrante que sea, de la espantada de Xavi en el momento más crítico y complicado de la temporada, más o menos el mismo tipo de acto cobardica e impresentable protagonizado en la segunda parte frente al PSG en Montjuic cuando más necesitaba el equipo un entrenador lúcido, frío y motivador.
Con los socios dispersos y mudos, apenas unos cuantos esparcidos por Montjuic, sin voz ni voto en cualquier ámbito de la vida del club, a Laporta no lo costará demasiado salir indemne de este fracaso histórico a base de someter a la afición a otro de esos lavados de imagen y de una eficiente y meticulosa preparación anímica y psicológica para encajar, y hasta celebrar con orgullo y fe ciega, ese único título de la temporada, el de la generación Lamine Yamal bajo el titular esperanzador de que el Barça tiene un gran futuro, eso sí, escondiendo el rendimiento global de los fichajes de Laporta y, por el contrario, simulando que también le corresponde la paternidad de esta nueva ola de la Masía, incluidos Araujo y Pedri, lo mismo que hizo con Ansu Fati antes de cargárselo.
La otra realidad, sin embargo, documenta que Laporta está exprimiendo, porque no tiene otro remedio, la herencia de Bartomeu como el único argumento ilusionante que le queda. Ese es hoy el punto de apoyo, frágil, sobre el que soportar dos meses de agonía, intentando desviar la atención sobre los arbitrajes y las persecuciones arbitrales -Xavi se basta para eso- y levantarse de cara al curso 2024-25.
Igualmente, más allá de la derrota en el Bernabéu, el equipo no había hecho los deberes a lo largo de una Liga que, como todas, no se gana ni se pierde en los mano a mano de los clásicos, sino frente al resto de los rivales. Al Barça de Xavi, además, lo han vapuleado en la Supercopa, la Copa y la Champions en cuanto se ha medido con un rival de cierto nivel.
Y está claro que el fichaje invernal de Vítor Roque, que costará 60 millones, no ha servido de nada, solo para ilustrar el paradigma de la gestión de Laporta, tan adicto a los fichajes millonarios en comisiones que en ese momento clave de la temporada eligió gastar, tirar el dinero que el club no tiene, antes de darle la oportunidad a otro jugador de la cantera.
Puede que con la Masía el Barça tenga futuro, eso está demostrado. Otra cosa es que lo pueda tener con Laporta como presidente, que ahora necesita vender a más de uno de estos cracks para seguir fichando jugadores como Cancelo o Vítor Roque.
