Un lazo contra la precariedad

El lazo amarillo que llevan muchas personas en sus jerseys y abrigos muestra que están contra el encarcelamiento de Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Símbolos similares, pero de otros colores, identifican la lucha feminista, contra el sida o el recorte de las pensiones de jubilación. El color negro empieza a asociarse con la denuncia de los abusos sexuales a las mujeres.

Quizás sería una buena idea elegir un color que simbolice la lucha contra la precariedad laboral, que implica, al mismo tiempo, una vida precaria, marcada por la angustia, la incertidumbre, la frustración.

El pasado sábado se organizaron manifestaciones contra esta precariedad en una treintena de ciudades españolas, coincidiendo con el sexto aniversario de la aprobación de la reforma laboral elaborada por el PP. En Barcelona, la concentración se realizó ante la sede de la patronal del Fomento del Trabajo, aunque también habría sido adecuado celebrarla ante la delegación del gobierno español. Especialmente, después de que el presidente de este gobierno, Mariano Rajoy, recomendara a los ciudadanos que se hagan planes de pensiones para tener un mínimo de seguridad económica cuando se jubilen. Rajoy aprueba una ley que hace imposible que los trabajadores ahorren porque facilita que los salarios sean bajos y les propone que se hagan planes privados de pensiones con los ahorros que no pueden acumular.

Las manifestaciones y la rabia contra el gobierno son justificadas. Trabajadoras de hotel, mensajeros, enfermeros, afectados por las hipotecas o los alquileres elevados, colectivos de todo tipo participaron en una concentración en la que muchos de los periodistas que informaban se podían pasar directamente al bando de los manifestantes.

La precariedad está en todas partes. Y no sólo en Cataluña y España. Es la norma que pretende imponer el sistema económico vigente. Mientras muchos economistas y políticos demagogos señalan el dedo del crecimiento del Producto Interior Bruto o de la disminución del paro tenemos que fijarnos en el bosque de la precariedad.

«Los puestos de trabajo fijos de por vida han pasado a la historia», sentencian algunos. Quizás sí. Pero este hecho no debería comportar que la vida de las personas se convierta en una lucha permanente por tener garantizados los derechos fundamentales. Necesitamos sociedades donde se garanticen estos derechos. Todos. Desde la alimentación a la educación, pasando por la salud o la vivienda. Ninguno de estos derechos no debe depender de si se tiene o no un trabajo fijo y bien retribuido.

A esto le llamábamos sociedad del bienestar. Digámosle como queramos a la nueva sociedad que tenemos que construir, pero la sociedad del malestar tenemos que enterrarla lo antes posible. Y hay que gritarlo a los cuatro vientos. Con unos lazos o símbolos del color que sea para poner colorados a quienes pretenden que no hay alternativa a la sociedad de la precariedad.

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