Maldito ecuador

Siempre que se acerca el ecuador de una legislatura todo el mundo se apresura a hacer balance. La lista de cosas prometidas que no se han hecho da para hacer una enciclopedia, pero a mí lo que me sigue sorprendiendo es que todavía queden electores que se creen lo que dicen los programas electorales y se sienten terriblemente dolidos al ver que los compromisos de los partidos se los lleva el viento. El gobierno de la hAda Colau se acerca a la fecha maldita. Yo, de momento, guardaré silencio a pesar de que todavía tengo el sapo de su pacto con el PSC atravesado en la garganta y me centraré en un hecho que me ha afectado mucho y que tiene que ver con el puñetero paso del ecuador en Barcelona: Josep Garganté se va.

Uno de los personajes que más salsa ha puesto en el tieso engranaje municipal dejará el acta de regidor a finales de este mes siguiendo el acuerdo de los cupaires de limitar los mandatos a dos años para que no se queden pegados a la poltrona como otros. Yo me lo he pasado muy bien siguiendo las comisiones y los plenos gracias a sus salidas implacables y a sus elaborados argumentos que deja en el suelo una vez expuestos; y le echaré de menos. Así que espero que el recambio del estudiante de relaciones laborales de la UOC esté a su altura y siga tocando las narices sin piedad al gobierno para que éste no caiga en la tentación de pensar que lo está haciendo muy bien.

Josep Garganté es una persona polémica, viene de la lucha sindical y el día que aterrizó en el consistorio más de uno se cagó encima. Yo no entendía que algunos dijesen que su presencia, con todos los tatuajes y esa pinta de macarra tipo Marlon Brando que a mí tanto me pone, fuera un peligro para el oasis barcelonés que se mueve en coche oficial y va siempre con corbata. A mí me indignan más las formas del neofascista Alberto Fernández Díaz, que lleva mil años en el Ayuntamiento y nadie le ha dicho que su presencia nos avergüenza a muchas. O las de los convergentes, tan prepotentes y tan sospechosamente 3%. Todos bien repeinados y sin tatuajes, por cierto.

También se ha de reconocer que estos dos años como concejal han limado un poco las aristas a Garganté. Ahora alterna la camiseta reivindicativa con la camisa y supongo que los saludables menús de la cocina de la pandilla del restaurante Cervantes también deben de haber tenido alguna cosa que ver a la hora de tranquilizar el tránsito intestinal del cupaire más temido de todos los tiempos. Con él también he coincidido en alguna acción vecinal de urgencia en el Barrio Gótico contra los matones de Desokupa y en la distancia corta no me parece tan temible como nos quiere hacer creer.

Con la marcha de Josep Garganté de la primera línea política tendré que centrar mis esperanzas en el líder republicano. El reputado escritor y experto africanista volvió de hacer de diputado en el Congreso bastante perjudicado por razones obvias, así que entiendo perfectamente que necesite un plus de readaptación. Como ya he explicado alguna vez, coincidimos a menudo a primera hora de la mañana en la calle Escudillers de camino hacia el trabajo y casi ni nos miramos de lo dormidos que vamos los dos. A Bosch le puedo perdonar que me mire de reojo y no me salude, pero no le perdono que su discurso político contra el gobierno Colau tenga a veces tan poca substancia intelectual.

Sus críticas al bipartito por las obras del túnel de Glorias me han descolocado. Puedo entender el escozor que provoca que te planten por un supuesto socialista que se gasta el dinero público en contratar a Risto Mejide para que haga campañas publicitarias que no van a ningún sitio. Sin embargo, todavía no sé qué alternativa da ERC a esta chapuza y como vecina próxima a la zona cero –igual que los republicanos barceloneses- estoy hasta los ovarios de tanto ruido y tanta incompetencia. Tampoco ayuda decir que la paralización de la obra destruirá el comercio de proximidad porque demuestra que ha pisado poco el territorio.

Señor Bosch: el pequeño comercio desapareció cuando se construyó el centro comercial Glorias que ahora se está remodelando para hacerlo todavía más grande. Y el reloj electoral vuela.

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