No hay espacio para todo

Hay una consigna que parece haberse establecido como un mantra: Hay espacio para todo. Tiene otras versiones: Si no te gusta, no vayas; siempre puedes escoger; pues apaga la tele; que cada uno escoja; etc. Este mantra lo oigo cada vez que me quejo de que un producto cultural mainstream, sin calidad y precocinado para el gran consumo ocupa un espacio excesivo en la ciudad, ya sea en un museo, una televisión, un teatro público, una radio, un festival, etc. Nos invaden tertulianos demagogos y insultantemente ignorantes, remakes baratos de obras que ya eran malas en origen, exposiciones comerciales sobre empresas comerciales, grupos hechos a golpe de casting y de marketing, el puñetero deporte rey, culebrones insulsos y retrógrados.

Y no, no hay espacio para todo. Cada vez que un evento que ofende la inteligencia se hace pasar por cultura o por entretenimiento de calidad, o por programa de opinión, ocupa un espacio mediático o de exhibición. Nos perdemos una opinión interesante, una reseña de un libro luminoso, una crónica de una película arriesgada pero sugerente, un concierto vibrante. Las páginas y los espacios televisivos dedicados a la cultura son tan escasos que si gana el Barça por goleada o viene a cantar la última reina de las listas de ventas, el resto desaparece. Si un Museo programa una expo previsible y prescindible otra propuesta se queda sin espacio ni presupuesto. Cada vez que una comedia casposa, un monologuista tronado o un musical refrito, ocupa la cartelera, una compañía se queda sin estrenar, un coreógrafo se queda sin espectáculo o un texto innovador deja de ser traducido y adaptado.

La segunda respuesta que oigo es: «si se hace es porque a alguien le gusta». Es cierto, pero esta respuesta oculta las campañas de marketing, las complicidades de los media y la compra de favores que acompaña a los «éxitos de taquilla». Ofrecer según qué productos manufacturados hechos a la medida del share no da garantías de éxito pero aumenta en mucho las probabilidades. Está claro que el fútbol tiene público y cuanto más espacio de difusión le damos, más público tendrá. Está claro que la Rihanna del momento vende muchas entradas y que cuantas más veces se pongan sus canciones por la radio, más venderá. Claro que si haces una exposición sobre Pixar tendrás colas y cuanto más espacio en los telediarios le dediques, más largas serán. Está claro que un musical basado en una peli de Hollywood prorrogará y cuanto más hagas creer a la gente que esto es cultura, más triunfará. Es obvio que si un tertuliano dice lo que la gente quiere oír, sin rigor y faltando a la verdad, tendrá audiencia, pero la decisión de darle un espacio en tu medio no es neutra, te posiciona claramente.

No hay espacio para todo y debemos luchar cada palmo para recuperar los medios, los espacios de exhibición, los auditorios y teatros. Se trata de preservar la diversidad y eso significa dar espacio, presupuestos y visibilidad a aquellas expresiones menos obvias, más arriesgadas, menos comerciales, más innovadoras, menos fáciles, más rompedoras. La cantidad no asegura la calidad y la televisión es un ejemplo. Más canales no han supuesto más riqueza de contenidos sino la clonación de los mismos formatos, modelos, opiniones y propuestas. Los espacios son escasos, la lucha es desigual y la pérdida de espacios de calidad es alarmante.

Si esto es lamentable en todos los ámbitos, cuando hablamos de espacios públicos debería ser motivo rebelión y protesta beligerante. No podemos permitirnos perder una columna de opinión, un escenario, unos minutos en prime time, una cartelera, una inversión en producción, un espacio de exhibición, para que la cultura, entendida como expresión que ayuda a entender el mundo y a crecer emocional y culturalmente, está a punto de desaparecer. Ya que la marginalidad tiene una áurea de autores malditos que nos gusta pero menos visibilidad significa menos personas que podrán disfrutar de la cultura y que deberán conformarse con el entretenimiento pensado para mentalidades de entre 12 y 19 años. No lo digo yo, lo dicen los estudios de las majors americanas sobre hacer cine. Los espacios públicos son de todos y los tenemos que defender porque la presión de la estulticia y el fast food mental les están destruyendo.

No es elitismo, ni esnobismo. No busco la rareza ni la complejidad gratuita. Es un análisis llano de un panorama desolador, no para intelectuales sino para cualquiera que no se conforme con creer que el entretenimiento banal y casposo es la única cultura posible. ¿De verdad creemos que el público, nosotros, elige libremente? Con la de gente, ingenio, medios, dinero, estudios e intereses que trabajan incansablemente para que consumimos lo que ellos quieren y nosotros diciendo que es tan sencillo como cambiar de canal. Estamos en lucha y la estamos perdiendo. Y nos va la cultura, no es broma.

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