Llueve sobre mojado

Si el rocambolesco espectáculo de la transición a la presidencia de los Estados Unidos de América se produjera en cualquier otro lugar del mundo sería, sin duda, motivo de gran escándalo, preocupación o mofa. Pero como es cosa imperial se tiende a juzgarla, como los desvaríos de los príncipes, de manera más bien comprensiva. En cualquier caso, Chove sobre mollado, que dirían Os Resentidos.

Richard Nixon, que en la Caza de Brujas llegó a descubrir en un campo de coles un microfilm con información secreta con destino al KGB, practicó la «teoría del loco» (hacerse el loco para despistar al enemigo) que, al parecer, llegó a funcionar con Moscú. Propuso a los chinos repartirse el mundo y acabó, como es de dominio público, en «mentiroso oficial». No le quedó a la zaga, en lo que a cantamañanas se refiere, Ronald Reagan, que consagró el estilo Hollywood entre los aspirantes a la Casa Blanca, apoyó entusiásticamente al extremista Barry Goldwater (cuyos gestos parece imitar ahora Donald Trump), y declaró a la URSS el «Imperio del Mal», entre otras lindezas. ¿Y qué decir del pucherazo electoral de George H. W. Bush? ¿O de la sonrisa profidén de Bill Clinton, mientras desregulaba alegremente los mercados?

Cuando la cosa se reproduce se convierte, claro, en tendencia. Y en este sentido, no parece caber duda que en la política norteamericana viene instalándose desde hace tiempo un estilo propio de regímenes más bien autoritarios, trufados, eso sí, de un aire décontracté que puede convertirse en odioso. Y, por añadidura, la deriva, como suele ocurrir, va a peor. ¿Será que el fenómeno es algo inherente a la idiosincrasia de los estadounidenses, en general, como a veces se dice? ¿Podría estar sucediendo que la política se está despojando de su viejo hábito de hipocresía y se nos presenta cada vez más descarnada, como la vida misma? ¿Responde todo esto a la post-verdad en boga?

Parece, en efecto, que Donald Trump es un producto genuinamente americano y que cosas como las que están ocurriendo estas semanas de la transición solo son posibles en EE.UU. En tal sentido, cabría preguntarse qué está ocurriendo en el país para que esto suceda. Johan Galtung, el autor de La caída del imperio americano, ya predijo en el año 2009 que los Estados Unidos de América reclamarían un «líder fuerte», sufrirían un brote de fascismo, exacerbarían su excepcionalidad en el mundo y entrarían en una fase de decadencia.

En cualquier caso, el asunto no parece ser exclusivo de los EE.UU. si, por ejemplo, observamos peripecias como la del ex-cantante de cruceros y ex-primer ministro de la República de Italia, Silvio Berlusconi, que consideraba comunistas a todos los jueces. ¿No será que el fenómeno Trump, con toda su excepcionalidad, transciende de los EE.UU.? ¿No puede estar sucediendo que el mal es más universal de lo que aparenta? ¿No podría ocurrir que Trump, además de muchas otras cosas, es sobre todo una expresión de decadencia del orden de cosas imperante a escala global? ¿No estaremos asistiendo a un fin d’époque del viejo capitalismo?

Si no fuera porque, sin ir más lejos, estamos rodeados de arsenales nucleares capaces de destruir varias veces toda vida sobre la tierra y cosas por el estilo, el espectáculo de la transición americana a la presidencia, como cualquier comedia de éxito, no podría menos que desencadenar una carcajada universal de las que hacen época. Observen las caras de los correligionarios de Trump (que ya no parecen serlo tanto), la boca abierta de los idólatras del liberalismo americano, las expresiones de los mártires a los que tanto duele España…, ante acontecimientos tan delirantes como la desobediencia del líder a su propio partido, las carantoñas a Rusia y las amenazas a China o a México, el encaracolamiento productivo y, desde luego, el rififí de los espías, con un tufo a naftalina que echa para atrás.

En este travestido escenario en que nada de lo que parecía ser sigue siéndolo (capaz, cómo no, de desencadenar los más agudos dolores de cabeza a gente como el presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy), donde todo parece ser susceptible de ser pasado por el arco del triunfo, sin más preámbulos ¿no será que, en fin, nos encontramos definitivamente instalados en la post-verdad, que también podría ser la post-mentira? Aunque tampoco se puede descartar que estemos adentrándonos en la época post-morro, y nosotros sin enterarnos.

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