Nuevos vecinos

Empezó siendo un misterio. En los bajos de casa, justo en el local donde antes se vendían sin mucho éxito artículos de dentistas destinados a torturar a clientes con dolor de muelas, estaban haciendo obras. Por un momento, los vecinos más afectados nos preocupamos y no sólo por el polvo constante y el ruido durante semanas, tanto de martillos picando como de la radio a todo volumen. El temor principal era que, tal como están las cosas en el barrio, los únicos negocios que consiguen sobrevivir son los masajes con final feliz de chinas con uñas muy largas y falda muy corta. Tres meses después el misterio se ha desvelado y no hemos de sufrir más. Debajo de casa tendremos la sede de los republicanos barceloneses y la previsión es que abran a final de mes.

La noticia ha corrido como la pólvora. El vicepresidente de la escalera, supongo que independentista de pies a cabeza, está entusiasmado porque junto con el casal cupaire La Cruïlla –ahora en obras- complementarán la oferta soberanista del barrio y darán más pedigrí. Que hayan molestado al resto con ruido y suciedad incluso los fines de semana es pecata minuta para él y entiendo que haya respondido a las quejas con el entusiasmo del convencido que la patria lo justifica todo. Yo, directamente afectada por los estragos de la reforma, he optado por quejarme al responsable y estoy muy satisfecha con la respuesta: para compensarme por las molestias me invitarán a la inauguración de la sede y me permitirán saludar a Oriol Junqueras. Desde entonces no puedo dormir de los nervios.

Me provoca una gran emoción imaginar encontrarme en un futuro próximo a Alfred Bosch cuando baje a tirar la basura. La distinción que la sede de ERC dará a la finca es indiscutible y si encima puedo escuchar desde el patio de luces los chistes de Bosch que nadie entiende menos yo mientras cocino, todavía será mejor. Lo que no acabo de tener claro es si nuestros nuevos vecinos republicanos, representantes de la Barcelona del no desde que Ada Colau prefirió festejar con los socialistas, se han dado cuenta de que compartirán pared maestra con un putiferio chino bajo la apariencia de salón de belleza. Espero que ahora que disfrutan de solvencia económica, hayan optado por insonorizar la sede y comprar un cartel bien vistoso para que la militancia no se equivoque de puerta.

Acostumbro a encontrarme al líder republicano barcelonés por la mañana. Nos cruzamos a menudo a la altura de la calle Escudellers y no tenemos ni fuerza para saludarnos más allá de un ligero parpadeo de tan dormidos como estamos los dos. Por cierto, cómo se nota que ERC ha mejorado con el tiempo y las responsabilidades políticas de gobierno: ahora su líder va a pie al consistorio y no aparca el coche sobre la acera ni amenaza al guardia urbano como hacía Pilar Rahola cuando todavía no había roto el partido para fundar –visionaria ella y visionario Àngel Colom- el Partido por la Independencia. Volviendo a Bosch, estoy contenta porque ahora también me lo encontraré por la tarde y espero poder saludarle como toca y se merece porque los dos estaremos más despiertos.

Aprovecho la circunstancia que me brinda esta plataforma para pedir a los republicanos que intenten no cantar Els Segadors cada vez que acaben una reunión, sobre todo si es a horas intempestivas. La razón es bien sencilla: las paredes del edificio son tan finas como una compresa extraplana y, si ya estoy en la cama cuando empiecen a entonar el himno, me desvelaré de la emoción que me invade cada vez que lo escucho cantar a alguien que no desafina y que se sabe la letra entera. Y un último consejo por si algún día no saben qué hacer después del extenuante debate político: el salón de belleza chino no es el único lugar del barrio para confesarse. Justo al otro lado hay una congregación cristiana abierta a todos los vecinos pecadores, sean viejos o nuevos.

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