Que paguen ellos

Me llegan unas fotos de la alcaldesa Colau toda contenta ella inaugurando un congreso internacional de mujeres policía y no sé qué decir. Tampoco sé qué decir cuando veo que el Pabellón Olímpico de la Vall d’Hebron acoge la enésima edición del salón –antes festival- pornográfico, que no erótico. Francamente, este gobierno municipal me tiene bien desconcertada. Con una mano acoge refugiados y con la otra da la bienvenida a la represión institucionalizada. Con una mano saluda al empoderamiento feminista y con la otra permite que un equipamiento público ceda –no está claro si hay dinero de por medio- sus instalaciones a una empresa que vive del negocio del sexo y de la cosificación de la mujer. Un amigo dice que todo se reduce al placer que da el dominio. Quizás tenga razón.

Lo más surrealista de todo este embrollo es que en esta especie de nebulosa esquizofrénica en que vive la política municipal barcelonesa, los únicos que parece que no han perdido el norte son los miembros de la banda de la Lecha y de nuestro alter ego de Robert Mitchum en La noche del cazador, no sé si porque no lo han tenido nunca o porque en la oposición es mucho más fácil conservar los principios. Frecuentar el restaurante Cervantes a la hora de comer me hace ser testigo directo de coincidencias extraordinarias como la que viví el jueves pasado: en la misma mesa y en turnos diferentes comieron primero medio grupo municipal de la CUP y después parte de los antiguos iniciativos reconvertidos ahora en BComuns y capitaneados por Agustí Colom, cliente habitual. Si las paredes hablasen…

A media comida de hermandad cupaire se añadió un sorprendentemente elegante con su camisa de cuadros Josep Garganté. No sé si pidió de primero la exquisita escudella que había en el menú, pero su aspecto pensativo me hizo sospechar que venía de hacer alguna trastada. Efectivamente. Aunque no lo parezca, Barcelona arrastra un presupuesto prorrogado porque Ada Colau ha sido incapaz de enredar por igual a socialistas, republicanos y cupaires para que apoyen las nuevas cuentas de la ciudad. Parece ser que pasados los primeros meses de mandato, sus encantos iniciales han quedado un poco deslucidos, probablemente a causa de la realpolitik y de su pacto con el PSC que muchos de sus votantes todavía no entienden.

Garganté llegó tarde a la comida porque venía de presentar a la prensa las propuestas de su grupo para negociar el presupuesto municipal. Me quedo con la campaña fiscal cupaire Que paguen ellos, una apuesta osada para que paguen los que más uso hacen de las aceras para sus finalidades lucrativas. Entre otras cosas, la CUP reclama la creación de una nueva tasa para los recintos privados como la Sagrada Familia, la Pedrera, la Casa Batlló y las discotecas que invaden el espacio público con colas y dificultan el paso de los peatones. También tendrían que pagar un impuesto revolucionario las empresas que organizan visitas turísticas guiadas y las que ponen las bicicletas de alquiler por ocupación de aceras. Esto o hacer como mi vecina, que cada vez que ha de ir de Mallorca a Provenza por Marina empieza a gritar como una loca para que los turistas se aparten.

Por fin alguien tiene los ovarios de poner encima de la mesa medidas para intentar parar este despropósito de décadas de abusos con total impunidad. El periodista y escritor Jaume Fabre se llevaba hace unas semanas las manos a la cabeza cuando hablábamos de los efectos del turismo descontrolado sobre Barcelona y de la indiferencia con que la administración los combate. «Es como ser el amo de un cine y sólo preocuparte de cobrar la entrada porque del resto ya se encarga el ciudadano con sus impuestos», reflexionaba en relación a las inversiones millonarias que hace el Ayuntamiento para ensanchar las aceras, ordenar el tráfico y poner agentes cívicos en los alrededores de la Sagrada Familia. Sólo nos falta poner váteres públicos para que los turistas puedan plantar un pino gratis.

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