Dios los cría, y ellos se juntan

En el raca-raca (que diría Peridis) nacionalista catalán, ocupan un puesto de honor los ataques al PP (es decir, Mariano Rajoy) hasta el punto de asociarlo con el mismísimo diablo ¿Cómo explicar entonces que, de la noche a la mañana, tal inquina se transforme en apoyos contantes y sonantes? ¿Quizá el aggionarmento convergente ha obrado un milagro? ¿Se habrá sumado Rajoy a la hoja de ruta? ¿Se reduce todo a un calentón veraniego? ¿Hay pasta de por medio o un simple plato de lentejas? ¿Acaso el Brexit está modificando la percepción de las cosas?

Esto del «Dios los cría y ellos se juntan«, que en catalán podría equivaler a «cada ovella amb la seva parella«, viene a decir que la gente se acaba uniendo cuando tiene rasgos y aficiones comunes. En tal sentido, ¿por qué extrañarnos de que el Partido Popular, Convergencia (como así la seguimos conociendo) y el PNV acaben entendiéndose?¿No son, en definitiva, los tres partidos parientes cercanos, sino familiares muy allegados, de la cuerda conservadora? ¿No comparten valores e intereses muy cercanos o idénticos? ¿No tienen, más allá de las apariencias, enemigos comunes?

Es cierto, como nos explicaron los clásicos, que las contradicciones secundarias pueden devenir en principales y viceversa, pero también es verdad que el tiempo u otras circunstancias, como las que ahora nos atañen, acaban poniendo las cosas en su sitio. Y aquí tenemos la prueba. Por si alguien dudaba, era víctima de alguna intoxicación o creía de buena fe que los nacionalistas de Convergencia y del PNV eran el enemigo natural del PP, que sepan que los intereses de clase siguen primando sobre otros muchos en el mundo actual, aunque las clases estén echas unos zorros. «Claro que existe la lucha de clases y la estamos ganando nosotros«, proclama sin pelos en la lengua Warrent Buffett.

¿Entonces, las reafirmaciones patrias son sólo una pantalla tras la que se ocultan otras cosas? ¿Es el nacionalismo una doctrina que no tiene otro objetivo que perpetuar, promover o defender determinados intereses? ¿Resulta que el patriotismo es una filfa que no hace sino confundir y desviar a la gente común de sus verdaderos problemas? ¿Son las fronteras (razón última del nacionalismo) cosa de pobres, como dice Ada Colau? Pues, sí. Mucho hay de todo esto en el nacionalismo. No sólo en el de las patrias sin Estado, sino también y sobre todo en las otras. Y si no, que se lo pregunten a Mariano Rajoy.

Porque en este matrimonio de urgencia, o mejor dicho trío y hasta «cuarteto» (dado el oscuro papel de Esquerra Republicana de Cataluña en el asunto), el PP no es, desde luego, la doncella, sino todo lo contrario. Como se corresponde con su perfil de nacionalismo de gran potencia, el partido de Mariano Rajoy ha guiñado el ojo a los nacionalistas periféricos, hasta ayer aparentemente ninguneados, y éstos, tan necesitados de novio o novia, no se lo han pensado para dar el «si«.

En cuestión de días, o más bien de horas, si las cosas no se tuercen, asistiremos a un bodorrio aparentemente extraño, incongruente, desquiciado para el buen nacionalista, pero muy coherente con el fondo de la cuestión, como argumentan los juristas. Seguirá, sin duda, sonando el RUI, no faltarán gritos de «España se rompe», las banderas (muchas) ondearán bravas al viento, etc. etc., pero seguramente Rajoy volverá a gobernar con el apoyo implícito o explícito de los nacionalistas catalanes y vascos. Y, de paso, que tomen nota los compañeros de la CUP, que todavía siguen creyendo en la alquimia de unificar agua anticapitalista con aceite independentista.

¿Y Ciudadanos? Pues, en román paladino, orillados, y con tendencia a ser arrollados por los caballos de la historia, tal como se corresponde con una formación que, a base de financiación generosa, suena más a plan B del conservadurismo puro y duro, que a partido diferenciado de la derecha, con vocación de arraigo y permanencia.

Y el culebrón continúa, lo cual tiene, entre otras ventajas, la de hacernos reír a carcajada limpia, aunque le joda al diario El País, que ahora tiene prisa, muchísima prisa, para que cuaje el pasteleo.

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