Nuestros vecinos del norte

Desde su creación, en 1895, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) nunca ha sido independentista y sigue sin serlo. Bajo su retórica nacionalista, subyace un llamativo pragmatismo político, como el que exhibió Juan Ajuriaguerra, líder histórico de la formación y presidente de la comisión mixta encargada de la trasferencia de competencias al Gobierno Vasco, cuando dijo aquello de que «los catalanes tienen representación en la redacción de la Constitución, pero nosotros sacaremos más tajada de ella», refiriéndose quizá al concierto económico.

Lejos está el afán hegemónico del PNV, que llegó a asociar la condición de vasco a la de peneuvista, pero es indudable que la peculiar organización del partido, anclada en el territorio y dotada de la red de batzokis -sedes del partido y centros de encuentro y esparcimiento-, su flexibilidad política y su perfil popular siguen apuntalando su vocación de partido mayoritario y de gobierno. Nada tiene pues de extraño que el PNV haya gobernado Euskadi desde el final del franquismo, exceptuando la legislatura de Patxi López (gobierno PSOE-PP) y que detente un gran poder en las diputaciones y ayuntamientos. Aunque también es cierto que para ello se ha visto obligado a pactar, porque las mayorías peneuvistas siempre han sido relativas.

En cualquier caso, cosas de la política, el escenario aparentemente rocoso de hace una década ha mutado radicalmente en Euskadi. No en balde, en este período, se han producido movimientos sísmicos tan determinantes como el fin de ETA y la crisis económica (por denominarla de algún modo) y réplicas de menor intensidad, pero también significativas, como el aprendizaje democrático. Así, la sociedad vasca se ha hecho más líquida, en el sentido que lo plantea Zygmunt Bauman: «Las identidades son semejantes a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia constantemente de forma; parecen estables desde un punto de vista externo, pero al ser miradas por el propio sujeto aparece la fragilidad y el desgarro constante».

El cambio más visible en tal sentido es quizá el que atañe al nacionalismo que, tras décadas de protagonismo, cede terreno a las cuestiones sociales, propias del Estado de bienestar y de nuevo cuño como el cambio climático, la igualdad de género o la sostenibilidad. Es más, el propio nacionalismo, que venía predicando que la solución a todas estas cuestiones pasaba por la «liberación nacional» ha acabado incluyéndolas de un modo u otro en sus discursos. O sea que, en resumidas cuentas, las tendencias parecen confirmar que, globalmente, en el País Vasco se está relativizando el «conflicto», respecto a «los conflictos». Cosa que, de otro lado, siempre ha estado de algún modo latente si, por ejemplo, se tiene en cuenta que nunca han llegado a cristalizar movimientos frentistas, a pesar de los ideólogos que durante tiempo proclamaron la existencia de dos comunidades, quizá al rebufo del conflicto irlandés (con el que Euskadi no tiene nada que ver), por lo de «cuanto peor, mejor» o por simple ignorancia.

El frentismo, tan anhelado por los nacionalismos y que con armas de por medio podría haber desembocado en una guerra civil pura y dura, no ha sido posible, entre otras cosas porque el PNV ha intuido que pactar con el nacionalismo de nuevo cuño (abertzalismo) presuponía vender su alma centrista al diablo radical y poner con ello en peligro toda la arquitectura política que constituye su razón de ser. Y que conste que en tal asunto lo que de menos tenía que ver era con el presunto marxismo del por entonces nacionalismo recién llegado. Etiqueta roja que se utilizó para consumo de masas, dando a entender que aquello poco o nada tenía nada que ver con la familia. Algo así como cuando a los de la CUP se les denomina «anticapitalistas».

En fin, tal como ha puesto de manifiesto el último Aberri Eguna (Día de la Patria), Euskadi no es que se alinea con Cataluña sino que marcha en dirección contraria, a excepción quizá de Bildu, que sigue anclada en un relato más bien ajado. Los resultados electorales del pasado 20 de diciembre así lo pusieron de manifiesto. Veremos qué ocurre en la próxima cita con las urnas de nuestros vecinos del norte, que deberá tener lugar antes del 20 de noviembre próximo.

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