Vergüenza de ser catalán

En mi vida particular, acostumbro a pasar largas y frecuentes estancias en Francia. Por eso, he visto en muchas ocasiones el programa de debate C’est dans l’air, dirigido por el periodista Yves Calvi, que se emite por la televisión pública TF5. Cabe señalar que Yves Calvi es un periodista muy respetado y que su espacio tiene un gran predicamento: es de aquellos tótems mediáticos que «sientan cátedra» en la opinión pública francesa.

Francia ha ejercido históricamente, y todavía ejerce, una gran influencia sobre Catalunya. Los miles de republicanos que huyeron ante la victoria de las tropas franquistas encontraron refugio en el otro lado de los Pirineos. Durante la larga noche de la dictadura, Francia -y, singularmente, París- era el faro de la libertad y la democracia que guió y atrajo a varias generaciones de catalanes.

Saint-Martin-le-Beau, un pueblo cerca de Tours, en el valle del Loira, donde tenía fijada su residencia Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio, se convirtió en lugar de peregrinaje obligado para todos los dirigentes catalanes de la clandestinidad antifranquista. Las actuaciones de Lluís Llach o de Raimon en el Olympia de París constituyeron un legendario clamor por las libertades catalanas. En aquella época –años sesenta y setenta del siglo pasado- París era la segunda capital de Catalunya y Francia, el espejo de la sociedad, abierta y ordenada, que soñábamos construir.

Por esto, seguí con mucho interés el debate, moderado por Yves Calvi, que emitió TF5 el día siguiente de las elecciones del 27-S, dedicado a analizar el fenómeno del independentismo catalán y, por extensión, la pujanza de los particularismos nacionales/regionales en la Unión Europea. Los participantes en el debate no hablaban de oídas y conocían perfectamente el pasado histórico y la realidad política, cultural y económica de Catalunya. Su mirada no era frívola y sus opiniones eran muy inteligentes y sensatas.

Los catalanes tenemos nuestra cuna en Francia y, a pesar de la globalización, mantenemos unos vínculos sólidos y profundos con los vecinos del norte. Europa entra a la Península Ibérica a través de El Pertús y Catalunya recibe la primera influencia, actuando de foco difusor de sus valores en el resto de España. Los ideales franceses iluminan, desde siempre, nuestro camino del progreso en libertad.

Me ha impresionado la visión francesa sobre el «proceso» soberanista en Catalunya que se ha dado en el programa de Yves Calvi. Han descalificado, sin contemplaciones, la «insolidaridad» de una «región rica» como es Catalunya hacia las regiones «pobres» de España y han criticado el trasfondo «racista» -haciendo alusión a unas declaraciones de Marta Ferrusola– que impregna el movimiento independentista. Han denunciado la manipulación deliberada de la historia que se enseña en las escuelas catalanas y la falacia dialéctica del «derecho a decidir».

Los contertulianos de Yves Calvi han resaltado la inviabilidad de una Unión Europea basada en la independencia de las regiones –como es el caso de Catalunya- y han puesto de relieve la endemoniada complejidad que supondría el reparto de los activos y de las deudas o el pago de las pensiones. También se ha hecho mención a los graves casos de corrupción que afectan a CDC, a la extravagancia de sumar Junts pel Sí con la CUP y que los votantes por la independencia se han quedado en el 48%. La equiparación de Catalunya con los movimientos secesionistas de la Padania o de Flandes -de ideología populista y muy derechista- ha encuadrado el análisis de C’est dans l’air.

Como catalán he sentido vergüenza de la visión que tienen en Francia de nuestro proceso independentista. Nos conocen y hablan con conocimiento de causa. Nos alertan que la dinámica que hemos puesto en marcha aquí es la misma que ha martirizado, durante siglos, el continente europeo, por muy «buen rollo» que queramos vender. Que un cantante como Lluís Llach –el Georges Moustaki catalán- sea una de las caras públicas y un referente del movimiento secesionista que nos ha abocado a la división de la sociedad este 27-S es una decepción para los amigos franceses que siempre han simpatizado con nuestro hecho diferencial y nos han apoyado en los momentos difíciles.

Queríamos ir más lejos y hemos ido demasiado allá. La Europa de la tolerancia, la igualdad, la integración y la fraternidad no acepta el rumbo que hemos emprendido. Sin ser conscientes, hemos abierto la caja de Pandora y nos hemos pasado al «lado oscuro» de las bajas pulsiones identitarias que, inevitablemente, conducen al abominable y odioso conflicto intracomunitario.

(Visited 61 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario