En Catalunya, los soberanistas son los que tienen colgadas banderas esteladas en los balcones de sus casas. En España, Podemos, el partido de Pablo Iglesias, también ha comenzado a hablar de «soberanía» últimamente.
Soberanismo y patriotismo suelen ir de la mano. En el caso de Podemos, sin embargo, tiene un sentido propio. A la primera reacción de rechazo que me generó oir estos términos en boca de Iglesias y los suyos ha seguido una cierta comprensión. Hablan de «soberanismo» pero no oponiéndolo a otros estados o pueblos soberanos, sino a los poderes financieros que mueven los hilos de la sociedad desde sus cómodos despachos. Defienden que quien decida las políticas que se aplican no sean estos financieros en la sombra sino los ciudadanos con su voto y su activismo social.
Es cierto que Iglesias no le hace ascos a un término horrible como es el patriotismo. Dijo que hay que «arrebatar el término patriotismo a los patriotas de pulsera rojigualda que luego venden la soberanía y cierran escuelas y hospitales». No creo acertado arrebatar ese término para hacerlo propio. Pero también es cierto que en la gran concentración de Podemos del sábado en Madrid no había rojigualdas. Se vieron, eso sí, banderas republicanas y de diferentes autonomías, incluida la catalana.
Muchos comentaristas pro-independencia de Catalunya han colocado al partido de Pablo Iglesias la etiqueta de españolista y han recurrido a la frase clásica de «no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas». Siempre he notado diferencias entre unos y otros. Detesto los concursos de patriotismo, a ver quién lo lleva más dentro. Aplaudo que se denuncie que tras el patriotismo español de muchos hay intereses económicos oscuros. Nada que no conozcamos del talante de muchos patriotas catalanes.
Pero preferiría que unos y otros en vez de en soberanías y patrias compitieran por ver quién se preocupa más por los derechos sociales y la calidad de vida de los ciudadanos.
