Saturación

Soy periodista y mi obligación profesional es estar al pie del cañón: informarme para poder informar y estar permanentemente atento a todo lo que se cuece en la calle, en los despachos y en los pasillos del poder para poder formarme una opinión y expresarla. En este momento, manifiesto mi más absoluto agotamiento y saturación ante el estéril debate identitario que, desde hace un año –coincidiendo con la disolución del Parlament y la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas- se ha apoderado de los medios de comunicación catalanes y de los de la «Brunete mediática».

 

Estoy harto. Es-toy har-to. E-s-t-o-y h-a-r-t-o. Los diarios en papel y electrónicos y las tertulias, en formato radiofónico o televisivo, están inundadas de conductores y opinadores mononeuronales sobre el llamado «proceso de transición nacional», la dialéctica Catalunya/España, el «derecho a decidir» y la dicotomía independencia sí/independencia no. Me confieso hastiado de las banderas –ya sean «esteladas», constitucionales o con «aguilucho»- y de las polémicas lingüísticas.

 

El PP y CDC, con la entusiasta colaboración de ERC, Ciudadanos y UPyD, nos han instalado en un bucle infernal, surrealista… y, por encima de todo, insoportablemente aburrido. Si con esta cansina e interminable polémica pretendían «tapar» lo sustancial –la corrupción de las élites, los recortes de los servicios públicos para su posterior privatización, la responsabilidad criminal de la banca en la horrorosa crisis que pauperiza a pequeños empresarios y trabajadores, los desahucios, la proliferación de la miseria y la demolición del modelo de Estado del bienestar europeo- les felicito efusivamente: lo están consiguiendo.

 

Mientras las grandes fortunas se están forrando aún más –véase la imparable subida de la Bolsa en lo que va de año-, desde La Moncloa y el Palau de la Generalitat enzarzan a la «pequeña gente» en una diabólica pelea por los signos que, en el peor de los casos, puede acabar a tortazo limpio entre vecinos que, como todos, las pasan canutas para poder sobrevivir. Un obrero en paro de Cornellà y un «botiguer» arruinado de Olot tienen mucho más en común de lo que piensan: aunque uno sea del Betis y el otro del Barça; aunque uno hable en castellano y el otro en catalán; aunque uno vote a Ciudadanos y el otro a Esquerra Republicana; aunque uno no vea clara la independencia de Catalunya y el otro considere que es la solución a todos los problemas. Ambos son víctimas de un sistema capitalista que, en su fase actual, ha decidido exterminar a la clase trabajadora y a la clase media para imponer el neoesclavismo.

 

El dinero no tiene patria ni fronteras. Los bancos, los fondos «buitres», los «hedge funds» y los «private equity» –que se han adueñado de los principales resortes del poder financiero y empresarial mundial- imponen su ley sin que ningún gobierno democrático ose plantarles cara y no tienen ningún escrúpulo en someter al resto de mortales al ignominioso «pacto del hambre». Esta es la cruda realidad de la que todos –independentistas y no independentistas- somos víctimas. En Wall Street, en Londres y en Frankfurt se parten de risa con nuestras «batallitas» de banderas y nuestras dramáticas apelaciones a la guerra entre austricistas y borbónicos del siglo XVIII. Es como un Madrid-Barça de fútbol retransmitido en «prime time» por todos los medios de comunicación, pero a todas horas, todos los días, todas las semanas, todos los meses… Al final, los jugadores y el público se cansan y desertan.

 

¿Catalunya independiente? ¿Independiente de quién? ¿Del FMI, de los bancos, de las multinacionales, de Bruselas, de las petroleras, de las nucleares, de los transgénicos, de las ETT, de Microsoft-Google-Facebook-Twitter, de McDonalds, de Coca-Cola o de Nestlé? Me gustaría vivir en una Catalunya independiente así. Pero también me gustaría vivir en una España así, en una República Confederal Ibérica así, en una Europa así, en un mundo así. ¿Dónde reparten pasaportes?

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