Ultimátum al ultimátum

El atrevimiento de Quim Torra parece no tener límites. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, después de un reposo parlamentario, el presidente subió el otro día al estrado y lanzó el siguiente ultimátum: o su homólogo español Pedro Sánchez le concede un referéndum antes de agotar el noviembre o el independentismo lo hará caer. Hay que ver la osadía del recién nacido político. Después, nos enteramos de que sólo su sanedrín (war room) y el omnipresente Carles Puigdemont sabían algo; el resto, de la misa la mitad.

En el manual del buen político debería constar con letra grande y subrayado que un ultimátum no es una nimiedad que se pueda lanzar a lo loco, como un mero recurso dialéctico. De entrada, como decía Maquiavelo, tienes que estar dispuesto a llevarlo a cabo; también tienes que tener claro que tienes la fuerza suficiente para hacerlo, o dicho de otra manera, que al menos los tuyos estén de acuerdo y te den cobertura. También es importante calcular las consecuencias, valorarlas, y aceptarlas.

Si bien es cierto que no sólo de talante vive el independentismo y el PSOE de Sánchez no está dispuesto a atravesar demasiadas líneas rojas, ¿quiere realmente Torra forzar elecciones en España y jugársela a cruz o cruz, y que ganen la suma de Ciudadanos más el Partido Popular? Ya sabemos que dicha suma es igual a 155. Puede que Torra busque la idea del y cuanto peor, mejor. Pero, ¿él y quién más?

La crisis con Esquerra y 'su' PDeCAt convierte Torra en un gigante con pies de barro. Una debilidad que debería hacerle prudente. Lejos de eso, el "presidente vicario" se empeña a meter el carro en el pedregal. Presidente, si mira atrás verá que la CUP ya no le sigue y Esquerra y algunos de los 'suyos' han aminorado la marcha. Pregúntese por qué.

Supongo que los bandazos de Torra responden a la alergia política a ser tachado de traidor. Un hecho que sucedió la víspera del ultimátum y que probablemente responda a muchas preguntas. El presidente emérito Puigdemont ya sufrió de este mal cuando pretendía convocar elecciones para evitar el 155, pero se echó atrás al ser acusado de Iscariote. Otro predecesor en el cargo, Jordi Pujol, acostumbraba a entender que en el ejercicio de la política no se puede caer siempre bien a todos.

Me atrevo a lanzar un ultimátum: o Torra consigue recoser las heridas del bloque independentista, recuperando la unidad y cierto acierto, o haría bien en convocar elecciones para sacar al país del callejón sin salida, una facultad que, a pesar de su voluntad vicarial, sólo él puede ejercer hoy por hoy.

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