Día histérico

Decía el ensayista y moralista francés Joseph Joubert que «es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla». El proceso, apartándose del pensamiento de Joubert, parece elegir la segunda vía. Puedo entender la argucia empujada por las reiteradas negativas contra todo y todos del gobierno español, pero dudo del acierto y aún más de su éxito final. El uso forzado del reglamento para impulsar los trámites exprés e intentar minimizar así los riesgos de suspensión de la ley del referéndum se entiende sobre el tablero de ajedrez y dentro de la vorágine tacticista que atraviesa el proceso, pero me temo que resta fuerza argumental al independentismo y ofrece, en un día que se pretendía histórico, una imagen hacia el exterior por lo menos poco edificante, reconvirtiendo el día en histérico.

El lamentable espectáculo vivido en el pleno del Parlament de la ley del referéndum i después la de la transitoriedad, donde el bloque independentista, con la aquiescencia de la Mesa, barre como mejor puede o sabe el reglamento hacia su casa, mientras parte de los unionistas tensan del filibusterismo más torpe y descarado para eternizar y/u obstaculizar el debate, no habla bien del buen talante parlamentario catalán y mancha un proceso que se quería inmaculado. La imagen de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, totalmente desbordada por las circunstancias, capeando como mejor puede el temporal, genera dudas razonables entre la parroquia soberanista y aún más mar adentro. Sin embargo, tampoco me trago la sobreactuación posterior de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría haciéndose la escandalizada; puestos, escandalizan más y peor las cloacas y/o la corrupción de su gobierno. Pero volviendo a Catalunya, la pregunta es: de verdad que no nos podíamos ahorrar la estampa del Parlament?

Al final, por muchas eses que los políticos processistes hagan o dejen de hacer, de una manera u otra ya sabían que la ley sería suspendida porque el ordenamiento jurídico español siempre encontrará los mecanismos necesarios para así hacerlo. Entonces, si el choque de legitimidades es insalvable, llegaremos a la rápida conclusión de que la resolución del conflicto sólo es posible, o bien aplazando los anhelos refrendatarios a la espera de tiempos mejores y gobiernos españoles más receptivos, o directamente y sin rodeos desobedeciendo la Constitución española; una tesis, la última, defendida por la CUP desde tiempos remotos.

Si esto es así, si al final el bloque independentista debe chocar sí o sí contra la Constitución, porque se esconde cogiendo falsos atajos y no va de cara y afronta las consecuencias de su desobediencia sin marear más la perdiz processista? Te ahorras tiempo, energía, un montón de debates estériles, algunos ridículos, y no corres el riesgo de que la gente, que por el camino has animado y sumado a la causa independentista, se acabe sintiendo cansada en el mejor de los casos o engañada en el peor. Otra cosa fuera que alguien de Junts pel Sí descubra ahora y aquí la cuadratura del círculo y haga salir de la chistera procesal la manera de burlar la Constitución sin desobedecerla. Pero, además de difícil, la hazaña parece a estas alturas del todo imposible.

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