Laporta no tiene, ni se le espera, relevo para la vicepresidencia económica

Dos meses después de la dimisión de Eduard Romeu, el presidente también ha demostrado que su figura era prescindible en un gobierno de estilo dictatorial que no soporta ninguna estructura seria y capaz de controlar la gestión financiera

Joan Laporta

Se han cumplido dos meses largos desde que el vicepresidente económico del FC Barcelona Eduard Romeu presentó su dimisión, que se produjo inmediatamente después de la clasificación del equipo azulgrana para los cuartos de final de la Champions, hecho que en aquel momento algunos interpretaron como un hito casi histórico, como una auténtica gesta. El propio Xavi aprovechó la hazaña de eliminar al Nápoles en los octavos para desafiar al lobby guardiolista. Desde luego, de forma precipitada e injustificada, en una reacción no muy alejada de esa línea errática y desdibujada de su trayectoria en el banquillo.

Un evidente contraste entre esa euforia futbolística, liderada por Xavi y secundada por el presidente Joan Laporta en aquel momento, y el gesto antitético del máximo responsable económico de salir corriendo sin ninguna razón aparente, mucho menos la de haber encontrado un trabajo después de que lo despidieran de Audax, la empresa que le pagó el aval para que pudiera aprovecharse de pisar el palco del Camp Nou.

Algo debió percibir el vicepresidente económico, algún tipo de alarma que le impulsó a escenificar un adiós edulcorado con abrazos, parabienes mutuos y esa pincelada emotiva a la que tanta afición le ha cogido Laporta con la edad. La señal fue, según el entorno de Romeu, que definitivamente el club entraba en una barrena imposible de rectificar pese a haber cumplido, al menos en la Champions, con el compromiso presupuestario de alcanzar los cuartos de final. Si a Xavi le pareció una proeza fue porque en las dos temporadas anteriores se había estrellado en la fase de grupos y también en el intento posterior de conquistar la Europe League, en esta segunda competición de forma estrepitosa y hasta con una bochornosa invasión de aficionados visitantes como ante el Eintracht de Frankfurt.

A Romeu, en cambio, le sirvió para irse con su cuota del trabajo hecho, pues de lo que se trataba era de consumar la parte que le correspondía del plan de viabilidad pactado con LaLiga referida al control de las secciones, la reducción de la masa salarial y el dinero previsto de la UEFA por estar entre los ocho mejores del campeonato.

Medallas, todo hay que decirlo, con más artificio que verdadero mérito, pues los límites venían dados por la propia patronal que dirige Javier Tebas y el club no tenía más remedio que cumplirlos. O al menos intentarlo, porque, a la hora de la verdad, el desequilibrio volvió a producirse a causa de las falsas promesas de vender Barça Studios y porque, pese al esfuerzo de contener los costes de algunas partidas, en otras, las que están sujetas a la última palabra o la voluntad del presidente, el gasto ha seguido aumentando.

Romeu entendió que intentar conducir a Laporta por la senda de la austeridad y el sentido común era una misión imposible después de haber dilapidado 1.000 millones de beneficios en palancas sin haber resuelto, al contrario, la situación económica y financiera, que hoy es indudablemente peor que la heredada, pandemia incluida.

La cuesta abajo hacia el colapso no la habría evitado ni ganando la Champions ni clasificándose -otro fracaso- para el Mundial de Clubs de la FIFA, que garantizaba 50 millones extra mínimos. Eduard Romeu, además, contaba con la oposición activa y el recelo de la única persona de confianza de Laporta en materia económica, Ferran Olivé, el tesorero que hace las veces de gerente para todo a falta de una estructura solvente y profesionalizada.

De hecho, Romeu no era consultado recurrentemente en una materia tan delicada como la económica y, si intentaba levantar la mano y la voz, lo que pudiera decir a Laporta le entraba por una oreja y le salía por otra. Además de estar a malas, muy malas, con Olivé, su único momento de gloria era actuar de cuentacuentos fantasiosos e imaginarios en las ruedas de prensa o asambleas. A esto se había reducido su papel después de que, al terminar la vigencia del aval del primer año, el avalista de verdad, José Elías, ya se había cansado de no pintar nada y el cargo de Eduard Romeu era prescindible más allá de que Laporta no podía echarlo, aunque sí degradarlo a soldado raso de la junta.

Por estas razones, Joan Laporta no necesita, no quiere ni busca un vicepresidente económico, de la misma forma que ha prescindido de un CEO, de un director financiero y de un gerente. Laporta se ha deshecho de cualquier estructura seria de trabajo, control y fiscalización que pueda mantener al club dentro de una operatividad y estabilidad confortable, y evitar una media de 200 millones de pérdidas aseguradas cada cierre de la temporada.

Al actual ejercicio se llegaba ya con la imperiosa necesidad de presentar beneficios ordinarios, ni que fueran mínimos, como se aprobó en el presupuesto presentado a la asamblea después de recurrir a palancas (1.000 millones) para cubrir un grave déficit estructural recurrente en los ejercicios 2021-22 y 2022-23.

Tampoco será posible esta temporada porque la figura volátil de quien ha sido vicepresidente económico hasta hace dos meses ya hace tiempo que se había desentendido de los volantazos, caprichos y compulsión de Laporta por los fichajes en contra de la realidad de un club que lleva gastados más de 300 millones que no tenía en satisfacer el hambre insaciable de Jorge Mendes, Pini Zahavi, André Cury y otros agentes de su confianza.

Nadie de la junta opta tampoco a relevar a Eduard Romeu por lo que implica el cargo de sumisión y de comediante en funciones con la finalidad de embaucar al barcelonismo, en ningún caso con galones para aplicar un criterio o decisiones que puedan irritar al presidente sobre todo si son sensatos, ajustados y a favor de los intereses del club y no tan próximos o colaterales a la figura del presidente.

Por si algún inversor estaba interesado en aprovechar la ganga de Barça Studios, que sigue a la venta por 160 millones, asomarse a la cúpula del Barça actual y sentarse a la mesa solo con el presidente, rodeado de ejecutivos de muy bajo rango, sin nadie más que ofrezca sensación de conocimiento y experiencia económicos y con un rastro financiero como el de Laporta, que ya perdió 47,6 millones en su anterior mandato, enterró al Reus y ahora ya acumula proezas como haber batido el récord mundial de gastos el ejercicio pasado con 1.160 millones, es para salir corriendo, como están haciendo desde hace meses. Laporta se ha convertido en el mejor repelente para cualquier inversor, en el blanco fácil de los patrocinadores como Nike o Spotify, y en el paraíso para cualquier prestamista.

Habrá que ver si, ahora mismo, consigue los 100 millones de crédito que busca desesperadamente para maquillar unas cuentas imposibles de arreglar o si acaba renegociando con Goldman Sachs al borde de la conversión inminente en SA o de la toma del control de la gestión por parte de sus acreedores financieras. Llegará un momento en que incluso la deuda llegará a su límite.

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