¿Por qué Laporta ha provocado que Montjuïc se identifique con la ‘ola’?

Con el avance de la temporada futbolística y también de la turística, que ha coincidido con el frenazo abrupto del equipo de Xavi en las dos grandes competiciones, Liga y Champions, las gradas del Lluís Companys se han llenado aún más de un público de paso, festivalero y distanciado de ese sentido de la tragedia con el que últimamente se vive el transitar azulgrana de este curso, vacío de éxitos y de alegrías. Consecuencia de la presencia mayoritaria de un público que nada tiene que ver con el barcelonismo militante, en el choque último de Liga frente al Valencia se produjo un hecho tan inusual que se convirtió en objeto de debate y de controversia a lo largo de la semana: con el marcador en empate a dos goles el público se desató haciendo la ‘ola’, una reacción descatalogada, al menos en el entorno barcelonista, en las circunstancias más bien críticas de aquel momento, con el equipo ofreciendo una imagen poco atractiva en cuanto a juego y eficiencia.

Una escena discordante con la tradición que provocó, por parte de los tertulianos que presumen de tener interiorizado el sentimiento más puro y genuinamente azulgrana, las críticas más encendidas, acusando a los socios de haber abandonado al equipo y al club por no haber renovado masivamente sus abonos, una deserción que ha facilitado la proverbial ocupación de ‘guiris’ y de visitantes ocasionales en las gradas, también mayoritariamente con el ánimo de divertirse por encima de todo, con independencia del guión futbolístico y la trascendencia del resultado.

Ciertamente, cuando los jugadores besan el escudo mirando a la grada empieza a resultar un gesto ridículo, tanto como los inmerecidos y repudiables ataques al socio del Barça por parte de laportistas desmelenados y fanatizados como Lluís Carrasco, ya convertido en una suerte de “cobrador del frac” del pasado, o el periodista Xavi Torres.

El socio no se puede defender de esos ataques verdaderamente indignos, difamatorios y manipulados, no hay canales ni forma de hacerlo, ya no por desgracia. Pero si se le diera la oportunidad se limitaría a razonar los motivos de su distanciamiento, empezando porque el primer plan de la obra, el original, preveía la reforma el estadio sin el exilio de Montjuïc, a base de aprovechar cuatro veranos intensamente para seguir jugando en casa siempre. Y así lo votó tanto en el primer referéndum, como en el segundo, el propuesto por Joan Laporta, aprobado sin cambios sobre esa logística. Luego fue el propio presidente quien realizó un sondeo sobre la posibilidad de trasladarse a Montjuïc un año para acelerar las obras, con el resultado, clarificador y contundente, de que sólo un 30% de los socios renovaría su abono o lo adquiriría.

A pesar de eso, como se recordará, la junta de Laporta empezó doblando el precio de los abonos con la manifiesta voluntad de echar para atrás a los pocos socios que, a pesar de todo, seguían queriendo acompañar al equipo. Sólo una rebaja oportunista, tras la crisis del caso Negreira, evitó una catástrofe mayor, de forma que algo más de 16.000 compraron el pase de temporada antes de saber que cada partido sería un suplicio, obligados a anunciar previamente su deseo de acudir, negándoles un asiento fijo y obligándoles a vagar, errantes y perdidos en cada partido en busca de una localidad, habitualmente de las peores, mientras las mejores plazas se destinaban, y siguen destinándose, a los turistas.

El éxito del clientelismo, vergonzosamente no admitido por los ‘popes’ laportistas más encumbrados de TV3 en sus programas, va incluso más allá, pues son los propios ‘héroes’ de la casa, de Ticketing y de Marketing, los que fomentan ese ambiente en los partidos, al estilo NBA, incluido el arranque de la ‘ola’ para animar al público.

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