Laporta evita la crisis social con su victimismo, pero se enfrenta a Xavi

El técnico rectifica su postura, no renuncia al año de contrato que tiene firmado y planea seguir en el banquillo contra el deseo del presidente que ya se ha hartado, como Deco, de su veleidad y carácter cambiante

Joan Laporta

El surrealista escenario de la actualidad azulgrana pasa ahora por la impaciencia institucional, social y hasta parece que del propio vestuario en atar la continuidad de Xavi en el banquillo. La reacción magnificada y concentrada de la prensa laportista, el día después de confirmarse el peor balance en tres temporadas del tándem Joan Laporta-Xavi, ha llegado acompañada de la teatralización, también extrema, del propio presidente, acusando públicamente al estamento arbitral de haberle impedido al Barça ganar la Liga y el clásico del domingo. Laporta emitió el lunes una especie de vídeo casero, infumable, exigiendo las imágenes del VAR, los audios y amenazando al mundo con acudir a la justicia ordinaria, si se pudiera demostrar que la polémica jugada del gol fantasma era gol, para obligar a conceder la repetición del partido. Carnaza para el Chiringuito y titulares fáciles para la prensa doméstica catalana.

Con independencia de las trastadas arbitrales, que son un clásico dentro del clásico, la reacción del universo laportista sí que ha dado un giro radical de 180º con relación al pasado, pues cuando el Barça sufría esas mismas calamidades arbitrales estando gobernado por Sandro Rosell o Josep María Bartomeu la reacción de la oposición -o sea, de Laporta y de su corte periodística-, era la de eliminar de la ecuación cualquier impacto adverso de la incidencia arbitral y criticar la menor reacción institucional de reproche a la Federación, LaLiga o al Colegio de Árbitro, considerados entonces como una excusa, una actitud infantil propia del desfasado nuñismo y de una madriditis que el barcelonismo ya había superado. Tenían claro que, si se perdían títulos o partidos descaradamente arbitrados contra el Barça, la culpa era solo de la directiva de turno. Completamente, al revés de como ahora actúa Laporta.

Solo hay que recordar el desenlace del curso 2013-14, en el partido que el Barça perdió la Liga por culpa de un gol anulado erróneamente a Messi por un fuera de juego inexistente. Laporta y su séquito consideraron un gesto de mal gusto, innecesario, injustificado, de debilidad y de pésima gestión por parte de la junta de entonces lamentar el error arbitral.

“Para que yo lo entienda, ¿estáis diciendo que los árbitros han visto que era gol y no lo han dado para perjudicar al Barça? ¿Es esto? ¿Volvemos a los 80?”. Este era el tuit cínico y perverso de un periodista como Joan Maria Pou en reacción a las quejas azulgrana por un remate azulgrana en un Betis-Barça que había entrado, como demostraron los vídeos, un metro dentro de la portería contraria. Desde este domingo pasado, el mismo periodista, y su medio, RAC1, han dedicado especiales y contenidos extra denunciando el robo arbitral y a las evidencias de que el VAR y las fuerzas oscuras del madridismo y del centralismo persiguen al Barça desde el amanecer de los tiempos. Nada que ver con su actitud -extensiva al resto de los medios- cuando el perjudicado era el Barça de otro presidente. Posado de comedia en función de los intereses personales y de la coyuntura.

En conjunto, una defensa de lo indefendible que, lejos de responder a una conducta emocional o de indignación, solo ha sido una pantalla interpuesta para ocultar la realidad, levantada por Laporta a modo de distracción para eludir su plena responsabilidad con la decepcionante temporada, la crítica y el desastre que supone otra temporada en blanco. Obviamente, la protesta de Laporta, además de cutre, no tendrá ningún recorrido, como bien sabe el propio presidente, que necesitaba diluir como fuera el amargo sabor de la semana trágica vivida tras el KO azulgrana en la Champions ante el PSG, la doble y dolorosa herida producida por la clasificación europea del Madrid para las semifinales, a costa del City de Guardiola, y la derrota en el Bernabéu que certifica una las peores temporadas azulgrana de los últimos años.

Se diría que comparable a la 2019-20, también en blanco y rematada con la catástrofe de Lisboa ante el Bayern, con la diferencia de que, entonces sí, el barcelonismo laportista, perfectamente articulado, compacto y apoyado desde el propio gobierno de la Generalitat, se levantó en armas contra la junta de Bartomeu exigiendo, como siempre ha dicho Laporta, que “perder tiene consecuencias”. Aunque el calibre del fracaso es del todo homologable al de la temporada actual, estéril pese a los 1.000 millones inyectados en las finanzas con la única finalidad de fichar, no habrá, sin embargo, ninguna consecuencia. Al contrario, el relato controlado y diseñado desde la junta es el de celebrar la explosión de una generación de la cantera en torno a la figura de Lamine Yamal, un giro de guion imprevisto, aunque oportuno, vista la necesidad de tapar el rendimiento de los fichajes de Laporta, ante la sorprendente e insuperable revelación de la herencia de Bartomeu dejada en el fútbol base, más o menos un calco de la irrupción de la generación Messi en 2008, que tampoco Laporta había visto venir mientras él mismo lideraba el Barça de las juergas, los excesos y la autocomplacencia saliendo de fiesta diariamente con Ronaldinho y, por cierto, también con Deco.

El rodillo laportista de hoy hará el resto, conformará a afición y preparará tediosamente los meses venideros, que ser harán eternos, con un sinfín de promesas de mercato vacías y embusteras, mientras se lidian dos batallas de alto riesgo. La más inminente y compleja, esa postura rectificada de Xavi, que ahora exige quedarse y hacer valer el año firmado de contrato para la 2024-25, vigente todavía. El Xavi que prometió irse a final de temporada “por el bien del equipo” considera que han cambiado las circunstancias y, sobre todo, se ha arrepentido de su compulsiva generosidad la noche del Villarreal, cuando anunció su marcha y la renuncia a esa temporada más. Bajo el pretexto de aceptar quedarse si le ofrecen garantís de refuerzos -al menos eso dice la prensa-, en realidad Xavi plantea seguir sin más porque los cracks que buscaba ya los tiene, Lamine Yamal y Cubarsí, y cree, ingenuamente, que Laporta conseguirá el dinero para un mediocentro de garantías.

La disputa ha arrancado con posiciones amistosas y de predisposición al diálogo, telegrafiadas a través de los medios, aunque fuentes próximas a Laporta confirman que el presidente no acaba de ver clara esa continuidad, al igual que Deco, que prefiere a Rafa Márquez o a Hansi Flick antes que seguir aguantando a un entrenador que, después de todo, no le ha dado los éxitos previstos y que, acaso por mimetismo, actúa con su misma frivolidad, capricho y veleidad. Puede que, en breve, estalle una guerra que al final habrá de dilucidarse en función del margen salarial disponible, que siegue estando no disponible.

Lo que conduce al segundo conflicto de fondo, la necesidad de traspasar jugadores realmente valiosos antes del 30 de junio para tapar agujeros, deudas y evitar la ejecución del aval de Laporta y otros directivos. Esta precariedad entra en contradicción con que Laporta pueda, en principio, prometerle cracks a Xavi. De momento, a corto, se los tiene que quitar.

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