Vox y Sílvia Orriols: el mismo peligro

Este próximo 25 de abril se celebra en Portugal el 50º aniversario de la Revolución de los Claveles, el levantamiento militar, apoyado entusiásticamente por la población, que acabó con la larga dictadura iniciada por António de Oliveira Salazar en 1925. Este hecho histórico tuvo un gran impacto en España, que en 1974 asistía a las dramáticas postrimerías del franquismo.

Para muchas generaciones de españoles, la revolución portuguesa fue una fuente de admiración y de inspiración. Son miles los jóvenes y no tan jóvenes que, en aquellos días y meses de euforia por la derrota de la dictadura y la conquista de la democracia, viajaron a Lisboa para vivirlo y compartirlo en directo.

A pesar del atraso crónico que, con relación a España, siempre ha castigado a Portugal, este país vecino nos ha dado y nos da importantes lecciones históricas. La sublevación militar de los capitanes de abril, como manera expeditiva y fulminante de liquidar el terrorífico régimen dictatorial, contrasta con la incapacidad de las fuerzas democráticas españolas para acabar con la dictadura del general Francisco Franco, que murió en una cama de hospital, después de una larga agonía.

Los portugueses pasaron de la noche de la opresión al día de la libertad, sin ninguna transición pactada con los jerarcas de la dictadura salazarista ni ninguna necesidad de transigir con los verdugos -en especial, los de la terrible policía política PIDE-, que fueron detenidos, juzgados y condenados. No se tuvieron que tragar al jefe de Estado impuesto por el dictador, como fue el caso del rey Juan Carlos I en España, y pudieron elegir directamente al nuevo presidente de la República y a sus representantes en la Asamblea, sin ninguna presión ni amenaza del poder fascista derrocado.

Desgraciadamente, el 50º aniversario de la Revolución de los Claveles -que será exaltado con todos los honores y celebraciones que merece en Portugal- pasará inadvertido en España, donde no hay nada previsto para dar relevancia a esta conmemoración, a pesar de que tuvo una influencia decisiva en el retorno de la democracia a nuestro país. Hoy, las relaciones ibéricas son buenísimas y estrechísimas, los dos países formamos parte de la Unión Europea (UE) desde el año 1986, no hay fronteras.., pero continuamos mentalmente muy alejados, como demuestra este imperdonable olvido del gran hito que significó el 25 de abril de 1974.

Precisamente, desde hace cinco años edito el diario digital EL TRAPEZIO (eltrapezio.eu), con la voluntad de profundizar en el mutuo conocimiento y entendimiento, a todos los niveles, entre ambos países y también en el ámbito de la iberofonía, que abraza a más de 800 millones de personas de cuatro continentes. Este proyecto editorial lo acompañamos con la publicación de libros especializados en esta realidad geopolítica y con la celebración de actos y debates públicos.

Desde la entrada en la UE, Portugal ha experimentado un gran crecimiento económico y ha logrado, en la práctica, la convergencia con España. Quedan retos importantes, como la necesaria construcción de un nuevo aeropuerto internacional en Lisboa o la conexión de la capital por trenes de alta velocidad con Oporto-Vigo y con Madrid, pero ya están sobre la mesa y se acabarán ejecutando. En este sentido, la organización del Mundial de Fútbol del 2030, junto con España y Marruecos, será un factor determinante para acelerar estos proyectos.

En estas últimas semanas, Portugal nos ha dado una doble lección política. De un lado, el primer ministro socialista, António Costa, que gobernaba con mayoría absoluta, presentó su dimisión al ser objeto de una investigación de la Fiscalía por un caso de presunto tráfico de influencias. Parece que todo ha sido una confusión y que se trata de un error de la Fiscalía, pero António Costa no dudó ni un instante en dejar el cargo para salvaguardar la honorabilidad de la institución.

La corrupción es el cáncer de la democracia y se tiene que extirpar de raíz ante cualquier sospecha. António Costa ha predicado con el ejemplo, aunque sea finalmente exculpado, y su gesto es digno de aplauso. Algo que, desgraciadamente, no pasa en España, donde los políticos se aferran al sillón y se niegan a dimitir, a pesar de las evidencias que han hecho un mal uso del poder que les han conferido las urnas.

En consecuencia, el pasado 10 de marzo se celebraron elecciones generales anticipadas en Portugal, que dieron la victoria, por los pelos, a la coalición de centroderecha Alianza Democrática (AD), con 80 escaños. En segundo lugar, quedó el Partido Socialista, con 78, y la gran sorpresa la dio el partido Chega -el equivalente portugués de Vox- que experimentó un fortísimo incremento de los sufragios, obteniendo 50 diputados.

Siguiendo la dinámica española, si AD sumara el apoyo de Chega, conseguiría una cómoda mayoría absoluta. Pero la dirección de AD ha rechazado asociarse con este partido populista, xenófobo y de extrema derecha y ha preferido asumir en solitario el gobierno, que preside Luís Montenegro, con una precaria mayoría. Los socialistas han manifestado que pasan a la oposición, pero están satisfechos porque no se haya formalizado un acuerdo entre AD y Chega.

La primera decisión que había que tomar era la constitución de la mesa de la Asamblea (Parlamento unicameral). Y aquí, AD y PS han adoptado la fórmula de repartirse, dos años cada uno, la presidencia de la institución, que es el segundo cargo más importante del país, después de la presidencia de la República.

El parámetros políticos han evolucionado: en Portugal, en España, en Europa y en el mundo occidental. La emergencia de nuevos partidos ultraliberales y reaccionarios se ha ido consolidando por todas partes, en especial desde la presidencia de Donald Trump (2017-2021), amparada por la difusión masiva de fake news a través de las omnipresentes redes sociales.

Ya no tenemos solo el tradicional eje derecha/izquierda, matizado con las aportaciones de liberales y ecologistas. La aparición y pujanza de fuerzas ultranacionalistas, identitarias y de extrema derecha ha roto el tradicional tablero político, que ha sido la base del bienestar de nuestras sociedades. De repente, el autoritarismo, la antipolítica y la xenofobia están haciendo agujero en el electorado, ocupando importantes parcelas de poder, como pasa en Hungría, Italia, Argentina…

Gracias a la democracia, los antidemócratas están ahora en disposición de destruirla. Su papus particular es la Agenda 2030, aprobada en 2015 por la Asamblea de las Naciones Unidas y que plantea 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) para garantizar el avance hacia una comunidad humana más justa, igualitaria y respetuosa con el medio ambiente, eliminando las plagas de la pobreza, del hambre y de la discriminación de las mujeres.

En Portugal, lo tienen claro: hay que cerrar el paso de Chega a las instituciones y, con este objetivo, AD y PS, desde sus diferencias ideológicas, están tejiendo una estrategia común para impedirlo. Algo que no pasa en España, donde el PP ha abierto las puertas a Vox para gobernar juntos en comunidades autónomas y ayuntamientos. ¡Qué gran error!

En el caso de Cataluña, el eje independentismo/constitucionalismo, que ha marcado la dinámica política de los últimos diez años, también llega muy desgastado a las elecciones al Parlamento de este próximo 12 de mayo. El peligro del neofascismo ya no lo tenemos solo del lado de Vox. La aparición de Aliança Catalana, que lidera la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, es la expresión local de la oleada trumpista y, al parecer, consigue muy buena receptividad en el segmento más intransigente del movimiento independentista.

No nos equivoquemos. En el combate de civilización que libramos hay que hacer como en Portugal y excluir de cualquier ecuación de gobierno a los representantes de los partidos populistas y xenófobos que amenazan la esencia plural y tolerante de la democracia.

El modelo de Pacto Democrático que se adoptó para encarar las primeras elecciones municipales catalanas de 1979 tendría que servir de referencia en la actual tesitura. En este sentido, es un mal síntoma que JxCat haya impedido que en Ripoll pueda gobernar una mayoría alternativa a la de Aliança Catalana. Si se hubiera conseguido este acuerdo amplio, hoy no oiríamos hablar de Sílvia Orriols ni tendríamos el peligro objetivo de su expansión electoral.

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