La tomadura de pelo

Elna es una localidad catalana cargada de historia que, a partir del Tratado de los Pirineos, pasó, desde el año 1659, a estar bajo jurisdicción francesa. Elna es, pues, un símbolo de la pésima política que desplegaron nuestros antepasados, en este caso el canónigo Pau Claris, el artífice de la primera, efímera y desastrosa República catalana, que buscó el apoyo del rey borbón de Francia en la guerra de independencia del 1640 contra el rey hispánico Felipe IV, de la dinastía de los Austrias, y que acabó con una dolorosa amputación territorial del Principado.

Explican los anales, que en 1285, la población de Elna fue exterminada y las casas, incendiadas y derrocadas, en uno de los episodios más crueles de la guerra promovida por el papa Martín IV contra el rey catalán Pere el Gran. Los vecinos que se habían refugiado en la catedral de Santa Eulalia fueron asesinados y las mujeres, violadas. Por consigiuiente, Elna es una localidad mártir que merece la máxima consideración y respeto, en memoria del horrible genocidio que sufrió.

Y es en la población de Elna donde el ex-presidente Carles Puigdemont ha anunciado que vuelve a presentarse a las elecciones del Parlamento catalán del próximo 12 de mayo para intentar conseguir nuevamente el cargo. Además, ha asegurado que, si obtiene una mayoría en las urnas que le garantice la investidura presidencial, volverá a Cataluña, aunque no se haya podido beneficiar de la entrada en vigor de la ley de amnistía.

Carles Puigdemont lo ha vuelto a hacer. En su trayectoria política ha demostrado, en cantidad de ocasiones, que es un consumado prestidigitador, tanto en el uso de huecas palabras grandilocuentes como en las maniobras de escapismo que practica.

Despistó al helicóptero policial que lo seguía el día del referéndum del 1-O y aprovechó un túnel para cambiar de coche. Dejó con un palmo de narices a las masas independentistas con la proclamación, el 10 de octubre, de la DUI de los 8 segundos. Se escapó a Bélgica el 30 de octubre, después de convocar a todos los consejeros del gobierno para que fueran aquel día a trabajar normalmente al despacho. Se presentó a los comicios del 21 de diciembre del 2017 con la promesa que volvería para tomar posesión del cargo. No lo hizo y renunció al escaño para convertirse en eurodiputado.

Así todo. ¿Qué credibilidad merece un político que ha hecho del ilusionismo y del engaño su praxis habitual? Él se considera el “presidente legítimo”, pero recordemos que en las elecciones del 2015 iba de número 3 por la demarcación de Girona y que fue elegido presidente de la Generalitat por carambola, a causa de la negativa de la CUP a investir a Artur Mas, por considerarlo un exponente de la Cataluña del 3%.

Además, después de su accidentada elección, la Generalitat ha tenido dos presidentes totalmente “legítimos”: Quim Torra y Pere Aragonès. Ahora dice que correrá el riesgo de ser encarcelado por la justicia española si, en las próximas elecciones, obtiene el número de escaños que le garanticen la investidura como presidente de la Generalitat.

¿Cómo lo piensa hacer? ¿Aspira a conseguir la mayoría absoluta, como en los “años de plomo” de su ídolo Jordi Pujol? ¿Cree, sinceramente, que ERC y la CUP le apoyarán para volver a ser presidente si JxCat gana la particular batalla electoral dentro del espacio independentista? ¿Confía que el PSC le hará presidente si pasa por delante de Salvador Illa? Otra tomadura de pelo.

Aquello que es especialmente grave es que Carles Puigdemont haya protagonizado su enésima fantasmada tomando como escenario la localidad de Elna. No solo por el ultraje que significa a la memoria de los habitantes de esta población, que fueron masacrados a sangre y fuego en 1285 por el ejército francés.

Elna también es emblemática porque aquí se estableció, entre los años 1939 y 1944, la Maternidad fundada por la suiza Elisabeth Eidenbenz. Esta institución acogió a las mujeres refugiadas de la Guerra Civil española que estaban embarazadas y atendió el parto de 597 bebés.

Además, en el imaginario independentista, Elna también está en el “altar” porque aquí, supuestamente, se almacenaron en secreto las urnas del referéndum del 1-O, que fueron importadas de China, antes de ser distribuidas clandestinamente en Cataluña.

Por todo ello, que Carles Puigdemont escogiera esta localidad para hacer el anuncio que vuelve a presentarse por tercera vez para optar a la presidencia de la Generalitat, es una osadía que suena a burla. Él, que dejó colgados a los independentistas que se creyeron de buena fe toda la farsa del proceso, ahora pretende que le vuelvan a hacer confianza y a votar como el “verdadero” Mesías de la causa irredenta catalana.

Carles Puigdemont se fue a Bélgica, donde ha vivido en los últimos seis años en una confortable mansión del golf de Waterloo, mientras sus compañeros de aventura en el intento fallido de secesión purgaron casi cuatro años de cárcel, hasta que obtuvieron el indulto de Pedro Sánchez. No hay punto de comparación posible entre una situación y la otra, por mucho que el régimen penitenciario en las prisiones catalanas de los nueve condenados por el Tribunal Supremo fuera flexible y benévolo.

Por eso, que el ex-presidente intente presentarse ahora como el “salvador de la patria”, que apele al supuesto sufrimiento que ha tenido que pasar durante su estancia –“exilio”, dice, prostituyendo esta palabra- en Bélgica y que lo haga en la localidad mártir de Elna es un infame truco de mal prestidigitador a quien se le ve el plumero. El chantaje emocional será el gran “leit motiv” de su campaña electoral, pero en Cataluña -que ya las hemos visto y vivido de todos los colores- a los mentirosos y a los falsarios se les castiga en las urnas.

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