Laporta y Xavi anteponen sus desafíos personales a los intereses del equipo

Están fomentando un estado de euforia extrema, especialmente en la Champions, porque para el presidente puede ser el segundo año en blanco y porque el técnico, ya dimitido, no se juega nada. ¿Están preparados Lamine Yamal y Cubarsí para cargar con tanta responsabilidad?

Joan LaportaJoan Laporta

Estos son momentos tremendamente complicados para cualquier barcelonista debido a que el final de esta temporada, en lo referente al balance y la competitividad del primer equipo, se parece poco al desenlace de las anteriores. Una recta final atrapada ahora mismo entre la euforia de una resurrección ilusionante y sin límites y, aunque no lo parezca a simple vista, un fracaso que sería estrepitoso, sin ningún título, si después de todo el Real Madrid no afloja en el liderato y en la Champions el Barça no acaba conquistando la Champions en Wembley el próximo mes de junio.

Las emociones barcelonistas se concentran ahora mismo, por un lado, en la posibilidad de luchar por reeditar el título de Liga, objetivo que parecía irremediablemente perdido hace un mes después de perder en casa ante el Villarreal y, más tarde, al empatar, también en Montjuic, frente al Granada. En realidad, la distancia respecto al Real Madrid se ha mantenido, lo que reduce las opciones a cada jornada avanzada. Otra cosa es que el juego sí que haya experimentado una evolución evidente desde la ratificación como titulares de dos jugadores, esencialmente, Pau Cubarsí y Lamine Yamal, que han aportado un atractivo identitario a un bloque básicamente integrado por veteranos de guerra y fichajes con los que Joan Laporta ha vaciado la caja, y que solo parecen haber despertado cuando los chavales, ambos menores de edad, han impuesto un ritmo de juego y de entrenamiento muy por encima del trote con el que se venía actuando.

Este resurgir inesperado, que en parte se atribuye, paradójica e inexplicablemente, al anuncio de Xavi de abandonar el banquillo al final de esta temporada, le ha dado una envoltura surrealista a la situación, transformando incluso la propia percepción de los aficionados sobre el entrenador, con muy baja valoración también hace apenas unas semanas y ahora objeto de deseo y hasta de súplicas incondicionales de los mismos que lo denostaban y criticaban abiertamente. “Si no fuera Xavi, lo habría destituido”, afirmó el propio presidente cuando le tocó dar explicaciones sobre el hundimiento del equipo semanas atrás.

Hoy, en cambio, la semana se cierra con informaciones próximas a la directiva que dan por segura la congelación de las gestiones de la dirección de fútbol en la búsqueda de un entrenador de cara al verano, pues no se descarta que, si llegan finalmente los éxitos, Xavi se lo acabe pensando y se quede. Solo un club en estado permanente de descontrol y de improvisación como el Barça actual, que si no ha cambiado de entrenador hace un mes es solo porque Laporta tiene el margen salarial bloqueado por moroso con LaLiga, es capaz de cambiar el relato y vivir permanentemente en un torbellino de emociones tan contradictorias y mareantes en apenas unos días.

Lo explica el brillante dominio de la opinión pública y publicada del aparato de comunicación del laportismo, verdaderamente capaz de generar y de proyectar en el imaginario de los barcelonistas cualquier escenario y atmósfera que se proponga. Ese mismo aparato, que jugaba en contra de los anteriores presidentes, contribuyó a ensombrecer y denostar hasta provocar un estado de crispación y de rechazo social contra la junta de turno en situaciones que, si se comparan, demuestran su capacidad de dominio y de manipulación del entorno. En la temporada 2018-19, por ejemplo, el equipo entrenado por Ernesto Valverde, con Josep Maria Bartomeu de presidente, acabó amargado, denostado y puesto en tela de juicio tras conquistar la Liga y la Supercopa de España, y haber alcanzado y jugado las semifinales de la Champions, llegando a someter en el Camp Nou al Liverpool por 3-0 en la ida. Aquel equipo también se clasificó para la final de la Copa del Rey que disputó ante el Valencia y acabó perdiendo 1-2.

Hoy es posible pronosticar, visto el clamor de entusiasmo y positividad reinantes tras eliminar al Nápoles y la victoria liguera en el Metropolitano el último domingo, que Xavi y Laporta saldrán a hombros si el equipo disputa la Liga hasta mayo, y no digamos si es capaz de hacerle frente al PSG de Mbappé. Aunque no habría rúa como el año pasado, cuando el equipo sumó Liga y Supercopa (como Valverde en aquella 2018-19), éxitos celebrados a lo grande pese al desastroso papel en la Champions, en la Europe League y en la Copa, el clima de satisfacción y la sensación de estar ante un gran futuro seguro que se repetirán.

Por cierto, que en aquella misma temporada 2018-19 el Barça batió la plusmarca mundial de ingresos, 990 millones, y fue declarado club de fútbol más rico del mundo por Forbes a diferencia de la actual que acabará con otro déficit ordinario asegurado y la necesidad más que probable de vender varios de los jugadores con mejor cartel. De poco o nada le sirvió a Bartomeu y a su junta haber consolidado al Barça en la cima internacional en cuanto a facturación, tanto o menos que ganar la Liga y la Supercopa o haber llegado prácticamente hasta el final en el resto de las competiciones, registros que si los acreditase Laporta probablemente sería propuesto para que el nuevo estadio llevara su nombre y para autoproclamarse presidente vitalicio.

Está claro que el baremo de la meritocracia hoy no pasa por los resultados y el análisis coherente de la gestión, sino especialmente por las emociones y sentimiento que es capaz de generar y extender entre el barcelonismo el relato laportista, infinitamente más allá de la realidad y de las certezas.

La tragedia económica y financiera la podría arreglar parcialmente la posibilidad de conquistar la Champions, extremo que, de pronto, ha cobrado un realismo que también responde a esa turbulencia de los estados de ánimo metidos en la coctelera del laportismo. Soñar e ilusionarse es una expectativa legítima que, no obstante, el propio Xavi y la junta harían bien en encauzar y hasta entibiar. Lo mismo sirve para la Liga, donde las dificultades y las complicaciones también son extremas, pese a esa corriente agitada inconvenientemente más de la cuenta a favor de que ese otro milagro también es posible.

Si el equipo lo entrenara Guardiola, en estas mismas circunstancias seguro que habría dado instrucciones internas y externas, sobre todo a la afición, de ambicionar y fantasear en la justa medida porque no hay peor enemigo en el fútbol que la autocomplacencia y la euforia de las que ahora mismo se retroalimentan todos con un efecto multiplicador. Xavi lo consiente porque en el fondo este resurgir es su momento y él ya no se juega nada, solo dejar dicho que la junta le había condicionado su trabajo anterior. Y a Laporta le endiosa y le pone vivir este instante de esplendor y de excelencia mediática, de esta popularidad a la que está tan acostumbrado.

En realidad, ninguno de los dos, egoístamente, está pensado y protegiendo la institución ni el equipo, pues saben de sobras que se pueden caer del alambre en cualquier momento y estrellarse con mucho más estrépito y peores consecuencias. Por explicarlo gráficamente, una cosa es hilvanar un futuro en torno a Cubarsí y Lamine Yamal, prepararlos para lo mejor, y otra cosa muy distinta, y peligrosa, exigir y dar por hecho que gracias a ellos se puede ganar la Champions esta temporada ante cualquiera, sea el PSG, el Real Madrid o el City. ¿Están preparados para lo contrario, es decir, para hacer recaer sobre sus frágiles hombros el peso de no salir airosos de este desafío?

Por poner dos ejemplos significativos, Frank Rijkaard no convocó a Messi para la final de la Champions de París de 2006, depositando la carga de la responsabilidad en las vacas sagradas, e incluso aplazó todo lo que pudo la participación de Iniesta, que fue suplente. El otro, mucho más reciente, es el de Ansu Fati, a quien Laporta le dio el dorsal 10 de Messi en una medida absolutamente precipitada y mediática el verano de 2021. Se lo cargó.

Si al final de esta temporada no se gana ningún título o el subidón se enfría, lo que dejará atrás será tierra quemada, pues con cero títulos Laporta se quedaría por segunda vez en blanco y un balance de una Liga y una Supercopa de España en tres temporadas, eso después de haber dilapidado 1.000 millones en palancas, haber arruinado las cuentas del club, como demuestran las memorias y ha confirmado LaLiga limitando su margen salarial a 204 millones, y haber gastado un dineral en 25 fichajes para acabar concluyendo que la herencia de la cantera es mil veces mejor que el resultado de jugar a las comisiones con los amigos/agentes de presidente. Laporta se juega hasta demasiado si no frena o racionaliza este estado de euforia extrema. Puede ser un todo o nada innecesario. Otra temeridad a la espera de que suene la flauta. A este bajo nivel de gobernanza, frívola y descontrolada, ha llegado la junta de Laporta.

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