Romeu se lleva el abrazo traicionero de Laporta y la ambición de ser candidato

El vicepresidente económico, que entró como un impostor por el electo Jaume Giró, se marcha tras hacer de cuentacuentos del presidente, ser clave en la ruina del club y encontrar un empleo nuevo gracias a hacer de figurante en el palco

Eduard Romeu - Foto: FC Barcelona

Las edulcoradas imágenes, casi románticas, de Joan Laporta y de su ya exvicepresidente económico, Eduard Romeu, abrazándose y deseándose mutuamente lo mejor tras separar sus vidas después de ese breve periodo de caminar juntos por un capricho del destino, son realmente lo que parecen, una comedia forzada por las circunstancias. Teatro del bueno, que diría José Mourinho. A Eduard Romeu lo que le motiva ahora mismo es perseguir y forzar ese sueño suyo de ser presidente del Barça algún día, cuando menos llegar a ser un candidato sólido y respaldado después de que el laportismo se autodestruya dentro de pocos meses, uno o dos años, según los expertos y según el pronóstico del propio Romeu. La maniobra de intentar salir por la puerta grande antes del hundimiento forma parte de ese plan, irse a tiempo de ser recordado como el directivo clave de la recuperación económica y financiera del club tras la tragedia del bartorosellismo, que si no acabó de completarse o de confirmarse será porque, como él piensa que interpretará el barcelonismo, ya no forma parte de la solución.

Hasta parece extraño que el propio presidente Joan Laporta le haya despedido entre aclamaciones y halagos, inflando su ego ante una prensa ciertamente atónita, convocada de urgencia para ser testigo de otra de fuga envuelta en el viejo y gastado argumento de no poder dedicarle al club todo el tiempo que el cargo exige. Prácticamente nadie se creyó el cuento, pues hace meses que es de dominio público entre la población mediática la mala relación, por no hablar directamente de hostilidad y animadversión personal, entre Eduard Romeo y el tesorero de la junta, Ferran Olivé, verdadera mano derecha y directivo de confianza del presidente. Las discrepancias han sido especialmente agrias tanto como irreconciliables sus posiciones, por no hablar del mal rollo que Romeu también ha mantenido, a veces sin controlarse, con la vicepresidenta institucional, Elena Fort, otro foco de tensión que ya no tendrá que soportar.

Eduard Romeu, en realidad, solo seguía en su puesto por la necesidad de presumir y de sacarle el máximo rendimiento a su tarjeta de presentación como vicepresidente económico, especialmente útil a la hora de encontrar un empleo después de que lo despidieran de Audax por decisión de José Elías, su examigo y exjefe, que fue quien puso los 40 millones de aval para que Romeu fuera, contra todo pronóstico, el máximo responsable directivo en materia económica.

Una jugada redonda, el puesto le salió gratis y luego, cuando Laporta ya no lo necesitaba tras la supresión del aval por parte del Gobierno, aceptó quedarse como cuentacuentos del presidente, como un hombre de paja que contaba poco o nada en la toma de decisiones en la materia, exclusivamente reservada al presidente y a su núcleo duro, Ferran Olivé y Alejandro Echevarría para gobierno ordinario del club, y Joan Centelles en lo que respecta al Espai Barça.

La verborrea de Eduard Romeu sobre las horas de trabajo dedicadas al Barça suena a un ejercicio de autocomplacencia al que se unió el propio Laporta señalándolo como “el hombre clave en el plan de viabilidad y del rescate de la economía del Barça”.

Parece una broma, ya que el plan de viabilidad consiste en seguir las directrices de LaLiga que, en función de los ingresos acreditados del club, que son insuficientes frente a los gastos comprometidos, marca y limita los costes por sección. A Romeu le tocaba supervisar los recortes, ámbito en el que ha fracasado, tanto como en ese rescate al que se ha referido el presidente. Difícilmente es posible hablar de recuperación cuando el último ejercicio cerrado, como el anterior y el primero de Laporta, el balance ordinario ha arrojado pérdidas estructurales de 200 millones de media, la deuda no ha bajado, el margen salarial de LaLiga es 204 millones (400 millones menos que hace un año) y, además, está bloqueado porque se debe la venta de Barça Studios, la inscripción de la plantilla actual tiene deficiencias, ya se prevén nuevas pérdidas a 30 de junio, y la junta se ve amenazada por la ejecución de un aval de 18,5 millones si no venden cracks a tiempo de perder su propio dinero… Eso, por no hablar del acuerdo ruinoso e impagable de financiación del Espai Barça después, no hay que olvidarlo, de haber dedicado 1.000 millones netos en palancas solamente a liberar fondos para poder fichar a la generación Lewandowski. Es decir, invertir en operaciones sin escatimar comisiones para, finalmente, verse obligado a recurrir a jugadores libres (veteranos de guerra) o de alquiler como los Joao por falta de posibilidades propias.

Lo único que Eduard Romeu ha podido rescatar, o al menos lo ha intentado, es su imagen en una ceremonia forzada y ungida por la hipocresía y por la necesidad de aparentar que el club sigue en buen estado de revista y de funcionamiento, un escenario que le convenía a ambos en un momento en que cierta prensa, incluso la laportista, está abriendo un poco los ojos y percibiendo la gravedad de la situación y la soledad de un presidente que ha ido celebrando más que lamentando cada una de esas bajas de peso en todos los órdenes de la estructura de la alta dirección interna, ese goteo incesante desde el mismo día de la victoria, cuando cayó el mismísimo vicepresidente económico electo, Jaume Giró, tras descubrir el verdadero rostro del presidente. Eduard Romeu no ha sido, en el fondo, más que una especie de impostor, un beneficiado de una trampa en los avales, una presencia impuesta que nunca pudo integrarse en el camarote laportista, rechazado de plano por sus miembros, que, además, erró en el primer movimiento estratégico, buscando la máxima complicidad con el CEO Ferran Reverter, fulminado por Laporta en cuanto estiró el cuello y tuvo la pretensión de darle lecciones de gestión al presidente.

Romeu se lleva el abrazo de Laporta. O sea, la posibilidad de que muy pronto su marcha se vea afeada por alguna filtración interna desde las cloacas de la directiva, y la ingenua convicción de que los socios lo pueden percibir como un futuro aspirante a presidente. En cualquier caso, a día de hoy y por bastante tiempo, Romeu seguirá siendo cómplice de un desastre económico y financiero sin precedentes en la historia que todavía está por explotar y ser visible en toda su dimensión.

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