El miedo de un régimen asesino

El 1 de marzo a las 10 de la mañana los familiares de Alexei Navalni llegaban puntales a una morgue de Moscú para recuperar el cuerpo del opositor fallecido. Las autoridades rusas se hicieron cargo de su embalsamamiento en vista de que la familia no pudo encontrar ninguna funeraria que se hiciera cargo del cadáver y su velatorio. El equipo y la familia de Navalni contactaron con la mayoría de las empresas del ramo, pero en casi todas les dijeron que no había espacios disponibles; algunos, pocos, reconocieron directamente que tenían prohibido trabajar con ese cliente.

La espera fue larga. Más de dos horas y media tardó en llegar el visto bueno definitivo. El cuerpo del opositor fue entregado a la familia a falta de poco más de una hora para el inicio del funeral. El régimen quería asegurarse de que no se tomaba ninguna muestra que permitiera investigar la causa de una muerte más que sospechosa. Una hora que era el tiempo que necesitaba el coche fúnebre para llegar hasta la Iglesia del Icono de Nuestra Señora Apaga Mis Dolores, en Maryino, donde miles de personas fueron capaces de vencer su miedo y hacer cola para homenajear al líder muerto. Tras una ceremonia corta, donde sólo fueron los familiares, los restos se trasladaron al cementerio de Borisov para ser enterrados. Las autoridades matían prisa a los familiares para que acabasen pronto, mientras el My Way de Frank Sinatra sonaba como despedida.

Poco después del entierro se supo que Navalni estaba muy cerca de ser libre, que casi estaba cerrado el acuerdo que permitiría su intercambio por el oficial de las fuerzas especiales del FSB Vadim Krasikov, condenado por asesinato en Alemania.

En el camino de la libertad se cruzó el miedo del régimen. Un miedo que se disparó el pasado 3 de febrero, cuando un grupo de madres, mujeres y novias de los civiles que fueron movilizados forzosamente en otoño de 2022 para luchar en Ucrania se manifestaron ante el Kremlin. La policía detuvo a una treintena de personas, la mayoría periodistas rusos y extranjeros que cubrían el acto. Las protestas de las madres y mujeres de los soldados influyeron de forma poderosa en la retirada de las fuerzas de la Unión Soviética de Afganistán y Putin lo sabe. Ahora volvían a organizarse a través del canal de Telegram Put Domoi (Camino de Casa).

A partir de esta manifestación, la oposición comienza a sufrir las consecuencias. Cinco días después, el 8 de febrero, Boris Nadezhdin, un líder contrario a la guerra con Ucrania que había logrado que su candidatura a las elecciones presidencial pasase todos los filtros y fuese tolerada para legitimar unos comicios más que adulterados, anunciaba que la Comisión Electoral Central se había negado a registrarla aduciendo que un 15% de las firmas que había presentado no eran válidas y que muchas de ellas correspondían a personas fallecidas. El candidato frustrado aseguraba haber obtenido el triple de las firmas necesarias para ser candidato. Ni sus protestas ni los recursos ante la Corte Suprema sirvieron de nada. Nadezhdin cree que su candidatura asustó al régimen porque iba creciendo semana a semana y las proyecciones de voto le otorgaban entre un 10 y un 15% de los sufragios.

Trece días después de la manifestación de madres y mujeres de soldados movilizados, el pasado 16 de febrero, las autoridades penitenciarias rusas anunciaban que Alexei Navalni cayó inconsciente y murió tras una caminata en el penal del Ártico donde cumplía condena. Justo el día antes había sido filmado en un vídeo en el que se mostraba saludable y de buen humor durante una comparecencia por videoconferencia ante el tribunal que seguía su caso.

La muerte de Navalni debe ser entendida como un aviso a los pocos ciudadanos rusos lo suficientemente atrevidos como para disentir del régimen, y un serio adelanto de hasta dónde puede llegar la represión en el país una vez que las elecciones presidenciales incrementen el poder ya casi absoluto de un Putin que, poco a poco, se va acercando a la paranoia del estalinismo. Las madres y las mujeres de los soldados que están en el frente lo saben y por eso estuvieron presentes en los funerales de Navalni para pedir a gritos que los soldados vuelvan a casa, que ya basta de muertos y mutilados. Saben que no tendrán muchas más oportunidades en un país donde las detenciones arbitrarias son cada vez más frecuentes y el simple hecho de depositar una flor en un túmulo puede ser considerado delito.

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