La política del corazón, según Jordi Turull

El señor Jordi Turull ha tenido un susto con la cosa de la salud. Cuando sintió la opresión asfixiante en el pecho corrió raudo hacia el hospital. El pobre político se encontraba recorriendo el territorio catalán para defender los feudos y los últimos bastiones de su formación en crisis cuando se sintió indispuesto. Sin dudarlo, pidió una ambulancia. Como hubiera hecho yo. Y, para mi sorpresa, corrió hacia un hospital público, también como lo haría yo.

El firme defensor de la privatización, el negocio, el político business friendly prefirió lo público cuando se trataba de salvar la vida. A mi no me queda otra opción que recurrir a la sanidad pública, puesto que no dispongo de ninguna alternativa. Pero él sí podía y, sin embargo, decidió que le arropara el estado. Ese estado que considera perverso. Y represor, para más señas.

Siempre me maravilla como nos metamorfoseamos ante la aparición de la Parca. Cuando le vemos las fauces al lobo nos brota lo más auténtico de nosotros. Jordi no acudió a ninguna bella clínica de la parte alta, a ninguno de esos chalecitos con jardines llenos de médicos sacados de un spot televisivo, canosos y de brillante currículum que incluye hospitales privadísimos de los Estados Unidos, esos que dan conferencias. Nada de eso: se puso en manos de lo común, en un enorme hospital de la periferia, entre bloques de hormigón aluminoso, un hospital que atiende a ricos y a pobres, a parias, pobres y a desamparados, a políticos ultranacionalistas, al príncipe y al mendigo.

Cuando llega la hora de la verdad todo el mundo sabe que es peligroso ponerse en manos de un grupo inversor cuyo único interés es pasar a recoger beneficios a final de año. Nadie llama a la puerta de Adeslas cuando la sombra oscura acecha.

Turull les ha mandado un severo aviso a los clientes de las mutuas privadas. Como buen político, Jordi ha practicado la pedagogía con el ejemplo, que es el mejor modo de hacer pedagogía. De nada sirve que el profesor nos hable de las virtudes del transporte público si cada día le vemos llegar al colegio en su reluciente Toyota 4×4. De nada sirve que nos intente concienciar del deber de ahorrar agua si luego le vemos flotando cual marsopa en su piscina de Matadepera, en esas fotos del Facebook. Turull ha obrado rectamente, con el mejor ejemplo: cuando la cosa se ponga fea, acuda usted a la sanidad pública y déjese de tonterías, tal como yo lo hago. Este es el mensaje de Turull a la ciudadanía que pretendió engañar cuando todo iba bien. Franco murió en un hospital público (aunque rodeado de un equipo de médicos algo peculiar).

Ahora solo le pediríamos a Jordi Turull que lleve a sus hijos a la escuela pública, cosa que escasísimos políticos hacen y de lo que se excusan con argumentos peregrinos: los salesianos me quedan más cerca, dicen, o bien dicen: los escolapios no son privados si no concertados, las carmelitas descalzas son muy inclusivas y etcétera. La existencia de la escuela concertada tras tantos años sigue siendo la dichosa anomalía. La mitad del alumnado catalán se escolariza en la cosa concertada y la administración regional está encantada con el convenio con el clero.

En España la doble moral corre libremente por un campo más amplio que los toros bravos por las dehesas extremeñas. Libertad, dicen, libertad ante todo. Habría que reducir impuestos, dicen. Y estoy seguro de que el señor Turull conoce varias argucias para pagar lo mínimo al estado, con el argumento de que el estado es malo, español y represor. Pero cuando llegan las horas más oscuras va y, sin dudarlo, se pone en manos de la sanidad pública. Bien hecho, Jordi. Es el primer gesto de tu carrera política que aprecio de veras.

Le deseo una recuperación pronta al señor Turull, para demostrar así la bondad de lo público des de su tribuna, y supongo que agradecerá los servicios y las atenciones recibidas por parte de esas enfermeras explotadas, de ese personal sanitario que la Generalitat mantiene en la precariedad, impasible el ademán, mientras sigue abriendo exquisitas embajadas en el extranjero y más allá, mientras manda nanosatélites al espacio, como el impagable «Enxaneta», el satélite que habla en catalán des de la estratosfera. El satélite que inflama el corazón de los buenos catalanes.

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