Sor Lucía, Vox, Hitler y Milei

La monja argentina afincada en Manresa, sor Lucía Caram, reconoció el jueves en el programa Todo es Mentira de Cuatro, que el pasado octubre votó al ultraderechista Javier Milei, porque “entre un corrupto que es basura, Sergio Massa, y Milei que está loco, opté por el loco”. Declaraciones que han generado una gran polémica dado que Milei no esconde que quiere recortar derechos y libertades y eliminar o suspender derechos sociales.

Milei cree que, más allá del actual contexto de crisis argentina en el que «no hay plata», los subsidios, ayudas y la fiscalidad progresiva son una rémora para el crecimiento económico. Milei no plantea sólo recortes temporales para salir de la actual crisis económica. Pretende suprimir, reducir o eliminarlos definitivamente, yendo más allá de lo que proponía en Estados Unidos hace diez o quince años el Tea Party republicano, y de lo que se quedó a medias Margaret Thatcher en Reino Unido en los años ochenta. Pretende hacer desaparecer o dejar al mínimo la presencia y la intervención del estado tanto en la actividad económica como en los servicios sociales, sanitarios, educativos, de paro y jubilación ahora a cargo del estado. Pretende eliminar aquellas políticas de solidaridad tributarias. Una solidaridad y gestión de servicios públicos que nunca podrán sustituir las ONG e instituciones privadas a menos que funcionen como Hamás o Hizbulá en Gaza y Líbano, los narcos latinoamericanos en ciertos barrios o en ciertos estados africanos los señores de la guerra que habitualmente, de forma arbitraria e interesada, ocupan el espacio vacío que provoca la ausencia del estado.

No escondo que nunca he empatizado con los religiosos y religiosas que visten el uniforme eclesial fuera de las celebraciones litúrgicas, sea sor Lucía o aquella iluminada que hacía de las farmacéuticas el objetivo de su diana, Teresa Forcades. El hábito para mí no muestra sencillez, sino que actúa como muro entre quienes lo llevan y el resto de mortales. Y si el uniforme o la toga puede tener sentido en el ámbito judicial o policial, como representación de la administración de justicia y del ejercicio del monopolio de la fuerza, no creo que a los religiosos, vistiéndolo fuera del templo y la liturgia, les acerque a los ciudadanos. Pero a pesar de su sotana y su velo -un velo que ni para mujeres cristianas ni para musulmanas considero que pueda ser feminista o progresista-, sor Lucía me generaba un gran respeto por la labor social que realiza desde el Convento de Santa Clara de Manresa y por sus acciones de apoyo a inmigrantes y refugiados.

Ciertamente no ha sido con Milei la primera vez que Sor Lucía manifiesta su opción electoral. Ya lo hizo en el 2015 apoyando a Artur Mas y Junts pel Sí, en un momento en que la otra monja con hábito, Teresa Forcades, lo hacía por la CUP. Pero reconociendo que ahora ella ha votado a Milei, que no muestra ninguna empatía por los débiles y los más pobres que ella defiende, creo que ha decepcionado a muchos de los que creían en ella y sus valores, más cuando en España sólo Vox apoyó a Javier Milei. De hecho, las relaciones entre Milei y Vox no son de ahora, sino que hace dos años Milei, cuando aquí era un desconocido, ya honró al partido de Abascal asistiendo e interviniendo en algunos de sus actos. Pero para mí lo peor que ha hecho Caram, ha sido justificarlo diciendo que «entre un corrupto que es basura y un loco, he apoyado al loco», sin plantear otras opciones en la segunda vuelta como el voto en blanco y el voto nulo.

El año 1932, en Europa catorce millones de ciudadanos con argumentos similares apoyaron en Alemania a quien muchos ya consideraban un loco, Adolf Hitler, pero que se presentaba como un cambio frente a los políticos ineficaces y corruptos de la decrépita República de Weimar. Luego ya sabemos lo que vino. Y como Adolf Hitler, Milei tiene una característica que hay que reconocer. Milei, como Hitler, nunca ha escondido sus intenciones, ni el modelo social al que aspira.

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