El laportismo se ha visto sometido a unos días de presión y de incomodidad como consecuencia de la mala salida y entrada de año, desde el punto de vista económico, después de confirmarse que la enésima reventa de Barça Studios se ha fundido a negro dejando a Joan Laporta sin la posibilidad de seguir fichando compulsivamente más allá de la puerta que se le ha abierto de pronto con la lesión de Gavi que, por ser de larga duración, le ha permitido colar la llegada de Vítor Roque, que parecía casi imposible.
Al menos, el aterrizaje de Tigrinho ha servido de cierto contrapeso mediático en medio de un estado de ánimo y actitud del barcelonismo que, por primera vez, le ha raspado popularidad y carisma al presidente y a un modelo de gestión que no por ruinoso y desconcertante le había causado el menor desgaste hasta ahora.
Ha sido la coincidencia de la mala imagen del equipo, junto con las declaraciones exculpatorias de Xavi señalando a los jugadores y la incomprensible noticia de que la palanca de Barça Studios es un montaje financiero de enorme riesgo, el detonante de un malestar que se ha reflejado en las dos encuestas que los diarios Mundo Deportivo y Sport han publicado en las fechas de mayor tranquilidad de las fiestas navideñas.
La primera (Mundo Deportivo), sobre un target de socios realizado antes del percance con Libero, ya había rebajado sustancialmente la confianza y las expectativas de la junta y de Xavi y la segunda (Sport), completamente digital y abierta, pero cerrada tras el nuevo pinchazo de la venta de Barça Studios, bajó en dos puntos de promedio las malas notas y subió la intensidad y acidez de la crítica.
En realidad, sin embargo, el efecto depresivo y más oxidante lo ha provocado el propio laportismo mediático, tan entregado, servil, ciego, sordo y mudo hasta ahora que, cuando se ha visto por un momento ante el espejo de su propio y vergonzoso papel, no ha sabido cómo explicar ni justificar la auténtica realidad que vive el club. Periodistas, comunicadores y personajes de esa amplia nómina ideológica del laportismo se han sentido, de pronto, indefensos, vulnerables e incapaces de sostener el relato exagerado y tan gratuito de siempre sobre la genialidad y la audacia de un personaje imbatible e inviolable como Laporta.
El derrumbe del equipo ante el Girona fue clave, el punto de partida de este miniciclo agudo de bajada, impensable incluso después de haber caído en Montjuic ante el Real Madrid, una derrota posible y recuperable en el contexto de sus duelos particulares a lo largo de la temporada. La puñalada del Girona, al que Xavi le había robado a su futbolista más determinante en el juego, Oriol Romeu, llegó cuando el Barça estaba a tiro de comprimir la cabeza de la clasificación con una victoria en casa que hubiera dejado las cosas en un escenario de normalidad.
Desde aquel revés, el discurso del Xavi se volvió tragicómico y confuso, su propia continuidad fue objeto de debate por culpa de derrotas inesperadas en Champions y de partidos espantosos que, aunque se amarraran los puntos, como ante el Alavés o el Almería, no sirvieron para mejorar la confianza de la afición ni alcanzar al Madrid o al Girona. Para rematarlo, el Atlético de Madrid desplazó al Barça a la cuarta posición tras ganar un partido aplazado, circunstancia que finalmente acabó de ensombrecer el fin de año con esa desesperante fuga de otro comprador de Barça Studios.
La interpretación que ha hecho la propia prensa laportista ha sido la de alguien cabreado y ofendido porque le han tomado sistemáticamente el pelo desde que Laporta es presidente. Ha sido lastimoso escuchar a laportistas destacados de los principales medios repetir «lo siento» o «me sabe mal» antes de admitir como algo cierto que la operación de Barça Studios y el resto de las palancas no han potenciado, sino al contrario, la situación económica, especialmente a la hora de fichar y de pasar vergüenza ajena cada vez que se debe inscribir a un jugador en LaLiga. Los laportistas mediáticos -aunque no todos- se han sentido ridículos y embaucados ante las reiteradas excusas, mentiras, retrasos, falsas expectativas y sospechosas operaciones, algunas fabuladas y construidas como un castillo de naipes, con urgencia y precipitación. Solo para ir tirando la pelota hacia adelante y, en definitiva, empobrecer y arruinar más al Barça en cada paso.
Por un momento, algunos han abierto los ojos y han reaccionado agraviados, mientras que otros, patéticamente como Lluís Carrasco, han señalado a Libero como culpable de lo ocurrido y han calificado casi de heroico el sacrificio familiar de Laporta, que lleva una semana en Dubai celebrando el año nuevo, comiendo caviar del más caro y teóricamente buscando alternativas al portazo de Libero que, por cierto, esa misma prensa, aunque pelota y aduladora, había anunciado desde noviembre.
Siempre quedarán laportistas, pues son bastantes, demasiado cobardes y dependientes como para arriesgarse a dejar el nido antes de tiempo, pero desde luego lo que el actual entorno laportista necesita son victorias y éxitos convincentes del equipo de Xavi, empezando por ganar hoy en Las Palmas, como sea, superar obviamente el partido de Copa ante un rival muy inferior y ganar la Supercopa como el año pasado, que sirvió de bálsamo a la agria despedida de la Champions y sentó la confianza suficiente para amarrar la Liga.
Por descabellado que parezca, Laporta se juega demasiado en este arranque de enero: se juega que no se le caiga el decorado de cartón-piedra sobre el que se desarrolla un mandato que, demasiado pronto, ya está sentado sobre marcador de cada semana. Y eso sí que es un polvorín con la afición mosqueada y una parte de ‘su’ prensa escamada y tensa.
