El laportismo se mete en una crisis interna por sus dudas sobre la figura de Xavi

La junta y el entorno mediático que lo sobreprotege exhiben un exagerado y precipitado nerviosísimo porque saben que la fachada de los buenos resultados es clave para su supervivencia y control del barcelonismo

Joan Laporta y Xavi Hernández
Joan Laporta y Xavi Hernández

El problema añadido a una atmósfera que empieza a reflejar un cierto estado de nerviosismo en torno al primer equipo del FC Barcelona y sobre todo de la destreza de Xavi para entrenarlo, o mejor dicho para evolucionarlo, radica en la esquizofrenia mediática que ha alcanzado un punto desesperante de no retorno. Al Barça le será difícil encontrar otra vez un cierto nivel de equilibrio y de estabilidad como el alcanzado el año pasado cuando, a pesar de los descalabros en la Champions y en la Europa League, la conquista de la Supercopa de España le sirvió para encajarlos y, por lo menos, mantener la entereza, un perfil útil de juego y de regularidad para, finalmente, imponerse en la Liga con un margen de superioridad indiscutible sobre el resto, al menos en puntos. En cuanto al juego, ámbito donde el resultadismo ganó la batalla, se dio por hecho que la mejora y el perfeccionamiento llegarían como la fruta madura en este segundo año completo de Xavi. Eso sí, al tercer intento.

Ahora es más complicada de explicar y de justificar esta situación de estancamiento tras la llegada de cinco fichajes más, tres de ellos de talla internacional como Gundogan, Joao Félix y Joao Cancelo, y dos de primer nivel nacional como Íñigo Martínez y Oriol Romeu, además de la explosión imprevista de Lamine Yamal y de Fermín, circunstancias que han aumentado la exigencia y la necesidad de dejar atrás el agridulce recuerdo de tantos partidos de la Liga pasada ganados por la mínima y con más control defensivo que imaginación y fertilidad atacante.

La realidad, sin embargo, ha demostrado que al equipo le está costando demasiado subir ese peldaño en cuanto a solvencia, confianza y seguridad en sus propios recursos, que sigue «en construcción» como ha reconocido el propio Xavi tras la derrota ante el Girona en casa esta semana, en un análisis que ha disgustado a los aficionados y dejado perpleja a la prensa y al conjunto de los opinadores.

Una especie de crisis de personalidad y de identidad no tan aguda como mantenida en el tiempo que, como aspecto más relevante, ha agotado la paciencia y la complacencia de una prensa con signos evidentes de no saber exactamente cuál es su papel dentro de esa inclinación servil y protectora con el proyecto de Joan Laporta. El propio presidente ha contribuido a esta especie de bipolaridad porque lo mismo sale a jurarle amor y fidelidad eternos a su entrenador que no disimula su malestar ante testigos el perfil y el rendimiento de las alineaciones de Xavi. Laporta ha alimentado y se diría que hasta ha fomentado cierto debate sobre si se estaba cansando de esta línea de juego actual, no del todo involutiva, aunque sí huérfana de signos evidentes de progreso, por no hablar de esos gestos de afecto y proximidad puntualmente desconcertantes hacia el técnico del filial, Rafa Márquez.

Xavi, además de perder el potencial apoyo del lobby guardiolista y cruyffista que domina la profesión, también ha detectado un cierto transfuguismo entre las filas de sus propios fans mediáticos, donde ya escasean los incondicionalmente leales a la causa. Un cambio de decorado que lo ha alejado de esa zona de confort en la que se había instalado desde su llegada de urgencia al banquillo azulgrana.

Lo peor, coincidiendo con la contundente derrota ante el sorprendente y sólido líder gerundense, ha sido la ruidosa, incontenible y salvaje reacción crítica contra Xavi y contra algunos de sus jugadores una semana después de haberles dedicado los más admirados elogios y felicitaciones por el triunfo ante un rival directo como el Atlético de Madrid (1-0). Como el Barça venía de titubear y mostrar un evidente retroceso en los partidos siguientes a la derrota en Montjuic ante el Real Madrid, la secuencia de dos victorias sobre el Porto y el Atlético provocaron una espumosa y probablemente exagerada catarata de titulares y de calificativos épicos sobre las ambiciosas posibilidades de este equipo y la superlativa inteligencia táctica de Xavi Hernández.

La tormenta se ha desatado porque tras el empate del sábado pasado del Real Madrid en el campo del Betis, donde aún no ha ganado nadie este curso, la opinión pública barcelonista, medios y e influencers, generaron en la previa de recibir al Girona una desmelenada euforia al final de una semana de autocomplacencia y de unas expectativas excepcionalmente pretenciosas. Se dio por hecho que la reparación de las dudas y del propio juego Xavi las había solucionado ante el Porto y el Atlético de Madrid, de modo que una victoria sobre el Girona aparecía como la carambola perfecta para restar de golpe cinco puntos a los líderes, dos al Real Madrid y tres al Girona.

La cuestión ahora no se centra tanto en el margen de recuperación y de remontada, que indudablemente lo hay de sobras, pues peor llegó a estar en enero de 2015 el equipo de Luis Enrique antes de anotarse el segundo triplete de la historia, sino en cómo reordenar esa ponderación interna y externa de fuerzas que habían fabricado un cordón sanitario en torno la figura de Xavi y la confianza en el proyecto. Laporta, en otro cómico alarde de su ciclotimia, se ha visto obligado a filtrar que ha prohibido a sus directivos mostrar o transmitir su mosqueo con Xavi cuando es él mismo quien lo hace y trata de inmiscuirse en los planes del entrenador, no solo en los fichajes como el del Joao Félix, impuesto, sino también en la convocatoria del partido en Amberes para asegurarse el premio económico de la victoria en Champions.

Sobra también, por infantil y patético, que personajes como Enric Masip, demasiado ocioso, cavernoso en los malos momentos y oportunista en las victorias, salga a afirmar, tras el 1-0 al Atlético de Madrid, que «el equipo ha hecho un clic«, aventurando el inicio de un ciclo imparable y victorioso. A estas alturas debería saber que las temporadas son lo bastante largas, cambiantes y complejas como para saber estar callado, especialmente si no sabe de lo que habla ni a nadie le interesa demasiado su opinión. Como también produce inquietud que tras la derrota ante el Girona, el director de fútbol, Deco, se alineara con el discurso del vestuario, admitiendo el bajo rendimiento del equipo, y no con el de Xavi, que buscó otras excusas y evitó la autocrítica.

Solo es un detalle, pero demostrativo de que el barco se mueve demasiado en un parte de marejadilla como la actual por culpa de los golpes de timón de unos y otros, tan innecesarios y ansiosos que han provocado, ahora sí, un escenario de tormenta y de crisis que ha puesto a Xavi en el disparadero. Seguramente no es tan responsable de las acusaciones y críticas sobre algunos aspectos como el de los fichajes y de ciertas decisiones de club que le ha tocado asumir. Otra cosa es que, desde el primer momento, no fuera el técnico ideal ni el preferido de Laporta o que en este contexto de crisis más o menos prefabricada o más o menos real sólo haya que apuntar al banquillo. Si Xavi hablara o desde la junta se supiera toda la verdad sobre los fichajes de Raphinha, Lewandowski, Koundé o el alquiler de los Joaos algún punto de vista cambiaría. En cualquier caso, la clave de la supervivencia del laportismo pasa exclusivamente por un forjado de eslabones de intereses personales, no de club, y la sobreprotección mediática del proyecto. Si algo se rompe porque los resultados no son los esperados y los que verdaderamente lo enmascaran todo, el derrumbe puede ser catastrófico.

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