Cuando a medio país (incluidos militantes y simpatizantes de organizaciones de izquierda) se le caía la baba elogiando la figura histórica y molt honorable de Jordi Pujol. Cuando era muy, pero que muy difícil pensar y hablar contracorriente. Cuando Carlos Jiménez Villarejo y Jose María Mena eran insultados por su “atrevimiento”. Cuando no dábamos importancia a cosas que ya entonces eran importantes. Cuando apenas nadie quería ver “el plan estratégico” de nacionalización nacionalista .Cat que se iba desplegando ante los ojos de todos. Cuando incluso nosotros mismos usábamos el término “españolistas” para descalificar a los críticos del nacionalismo catalán. Cuando nadie se atrevía a denunciar la corrupción aléfica que corría por venas y arterias del país. Cuando era normal y razonable hablar del oasis catalán por aquello de que “nosaltres estem fets d’una altra pasta!”. Cuando apenas nadie alzaba la voz contra los comentarios xenófobos de tantos y tantos dirigentes políticos nacionalistas. Cuando era necesario y muy razonable convocar un “congreso científico” bajo la falsa consigna “España contra Cataluña (1714-2014)”. Cuando casi nadie alzaba la voz contra la inmersión lingüística obligatoria y uniformista y la izquierda (más papista que el Papa en ocasiones) tendía a confundir apoyo al catalán con desprecio del castellano. Cuando casi todo el mundo reía chistes sobre la “Puta España”. Cuando el término charnego resultaba simpático, casi una caricia de amigos. Cuando era signo de catalanidad y pureza de país ser culé, y signo de españolismo reaccionario (incluso de apestado) ser seguidor del Español. Cuando se consideraba razonable y riguroso hablar de Estado español y casi impío usar la palabra “España”. Cuando intentaron conseguir (y consiguieron en parte) que muchos ciudadanos catalanes se avergonzaran de no tener nombres y apellidos catalanes-catalanes. Cuando una buena parte de la intelectualidad catalanista nos llamó “colonizadores lingüísticos”. Cuando Josep Guardiola no solo era considerado un gran entrenador sino el filósofo por excelencia del país. Cuando parejas jóvenes marcaban a sus hijos con “nombres muy catalanes” que apenas se habían usado desde hacía dos o más siglos. Cuando nos creímos todas las falsas historias nacionalistas sobre el 11 de septiembre de 1714. Cuando la izquierda acudía a manifestaciones convocadas por grupos secesionistas como ANC y Òmnium Cultural, justificando su presencia con aquello de transformar la concentración en una jornada revolucionaria rodeando el sede central de La Caixa. Cuando se hablaba de nuestra guerra civil como una guerra de España contra Cataluña. Cuando la asignatura de Historia (y materias afines) era usada en la enseñanza primaria y secundaria como un procedimiento de adoctrinamiento ideológico. Cuando organizaciones de izquierda insistían en su soberanía y en su alianza a convenir (pero no más, ni un centímetro) con otras fuerzas afines del “Estado español”. Cuando se consideraba apropiado que una fuerza de izquierda llevara por nombre “Iniciativa per Catalunya”. Cuando sectores de izquierda consideraron revolucionaria su participación en la jornada de agitación nacionalista del 1-O… Cuando todo eso ocurría, hubo gente que contra corriente, en minoría de muy pocos, casi en soledad y con mucho coraje político levantó la mano ostensiblemente, plantó cara a los poderes .Cat y dijo y repitió cuantas veces fue necesario una palabra mágica: NO, NO, NO.
Son los mismos que, a día de hoy, no se tragan el cuento de la amnistía. No digo que estén forzosamente en contra. Digo que no se tragan los cuentos que nos cuentan (León Felipe: “Sé todos los cuentos”) para hacernos creer que todo, a partir de ahora, será acuerdo, buen rollo, reconciliación, autocrítica, reconocimiento de errores y desmanes, un estar y convivir en fraternidad y apoyo mutuo, una aceptación sincera de la diversidad en .Cat, un no volver a las andadas…
Y no es eso, compañeros, desde luego que no es eso.
