La normalización de la violencia

La violencia machista se extiende como la pólvora entre generaciones cada vez más jóvenes y no entiende de formatos. Así lo corrobora elDiario.es que expone unas cifras preocupantes que ha podido recoger la fundación ANAR, que gestiona un teléfono y un chat de atención a niños, niñas, niños y adolescentes que, entre otros, da respuesta a casos de violencia de cualquier tipo. Esta Fundación expone un dato chocante y que, como sociedad, debería hacernos saltar las alarmas: desde octubre de 2018 hasta el mismo mes del año pasado, el número de niñas y adolescentes atendidas por violencia de género ha crecido un 87%.

Por lo que se refiere a la metodología empleada por los agresores para ejercer esta violencia, la más común, concretamente en el 82% de los casos, es mediante el uso de la tecnología. «El agresor utiliza esta tecnología a su favor y el adolescente no tiene experiencia vital suficiente para saber si está en una situación de riesgo», analizan desde ANAR.

Susana Alonso

Otra buena forma de corroborarlo sería también leyendo prensa diaria. Cada vez es más frecuente ver titulares que hablan de violaciones o agresiones en masa entre adolescentes o niños pequeños. De niñas que se quejan ante sus padres por un niño que las acosa en la escuela y quizás sólo tienen 12 años. De hecho, hace unos días, la Fiscalía General del Estado publicó que, en el último lustro, se ha evidenciado un aumento de un 116% de agresiones sexuales cometidas por menores.

Debemos entender también que violencia no es sólo violar, matar o agredir, sino que estos hechos crueles y sin lugar a dudas dignos de castigo, son la punta del iceberg de la problemática de la violencia machista. La base comienza con hechos como la anulación o invalidación de la persona, el control, los celos excesivos o el chantaje emocional. Otras actuaciones en el orden del día como la difusión de vídeos privados de contenido sexual, la creación de imágenes íntimas mediante la inteligencia artificial, el acoso bajo un perfil anónimo o el simple acoso, son también violencia.

Así, la violencia ha cambiado en formato y en perfiles, o más bien se ha extendido. Como los datos evidencian, ya no se trata únicamente de violencia intrafamiliar, sino que llega a los más jóvenes. Los acosadores ya no sólo abarcan a las víctimas en un tiempo y espacio concretos, durante el cara a cara, sino que las nuevas tecnologías y las redes permiten el escrutinio y la persecución hasta los rincones más íntimos de la vida del acosado. En definitiva, el poder y el abuso se extienden desde los espacios públicos -aulas, plazas, patios de escuela, oficinas, etc.- hasta los privados -lavabos, habitaciones y cocinas.

Si a todas estas malas praxis preocupantes añadimos el hecho de que, desde 2021 los datos del Barómetro Juventud y Género realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD expresan que el negacionismo de la violencia machista se dispara entre los jóvenes y uno 20% ya no la considera un problema, queda un panorama social complicado de cara al futuro. Según este mismo barómetro, el porcentaje de chicos jóvenes que percibe la violencia de género como un problema social «muy grave» se ha reducido desde 2017. La percepción de la violencia machista que tienen chicos y chicas jóvenes (de 15 a 29 años ) ha crecido de forma desigual en los últimos años. Mientras ellas consideran cada vez más que esta violencia es un problema social muy grave -72,4% en 2017 y 74,2% en 2021-, el porcentaje entre los chicos que están de acuerdo con esta afirmación se ha reducido: del 54,2% en 2017 a apenas el 50% en 2021. Además, uno de cada cinco jóvenes hombres -el 20%- cree que la violencia de género no existe y que es un “invento ideológico”. Una cifra que dobla la de 2017.

Es por eso que quizás habría que reclamar responsabilidad a las instituciones y plataformas digitales. Responsabilidad que se traduce en educación sexual, mediática y valores, en erradicar comportamientos machistas y actitudes de superioridad por parte de chicos cada vez más jóvenes. En prevención, sensibilización y detección para enseñar que el género masculino no tiene control sobre el femenino y que, si bien las redes sociales son la pólvora del siglo XXI, la educación es el escudo más preciado contra ésta.

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