Un pogromo y una Nakba en el siglo XXI

Cualquier cosa que se diga por parte de personas que no estamos afectadas y que vemos de lejos los acontecimientos en Israel/Palestina debe partir de la modestia y el respeto. No podemos imaginar el dolor de las familias y el sufrimiento de los afectados. Pero nos afecta a todos: nos afectará económicamente (como afectó a la guerra de Yom Kipur en 1973) y existe un claro riesgo de expansión y escalada; puede haber enfrentamientos en Europa (en Madrid y Barcelona ya sabemos lo que son los atentados yihadistas), y la Unión Europea como potencia comercial y política puede jugar un papel importante si se pone a ello. Las universidades del mundo occidental no han sido ajenas al debate, como ha ocurrido en la Universidad de Harvard, donde un grupo de reputados docentes ha tenido que salir al paso de los disparates de cierta extrema izquierda.

Debemos ser muy prudentes a la hora de querer imponer, en estos momentos dramáticos, nuestras ocurrencias de lectores de sofá, o aún peor, como ya han hecho algunos, intentar vincular el discurso sobre lo que decimos de los hechos de estos días a nuestras irrelevantes disputas locales. Nuestras fórmulas no van a resolver un problema de convivencia con repercusiones globales que hunde sus raíces en 5000 años de historia.

Susana Alonso

Pero el hecho es que se ha producido, en pleno siglo XXI, el equivalente a un pogromo: una matanza como las que se producían (también en España, también en Cataluña) en la Edad Media y después, y que nuestros antepasados remataron con el trágico error de la expulsión de los judíos (junto a los musulmanes). Ahora lo llamamos justamente terrorismo, pero nos quedamos cortos si atendemos al pasado de persecución y crueldad que ha recibido al cabo de los siglos la comunidad judía, rematado con el Holocausto, del que no hace ni un siglo. Y se ha producido, se está produciendo mientras escribo, también en pleno siglo XXI, el equivalente a Nakba (o catástrofe), la expulsión de los palestinos de sus hogares, como sucedió en 1948.

Autores judíos como Freedland o Schama, personalidades de reconocida trayectoria progresista, han escrito artículos dolorosos que son de lectura obligatoria. Leámoslos con respeto. Otros intelectuales que conocen muy bien el terreno, como McCann o Scheindlin, y que han luchado y lo siguen haciendo por la paz, han escrito piezas que quienes vemos el problema como algo lejano no podemos hacer otra cosa que absorber y procesarlo lo mejor que podamos. También algunos de nuestros referentes, como Riverola o Muñoz Molina, han escrito notables columnas, sobre todo aquellas que nos recuerdan la realidad de los muros imposibles y la segregación de la población palestina en los llamados territorios ocupados; llamarles “ocupados” sirve poco para captar su realidad día a día. Mejor leer el fantástico libro «A Day en el Life de Abed Salama«, de Nathan Thrall, sobre la administración diaria de la segregación en Cisjordania.

En ocasiones anteriores me he hecho eco de los autores y movimientos que pedían superar la «solución» de ambos estados y promovían la prioridad de convertir la «realidad de un estado» con segregación y discriminación (donde el único estado realmente existente en vez de de proveer bienes públicos se ha convertido en un club al que la mitad de la población bajo su control no puede acceder), en un estado igualitario. Que proponen pasar del derecho a separarse a la responsabilidad de compartir un espacio tan pequeño. Algunos han aprovechado para ajustar cuentas con estas voces (“¿no lo veis que no podemos entendernos?”), pero se han añadido nuevas, como la del economista Thomas Piketty, calificado en El País como “el último intelectual francés”. Se añade a nombres honorables como Hannah Arendt, Edward Said o Tony Judt. Estas voces no han desaparecido de New York Times o The Economist. Son más necesarias que nunca. Sé que la posición de la ONU es oficialmente la solución de ambos estados, y nuestros partidos la siguen proponiendo bienintencionadamente, porque recoge el último consenso después de un (ya lejano) proceso de paz. Pero seamos honestos: no ha funcionado, no ha impedido un pogromo y una Nakba en el siglo XXI. ¿Qué hacemos hasta que no haya dos estados? ¿Creemos que si algún día están ahí el conflicto se acabará? Por favor…

El polvorín provocado por el nacionalismo y el fanatismo religioso en Oriente Medio no se apagará con las instituciones del siglo XX, en parte basadas en el error de Wilson. Las Naciones Unidas y el estado-nación son totalmente insuficientes. Algunas sirvieron en el pasado, permitieron, junto al proceso de integración europea, superar los dramas de la segunda guerra mundial. Pero hoy hace falta ir más allá, creo, dicho con voz baja y humildad. Quizás me equivoco, pero no estoy solo.

La lección del Holocausto es que nada parecido puede volver a pasar a la comunidad judía… ni a nadie. Las instituciones del mundo actual no son suficientes para evitarlo.

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