Tres chiquillos palestinos

Hace unos días volvía a casa cansado y con ganas de dejarme caer en el sofá, poner el televisor y tragarme las últimas noticias terribles de los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza, con el consiguiente recuento de niños asesinados. A unos metros de la puerta de mi casa me detuvieron tres chiquillos que deben tener unos seis o siete años, quizás ocho. Me pidieron un euro porque su madre lo necesita para “una empresa palestina”. Es decir, no sabían muy bien qué les había pedido aquella mujer. Uno de ellos me aclaró tocándose el pecho que era su madre, no la de los demás.

Les pregunté cómo se llamaban. Me dijeron tres nombres árabes, pongamos que Mohamed, Musa y Ahmed. No me los apunté pero por ahí iba la cosa. Eran tres chicos espabilados, despiertos y se expresaron en un castellano perfecto. Les di un billete de cinco euros y se les abrieron unos ojos como platos. No acababan de creérselo. Se fueron felices, gritando y riendo. Uno de ellos iba con un patinete. Los otros dos corrían a su lado.

Ya en casa, las noticias eran las que me temía. Niños y niñas palestinos muertos por las bombas que lanza Israel en la Franja de Gaza. No sé si Mohamed, Musa y Ahmed decían la verdad o me engañaban para tocar mi fibra sensible. El caso es que cada vez que veo u oigo hablar de niños vivos o muertos en la Franja de Gaza pienso en esos tres chiquillos.

No he vuelto a verlos. Me haría ilusión. Les abordaría y les pediría cómo va la recaudación de dinero por la “empresa palestina” de la madre de uno de ellos. El sábado fui a la manifestación de apoyo a Palestina y contra los bombardeos israelíes que matan a niños y adultos en Gaza. Han sido asesinados más niños en las tres semanas de estos bombardeos que en el pasado año en todas las guerras y conflictos que hay en el mundo.

En el mundo hay genocidas y chavales como los tres que me alegraron aquella noche. Que os vaya bien en la vida, niños, pero un día tendríais que contarme si ibais de buena fe o queríais engatusarme. El futuro es vuestro. Ojalá no perdáis la mirada traviesa e ingenua que me regalasteis.

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