Hamás y la ceremonia de la hipocresía

Leo, no sin decepción, las siguientes palabras del escritor Antonio Muñoz Molina, aparecidas en un artículo suyo publicado recientemente en El País (En un paisaje de murallas, 14 de octubre): “(…) una parte considerable de la izquierda internacional, encallada en la fidelidad a sus propios estereotipos y maniqueísmos, tan enfervorizada en la defensa de la causa palestina que confunde a veces a terroristas sanguinarios con luchadores por la libertad, y siente tanta compasión por las víctimas de las agresiones de Israel que ya no le queda ninguna por las otras víctimas israelíes que no son menos inocentes”. Y añade, a renglón seguido: “la derecha sufre una miopía inversa”, sin más explicaciones.

La observación es injusta, por lo que respecta a la izquierda. Todo gremio, tiempo y lugar tiene sus sectarios, y la izquierda no es una excepción. Pero solamente ésta, de momento, reivindica para el conflicto palestino-israelí el valor de un factor que es capital para un periodista y que debería serlo para toda persona que, parafraseando a Ortega y Gasset, “le interese no tanto juzgar como entender”: el contexto. La derecha (desde Ayuso a Pilar Rahola), la Unión Europea y una parte considerable de la prensa juzgan el salvaje ataque de Hamás como un suceso totalmente aislado, sin pasado, sin conexiones, sin mencionar el tortuoso camino que ha llevado hasta él. Una versión de los hechos, por tanto, ferozmente maniquea, por cuanto nos hurta los matices, los detalles: Sencillamente ha habido una agresión terrorista y el estado de Israel tiene derecho a defenderse. Punto.

Flaco servicio a la comprensión cabal y objetiva de los hechos. Y comprender cabal y objetivamente no significa justificar la violencia, que es la artimaña perversa que los enemigos del contexto suelen emplear para desacreditar a quienes sí lo reivindicamos. Estos días ha aparecido en el digital Público un artículo firmado por el escritor, ensayista y filósofo Santiago Alba Rico, donde afirma: “Me irrita mucho que la hipocresía me dicte, so pena de ostracismo, qué debo condenar y qué no”. Es la misma hipocresía que omite que fue el propio Israel quien facilitó, en los años 80, el crecimiento de Hamás, para no tener que negociar con Yasser Arafat. La que oculta, como denuncia el secretario general de la ONU, Antonio Guterres (hoy literalmente linchado por Israel), que los ataques de Hamás “no ocurren en el vacío” sino que se producen tras “56 años de ocupación asfixiante del pueblo Palestino”. Una ocupación, por cierto, que ha provocado, en palabras de Juan Manuel de Prada, en su magnífico artículo Palestina, publicado en ABC, “una hecatombe silenciosa”, sobre la que “la prensa sistémica calla malignamente”: “Sólo este año” -señala-, antes de que Hamás lanzara este ataque desesperado, el ejército israelí había asesinado a más de 250 palestinos, muchos de ellos niños y mujeres indefensas”. La que calla, en fin, ante el hecho de que, como explica Alba Rico, “los palestinos lo han intentado todo en las últimas décadas, incluso convertirse en las víctimas ideales, entregando más territorio en Oslo, pactando la seguridad interior de la Autoridad Palestina, buscando formas alternativas, pacíficas y hasta pacifistas, de resistencia. Nada ha servido”. Cesiones continuas que siempre han obtenido la misma respuesta: nuevos asentamientos ilegales de colonos judíos fanatizados, nuevas anexiones, nuevos bombardeos y nuevos muros de separación.

Realmente no es la mejor estrategia si quieres llegar a una coexistencia pacífica con tu adversario. Pero es que Israel no desea un entendimiento, sino poner contra las cuerdas al enemigo hasta tal punto que, al final, la pura desesperación al constatar cómo las cesiones no sirven, cómo la legalidad internacional no sirve (¿qué fue de las Resoluciones de la ONU incumplidas por el estado hebreo?), cómo hasta los propios gobiernos árabes no sirven (pues ya están abandonando a su suerte a sus hermanos de fe), lleve a los palestinos a un dilema trágico: o su anulación total como pueblo, o el más abyecto y bárbaro terrorismo.

Pues bien: ha sucedido lo último. Hamás ha entrado en Israel y ha cometido una atroz matanza de civiles. Sin ese molesto obstáculo llamado “contexto”, el estado hebreo queda ahora eximido de toda responsabilidad, de todo escrúpulo moral, con las manos libres para perpetrar en Gaza un verdadero genocidio, que es lo que ya está sucediendo a cuentagotas, a la espera de la hecatombe final. Ya lo ha dicho el propio ministro de Defensa israelí, Yohav Gallant: “no habrá electricidad, no habrá comida, no habrá combustible. Nada entrará y nada saldrá. Estamos luchando contra animales y actuaremos de manera acorde”. Un bloqueo criminal al que seguirá la más absoluta aniquilación militar.

Y ahora, sin hipocresías, contesten a esta pregunta: si lo de Hamás es terrorismo, a lo de Israel… ¿qué nombre le damos?

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1 comentario en «Hamás y la ceremonia de la hipocresía»

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