Amnistía para los abrazos

Hace unos años, paseando con buen amigo por la plaza del Ayuntamiento de Valencia (antigua plaza del muy antiguo Caudillo), nos sorprendieron unas chicas jóvenes que nos preguntaron si nos podían abrazar. De hecho, abrazaban a todos los paseantes que se les acercaban, como si ese día (creo que era domingo) celebrasen la fiesta -o la comunión- de los abrazos cálidos y reconfortantes, como los que nosotros pudimos disfrutar por su original iniciativa.

Un tiempo después, en Barcelona (y supongo que otras ciudades del Estado) una gurú anunció en algunos diarios de la ciudad que abrazaría a todos aquellos que quisieran visitarla en el lugar donde se había instalado. No tuve tiempo de ir, pero imagino que las personas que acudieron se sintieron casi como nuevas después de su largo y efusivo abrazo, como si la gurú les hubiera ayudado a salir de alguna oscuridad.

El libro de los abrazos, es el título de un breve y delicado texto escrito por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, donde este autor sintetiza sus sueños, memorias y celebraciones, como si quisiera incorporarnos a su mundo más amable, más abrazado..

Como recordarán algunos lectores, la periodista Mercedes Milà presentó, durante los primeros años ochenta del siglo pasado, el programa de televisión española Buenas Noches, que la promocionó dentro del mundo televisivo. Tengo el recuerdo de que en uno de estos programas entrevistó al entonces flamante alcalde de Barcelona Pasqual Maragall y que éste, con la media sonrisa que le distinguía, se lamentó de que los hombres y las mujeres nos tocásemos poco. Entonces ambos iniciaron una sesión de tocamientos que, sin duda, divirtió tanto a los espectadores del programa, como a ellos mismos y que eran como breves abrazos. «Toca, hombre, toca, lo que te provoca: arbol, seno, roca», decía un poema de Dámaso Alonso (cito de memoria), que hubiera podido recitar en aquella ocasión Pasqual Maragall. Y Mercedes Milà le hubiera podido responder con esos otros versos, tan poderosos, de la poetisa cubana Carilda Oliver: “Me desordeno, amor, me desordeno, cuando voy en tu boca, demorada, y casi sin por qué, casi por nada, te toco con la punta de mí seno”.

Ignoro si nuestros guardianes y guardianas del orden erótico-amoroso, incluyen, en su registro de besos y abrazos sospechosos, junto con los besos no explícitamente pedidos, también los abrazos, lúbricos o no, que repartían las chicas de la plaza del Ayuntamiento de Valencia, o aquellos otras, más intensos, que daba la gurú que predicaba el poder vivificador de un abrazo Tampoco sé si los tocamientos maragallianos han sido incorporados a ese registro. Me gustaría pensar que no, pero en estos tiempos tan exageradamente confusos, no podemos estar seguros de nada.

Una de las pinturas más justamente famosas del valenciano Joan Genovès es la representación de un gran abrazo colectivo, un llamamiento a la reconciliación y al mismo tiempo un homenaje a los abogados laboralistas asesinados por una guerrilla de ultraderecha a principios de la transición. Hoy esta pintura podría ser interpretada como una llamada a reconciliarnos con nuestros abrazos

Así como un beso cariñoso no es otra cosa, como dice Cyrano de Bergerac a su amada Rosaura en la magnífica obra de Ronsard, un secreto que confunde la oreja con la boca y una comunión que sabe a flor, un abrazo, amistoso o amoroso, esté o no acompañado de besos, puede llegar a provocar una gran confusión de cuerpos, por lo que ya no podemos saber quién abraza y quién es abrazado, ni quién de los dos da los besos al otro. Por eso algunos entendidos (el gurú ChuChú de Santa Cruz de La Palma, por ejemplo) suelen recomendar que los abrazos se den junto al corazón: pecho contra pecho, corazón a favor de otro corazón amigo.

Pido, por tanto y con carácter urgente, una amplia amnistía para todos los abrazos realizados con cariño o como manifestación de amistad, en los que no es necesario ningún consentimiento explícito (no naturalmente para los abrazos traicioneros o maliciosos). También pido con la misma urgencia la supresión del Registro de besos y abrazos inconsentidos y la reconversión de los guardianes y guardianas de este organismo en auxiliares y propiciadores de abrazos espontáneos, vayan o no acompañados de besos. ¡¡Amnistía para todos nuestros abrazos!!

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