Aznaridad…

El expresidente del gobierno español, José María Aznar, ha despertado como el de Monterroso y ha puesto el grito en el cielo por la presunta amnistía que el gobierno de Pedro Sánchez puede conceder a los relacionados con el procés, entre ellos, Carles Puigdemont, a cambio de su investidura. «Lo que está en marcha es una operación de desmantelamiento de la Constitución», dice. No es sólo la Constitución la que estaría en riesgo, añade, sino la propia continuidad de España como nación. Para frenar la afrenta, propone una rebelión nacional que luche contra la amnistía como luchó contra ETA, un nuevo Basta, ya. Mezclando churras con merinas.

Dice también el expresidente, que la medida de gracia significaría otorgar impunidad a quienes cometieron graves delitos, como sería la organización del referéndum del 1 de octubre. Lo dice él, un presidente que ostenta el récord de indultos concedidos en la España democrática. Durante el mandato de Aznar se concedieron 5.948 indultos. Entre ellos, diez a condenados por terrorismo pertenecientes a los GAL, 16 miembros de Terra Lliure e innumerables casos relacionados con la corrupción.

Cínico, como poco.

Todo ello me transporta a la póstuma crónica del reinado laico de Aznar, La aznaridad, escrita por el inmortal Manolo Vázquez Montalbán. En el libro, el sabio escritor describe ya el cinismo del personaje, así como sus deidades narcisistas. Un presidente al que le gusta resurgir de vez en cuando para contarnos qué está bien y qué no, aunque lo que explique entre en contradicción con lo que él hizo o dejó de hacer. Tampoco le frena comprometer no ya al presidente de gobierno de turno, sino al líder de su partido, en este caso, Alberto Núñez Feijóo. Fue Felipe González quien primero describió el síndrome del expresidente como el de los jarrones chinos, que se les calcula un gran valor, pero que no dejan de estorbar. Pues eso, Aznar -también González- es un jarrón chino que nunca deja de estorbar.

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