Laporta ensucia al Barça por ser rehén de su lealtad y protección a Luis Rubiales

El presidente ha impuesto silencio institucional sobre el caso, se ha inhibido de la asamblea alegando problemas de agenda y el Barça ha incumplido una vez más sus estatutos y el compromiso de luchar contra las actitudes machistas

Joan Laporta

La evolución del caso Jenni Hermoso, la jugadora campeona del mundo protagonista del beso de Luis Rubiales que ha dado la vuelta al mundo, ha convertido la destitución/dimisión del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) en una cuestión de Estado con el sello gubernamental de máxima urgencia. Una situación forzada también por la presión social que, además, ha puesto al descubierto la verdadera naturaleza de las frágiles actitudes individuales, colectivas e institucionales contra las acciones machistas, sexistas y de falta de igualad y no discriminación por razón de género en el mundo del fútbol.

El límite o las consecuencias del caso han desembocado en la renuncia de Rubiales al cargo que, de forma paradójica, se escenificará en la asamblea extraordinaria de la RFEF convocada por él mismo en principio con el propósito estratégico de obtener una ratificación unánime de las federaciones territoriales, así como la protección y el blindaje de su figura contra el amplio e imbatible frente político, social y mediático abierto que le iba arrinconando desde el domingo pasado, tras las victoria de la selección española en el Mundial femenino.

Joan Laporta en nombre propio y en representación del FC Barcelona ha mantenido, lamentablemente, una actitud tibia y más que dudosa desde ese mismo instante, un silencio inquietante, aunque inequívoco, a favor de intentar, por lo menos, no lastrar a su amigo Rubiales con el peso de un posicionamiento de tanta trascendencia como el del club azulgrana. Los días siguientes al estallido de este escándalo, Laporta ha tratado sistemáticamente de eludir el compromiso de enfrentarse a una situación que indudablemente forma parte esencial del catálogo de sus funciones y competencias como presidente del FC Barcelona y también, de forma obligada, como representante de un club miembro de la RFEF con voz y voto en la asamblea. La cobarde estrategia de Laporta fue, desde el primer momento, la de no asistir a la asamblea extraordinaria de este viernes alegando motivos de agenda.

Un gesto pusilánime que confirma la voluntad de Laporta de no mancharse las manos con la sangre de Luis Rubiales y hacerse el sordo ante la indignación y clamor popular encendido, entre otros, por las fuertísimas presiones y la contundente postura del gobierno central manifestada por el ministro de Cultura, Miquel Iceta, por las ministras más sensibilizadas por estos hechos, como Irene Montero y Yolanda Díaz, por el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, que ayer le dio un ultimátum (“Si el CSD no actúa lo hará el gobierno”, dijo) y el propio presidente del ejecutivo central, Pedro Sánchez, mayoritaria y decididamente partidario de que el Tribunal Administrativo del Deporte (TAD) adoptara la inhabilitación de Rubiales en respuesta a las demandas formales que se han ido acumulando contra el presidente de la Federación. Iceta, en concreto, le había exigido al Consejo Superior de Deportes (CSD) que actuase con todos sus recursos en contra de la que considera, por parte del presidente de la Federación, una actuación inaceptable.

Aunque habría sido propio y exigible de un club como el Barça mostrar previamente un criterio y postura definidos, la ambigüedad de Laporta, que responde a su empatía y excelente relación personal con Rubiales, ha dejado a los socios barcelonistas en otro ridículo e incómodo gesto de su institución ante la mirada del mundo. Los medios trataron de obtener una reacción oficial del club azulgrana en la horas siguientes y más tormentosas del suceso sin otro resultado que esa inhibición perturbadora y la confirmación de que Laporta se desmarcaba de su responsabilidad y de sus obligaciones como presidente del FC Barcelona, asumiendo una complicidad manifiesta a favor de su amiguete Rubiales.

Una vez más, se ha escondido. Esta es la única conclusión que revelan sus movimientos, o mejor dicho su absoluta inacción. Y es que Laporta tampoco tiene, como Rubiales, un talante ni un pasado alineado con la defensa de los derechos de la mujer. Como candidato, si se recuerda, se cachondeó del equipo femenino del Barça que a los pocos meses le regalaría la primera Champions como presidente. Por aquel entonces, ni sabía los nombres de las jugadoras ni tuvo otra reacción que la de frivolizar con sus identidades. No le preocupó, al contrario, evidenciar que el fútbol femenino no le importaba nada.

Fue también el candidato con menos mujeres en su directiva, solo una, la vicepresidenta institucional Elena Fort -otra que también se ha ocultado y ha aparcado su presunto activismo para no perder su silla directiva y sus privilegios- y el protagonista, durante la misma jornada electoral, de un incidente de carácter claramente machista y censurable. Un vídeo reveló que Laporta se había acercado demasiado a una socia a la que, tras tomarse un foto, le dijo: “¡Cuando tengas 18 años, llámame!”.

La polémica sobre ese episodio la avivó la propia Fort, justificando ante los medios ese exceso de proximidad porque la «niña», como la llamó Laporta, le había pedido un puesto de trabajo, extremo que la propia aficionada desmintió ante los medios a los pocos minutos, pues además de no ser menor de edad disponía de un puesto laboral estable. Fue igual de vergonzosa la patética defensa de la vicepresidenta como el propio gesto de Laporta, evitable y demostrativo de una actitud ciertamente sexista de acuerdo con los cánones actuales. Los medios no abundaron demasiado en el incidente a diferencia del caso más llamativo e internacionalmente famoso de Rubiales, a quien la FIFA también le ha abierto expediente con la finalidad de inhabilitarlo.

Pese a la insistencia de la prensa, tampoco no se ha verbalizado un posicionamiento de la junta azulgrana más allá de una frase oficial atribuida -presuntamente- a un portavoz autorizado aunque anónimo en el sentido de que la entidad barcelonista «espera y desea» que Rubiales «dé las explicaciones oportunas el viernes» sobre unas actuaciones que considera «impropias de su cargo». Una maniobra triste de distracción y una forma impresentable de ganar tiempo a la espera de que, con el paso de las horas, quizás amainase la tormenta y la polémica.

No ha sido así, dejando otra esquirla de esa cobardía laportista derivada de su obligada lealtad a Rubiales por los viejos tiempos en que, por estrategia e intereses coyunturales, le iba mejor jugar a su favor y en contra de Javier Tebas. Aun así, Laporta ha preferido nadar y guardar la ropa en un asunto que igualmente ha hecho naufragar a Rubiales y le habrá salpicado peligrosamente.

Ese mismo y destacado mutismo lo ha exhibido otro miembro destacado del clan de los ‘Rubiales’, Gerard Piqué, quien tampoco ha salido a dar la cara mediáticamente ni a favor ni en contra, seguramente por el respeto y el agradecimiento a causa de la figura con la que el exdefensa del Barça se ha hecho millonario como en esos cuentos de las mil y una noches de la Arabia más soñadora y repleta de tesoros. ¿Puede ser un cuento parecido al de la cueva de Alí Babá?

Todo apunta, si no hay un giro rápido por parte de la cúpula de presidencia, que le tocará otra vez a Xavi Hernández salir a dar la cara mañana antes del partido frente al Villarreal y condenar unos hechos que la totalidad del mundo del fútbol ha desaprobado enérgicamente. El Barça será de los últimos, si al final levanta el dedo, pese a que en el artículo 4 de sus estatutos sobre la funcionalidad del club sostiene que “el Club, en sus actuaciones, tanto de carácter público como privado, velará por la igualdad de derechos y la dignidad de todas las personas”, y que en el cumplimiento de este objetivo “promoverá los valores democráticos de la igualdad y la no discriminación y luchará por la erradicación de todas las actitudes machistas, homófobas y racistas en el ámbito social y deportivo”.

Esta vez, sin embargo, mal, vergonzosamente y con retraso.

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