La cuestión de los nacionalismos después de dos siglos

Parece que Marx y Engels, según El Manifiesto (1848) y los socialistas de principios del siglo XX, esperaban que los trabajadores se identificaran con su clase en lugar de su nación, y con el socialismo internacional en lugar de cualquier forma de ideología nacionalista. La realidad no ha sido así, la gran mayoría de trabajadores ni piensan así, ni su comportamiento político se ajusta a ese planteamiento. Una pregunta que mucha gente todavía se hace es cómo entender el atractivo de los nacionalismos, pues saben que capta incondicionales tanto en las derechas como en las izquierdas. Sabemos, eso sí, que los fundamentos de los «nacionalismos» son elementos emocionales más que racionales.

Actualmente, el concepto de nación-estado territorial es el modelo político estándar en todo el mundo, aunque algunos de los estados-nación más grandes de Europa (Alemania, Italia, UK, Polonia, España) estaban constituidos siglos atrás por reinos, ciudades estado subnacionales, principados o fragmentos territoriales bajo el control de imperios dinásticos. En este punto, es importante distinguir entre dos conceptos que a menudo se confunden: conciencia nacional y nacionalismo. La primera hace referencia al sentido que la gente puede tener de pertenecer a una nación concreta, la segunda son el conjunto de conclusiones políticas que pueden extraerse de ese sentimiento de pertenencia. Por ejemplo, en Escocia, durante buena parte del siglo XX, el apoyo a un estado escocés independiente fue insignificante; hoy es lo suficientemente alto como para hacer de la independencia escocesa una perspectiva realista en los próximos años. Esto no se debe a que haya habido un aumento repentino del número de personas que se consideraban escocesas. Durante muchos años, un sentimiento de Escocia convivió con el apoyo a la unión con Inglaterra. Lo que ha sucedido es que se ha desarrollado un movimiento político que ha persuadido a un número crítico de escoceses de que es necesario un Estado separado para avanzar en sus intereses. El hecho es que, a fecha de hoy, todavía tendrá que persuadir a mucha más gente si se quiere conseguir la independencia definitiva.

En el mundo moderno, si alguien se define a sí mismo como nacionalista en el sentido político, no significa simplemente que se identifique con una nación en particular. También significa que se identifica con el estado que gobierna la nación (caso de los planteamientos nacionalistas en España) o con la lucha por establecer un estado independiente como es el caso de los independentistas de Escocia o Cataluña. Al fin y al cabo, el debate se centra en el concepto de nación y si este concepto es un concepto histórico-natural o simplemente es un constructo final de la evolución política hasta la fecha. Se han escrito multitud de libros sobre el nacionalismo y el debate no está cerrado. Hay autores que fundamentan la teoría del nacionalismo en la necesidad de la sociedad industrial de una cultura de masas alfabetizada en la que la gente pudiera ser instruida. Otros destacan la trascendencia de una interacción (quizá en parte fortuita) entre un sistema de producción y relaciones productivas, una tecnología de comunicaciones y la diversidad lingüística humana.

No podemos reducir el atractivo popular del nacionalismo de los siglos XIX y XX a una cuestión de economía. Pero el desarrollo desigual y combinado del capitalismo en todo el mundo, sin duda alguna, dio un poderoso impulso a los movimientos por la independencia nacional. También ayudó a reproducir y agravar las diferencias nacionales y los antagonismos entre los pueblos o más directamente en los casos claros de opresión nacional, desde Palestina hasta el Sáhara Occidental, Cachemira y Xinjiang. Lo común en las escuelas «modernistas» que teorizan sobre el nacionalismo es la idea de que los estados nacionales no siempre han existido como forma de organizar las sociedades humanas. Si aceptamos esta premisa (cierta desde el punto de vista histórico), lo que podría concluirse es que los estados-nación tal y como los conocemos hoy en día, no siempre existirán en el futuro. Soy de los que piensa que tan peligroso es subestimar la fuerza de los nacionalismos, como quienes lo consideran un elemento eterno de la política de los humanos.

Esto todavía deja una cuestión importante para cualquiera que invoque el derecho a la autodeterminación. ¿Cómo decidimos qué unidad política debe ejercer ese derecho? Cuando hay comunidades nacionales superpuestas, una mayoría pronto puede convertirse en minoría, dependiendo de dónde se dibuje una línea en el mapa. No existe una respuesta directa a esta pregunta, que ha alimentado algunos de los conflictos modernos más insolubles. Y no puedo dejar de mencionar a quienes afirman (la actual alcaldesa de Ripoll por ejemplo) que la inmigración extinguirá una forma de vida nacional supuestamente atemporal.

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