Briviesca: la semilla del odio

Cuesta muy poco plantar una semilla. Después, es cuestión de regarla convenientemente y de esperar. El fruto puede no ser satisfactorio, pero si somos pacientes, lograremos nuestro propósito. Y la verdad es que esa semilla la podemos introducir en la tierra de manera subliminal, sin aspavientos, sin orgullo, con humildad. Hay muchas maneras de hacerlo. De hecho, el alcalde de Briviesca ha plantado la del odio en silencio, con argumentos variopintos, con una coartada que ya no se cree nadie. Es el precio que tiene que pagar por haber accedido al cargo con los votos de los concejales de Vox. Nada nuevo en el panorama municipal y autonómico de las últimas semanas.

Hay muchas Briviescas en España. Muchas más de las que nos imaginamos, y en donde se van sembrando señalamientos, censuras, prohibiciones, anulaciones, retirada de libros, de espectáculos, de películas, de banderas. La censura pura y dura. Y lo hacen ya sin vergüenza, a cara descubierta, con ese orgullo patrio de la banderita en la muñeca, cargándose cualquier atisbo de humanidad. La libertad convertida en un sálvese quien pueda en todos los ámbitos. Y la vuelta a los toros de los menores en Valencia, con una inyección de euros a ese espectáculo desmesurada, indecente, obscena.

Y a todo esto se añaden improperios, injurias, falsedades, mentiras en forma de declaraciones, de grandes lonas que dan miedo, que vomitan un odio que muchos no saben ver. Una banalización que alimentan muchos medios de comunicación, no sé demasiado bien con qué intenciones. Y leo en alguno de estos panfletos que no pasa nada, que cuando Vox llega a las instituciones, se modera. Y ponen de ejemplo a Meloni en Italia, donde no está pasando nada. Y tratan de hacernos creer que es así, que no pasa absolutamente nada, que son gente normal y corriente. Y ahí están Pablo Motos y Ana Rosa Quintana en ese papel de peleles, de vendidos al poder, con sus sueldos supermillonarios, hablando de sanchismo, riendo las gracias a monstruos machistas, xenófobos y homófobos.

Y no, no son para nada ingenuos. Forman parte del plan para cargarse todo lo edificado hasta ahora. Porque ese odio que corre por sus venas lo es a todos los que no pertenecen de esa estirpe de estómagos agradecidos y de sonrisas hipócritas. Es un odio al pobre que reclama atención, a los que se sienten diferentes y quieren exteriorizarlo, a los que los critican por su seguidismo, por su sectarismo. Y son capaces de inventar cualquier cosa para desviar la atención: el Falcon, la inmigración, Bildu, lo que sea para lavarnos el cerebro y que acabemos aplaudiendo a los que nos quieren arrebatar derechos que han costado mucho conseguir.

Y en la diana está la cultura. No toleran que Federico García Lorca siga vivo, más vivo que nunca; y que los muertos de esas cunetas reclamen dignidad a través de sus descendientes. No lo soportan. Y no van a parar. Ya no se esconden. Y me pregunto desde hace unos días qué daño puede hacer una obra de teatro que recuerda a un maestro fusilado que lo único que quería era lo mejor para sus alumnos. Les había prometido ver el mar. Un anhelo, una esperanza, que no pudo cumplir por culpa de unos milicianos falangistas que lo mataron como a Federico García Lorca.

Y me gustaría mirar cara a cara a José Solas, alcalde de Briviesca, y decirle lo equivocado que está, porque nadie está a salvo de ese fascismo rebautizado, edulcorado; una punta del iceberg acaramelada que esconde lo peor. Y le preguntaría hasta dónde está dispuesto a llegar, porque la soga que coarta las libertades también se la han puesto a él al cuello. Y apretarán y apretarán hasta arrasar con todo. Señor Solas, se empieza suspendiendo una obra de teatro y se acaba negando la violencia de género; se empieza bajando la cabeza y se acaba cerrando los ojos. Y cuando se cierran los ojos, ya no se ve nada. Eso ya pasó en Alemania. ¿Cuántas veces va a buscar excusas para salvar el culo a la extrema derecha? ¿Cuántas veces va a dejar pisotear su dignidad para mantenerse en el cargo? ¿De verdad que vale la pena tanta humillación? Sería genial que el fantasma del maestro republicano Antoni Benaiges se le apareciera todas las noches recordándole el desprecio al que usted le ha sometido. ¿Qué mal te he hecho, José? Yo solamente quería que vieran el mar.

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