Dejad que los niños se acerquen a mí

Parece que los deseos de reforma de la Iglesia católica planteados por Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, a lo largo de sus diez años de pontificado se desvanecen a medida que empeora su salud. Francisco fue elegido para suceder al conservador Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en quinta ronda, tras ser rechazados la mayoría de favoritos de una u otra corriente. A lo largo de estos años Francisco ha realizado declaraciones contra la exclusión de los homosexuales y abriendo la puerta al sacerdocio de las mujeres. Y mientras se desbordaban las denuncias por abusos sexuales perpetrados por sacerdotes en todo el mundo y la complicidad o silencio de los obispos, que a diferencia de sus antecesores Francisco no ha intentado tapar, se abrían esperanzas para revisar la obligación del celibato. Un voto de castidad impuesto por la Iglesia católica en el segundo Concilio de Trento, en el siglo XVI, para librarse de la carga de tener que mantener a la esposa e hijos de los sacerdotes y evitar que éstos pudieran heredar bienes de la Iglesia. En los primeros mil quinientos años de la existencia del cristianismo, los sacerdotes podían casarse, practicar sexo dentro del matrimonio y tener descendencia como pueden hacer por ejemplo los protestantes y los evangélicos.

No digo que la causa de la gran cantidad de abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia que salen ahora a la luz sea sólo resultado de la prohibición de los religiosos a tener relaciones sexuales y una vida de pareja, porque entre los casos de abusos en el ámbito escolar o del ocio que ahora se conocen están también profesores y entrenadores laicos, muchos de ellos casados. Como también están casados muchos tíos que abusan de sus sobrinos o sobrinas. En todos los casos son abusos que se hacen desde una posición de poder hacia alguien más joven que a pesar de que quizás no entiende qué está pasando, sufrirá las secuelas toda la vida, sobre todo si no rompe con el agresor que es castigado y apartado. Pero sin justificarlo, está claro que la prohibición de disfrutar libremente de la sexualidad, sea heterosexual, homosexual o bisexual, es una de las causas de la gran cantidad de abusos de religiosos hacia menores.

Hablo de esto porque yo fui alumno del Jesuitas de la calle Caspe de Barcelona, centro del que hace un mes y medio se hicieron públicas numerosas denuncias hacia diez curas, hermanos y también contra algún profesor seglar por abusos sexuales y tocamientos perpetrados desde los años setenta hasta hace poco. Y abierta la caja de Pandora se han conocido en la escuela que yo estudié, prácticas habituales de algunos sacerdotes sobre interrogatorios de confesionario morbosos con los que algunos religiosos se excitaban sexualmente. “¿Te tocas? ¿Y cómo es lo que sale? ¿Y qué gusto tiene?”. Repito que yo nunca sufrí ninguno de estos abusos ni interrogatorios morbosos, pero sí veía a algunos curas y hermanos morbosos y con mucha pluma, que a veces hacían comentarios que con ojos de adulto se podrían interpretar como lascivos y nada inocentes. Hasta el penúltimo año de mi bachillerato, hablo de mediados de los setenta, la escuela sólo tenía, chicos. Y las chicas empezaron a entrar en el año 1976. Y si bien uno de los denunciados cuando yo estudiaba allí era un cura carismático que practicaba yoga y era buen guía de montaña al que se le atribuyen numerosos abusos hacia chicas, otros curas y hermanos, en unos años en que todos los alumnos éramos del sexo masculino, se les acusa de ser agresores de niños y chicos.

La rotundidad de las denuncias me ha afectado porque uno de los que ahora se acusa de abusos, era amigo de mis padres y fue quien ofició los funerales por mi padre y mi madre. Recuerdo a este cura cómo vino a casa de mis padres, un par de días antes de morir de cáncer mi padre, sabiendo él que se moría y recuerdo cómo le decía a mi padre “pronto Nuestro Señor te abrazará”. Yo soy ateo, y me cuesta entender cómo personas que aparentaban tanta bondad tuvieran esa otra faceta propia de un depredador hacia menores, que actuaba protegido por un sentimiento de impunidad.

Repito que no estoy atenuando la gravedad de los abusos por el hecho de que estos religiosos no pudieran vivir una sexualidad normal en situación de igualdad y plena visibilidad. Pero si la Iglesia católica sigue negando el acceso a las mujeres al sacerdocio y prohibiendo el matrimonio esta lacra se perpetuará y bastantes sacerdotes continuarán ejerciendo de manera tóxica y depredadora lo que dice el Evangelio de Mateo de “dejad que los niños se acerquen a mí”.

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