Un mundo multipolar

El pasado 29 de mayo el presidente Pedro Sánchez adelantó la convocatoria de elecciones generales para el próximo mes de julio. En medio de esta vorágine política que ha sacudido a la sociedad española, son pocos los medios que han señalado las implicaciones que ello conllevará al desarrollo de la agenda comunitaria. Especialmente, si tenemos en cuenta el inicio de la presidencia española de la Unión Europea prevista para el próximo 1 de julio. La decisión tomada por Sánchez ha generado inquietud en el ámbito diplomático, un temor creciente de que puedan dinamitarse múltiples acuerdos en temas clave como el energético o el migratorio, en un contexto marcado por la invasión ucraniana.

Hoy, el presente europeo no es tan prometedor como podía parecer a mitades de los años 80, cuando España se integró en la Comunidad Económica Europea: La inflación y el riesgo de exclusión social de una quinta parte de la población comunitaria son la dura realidad de lo que parecía un sueño para muchos. La Unión Europea yace perpleja ante las hostilidades rusas en Ucrania y la rivalidad entre Pequín y Washington, poderes que desestabilizan el orden mundial. En esta misma encrucijada, encontramos el Grupo de los Siete (G7) que recientemente se reunió en Hiroshima para debatir asuntos de la actualidad política tan variados como la transición energética, el impacto de las nuevas tecnologías o el pulso con Moscú. Esta organización conformada por algunas de las economías más potentes del mundo ha ido perdiendo peso frente a un Grupo de los Veinte (G20) y unos BRICS (formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que sí han sabido adaptarse al nuevo escenario internacional. Y es que, si hace cincuenta años las potencias del G7 alcanzaban el 70% del PIB mundial, a fecha de 2023 apenas superan el 40%.

El fenómeno de la globalización ha conllevado la irrupción de países que hasta hace poco formaban parte de la periferia en la toma de decisiones. El poder se ha fragmentado, distribuyéndose a escala global y generando nuevos centros de influencia ajenos al monopolio de una única superpotencia.

En este escenario diferentes dinámicas se dan lugar en cada una de las áreas geopolíticas del globo: Rusia lucha contra la pérdida de influencia económica, política y militar en los territorios que limitan con el Mar Negro, en un intento por detener el despliegue de la OTAN en la región. Un hecho que explica las motivaciones detrás de las hostilidades frente a Ucrania o la invasión de Georgia del 2008, en el anhelo de Putin por reconstruir la grandeza soviética de antaño. Por otra parte, al este del continente asiático, la República Popular China prosigue su ambiciosa Nueva Ruta de la Seda, un proyecto comercial cuya máxima pretensión es la de interconectar al gigante asiático con África, Asia, Europa e Iberoamérica. Una alta inversión en infraestructuras marítimas y terrestres, con la que también ansían exportar la cultura china y consolidar las relaciones exteriores, desplazando el liderazgo estadounidense. Además de esta rivalidad con el estado norteamericano, véanse los constantes embargos comerciales, los últimos tiempos han recrudecido las relaciones con su vecino la India. Ambos países se encuentran sumidos en una carrera por hacerse con el dominio del océano índico por medio del denominado collar de perlas, constituido por múltiples puntos estratégicos chinos en Kenia, Mozambique o Pakistán, entre otros; o el collar de diamantes, conformado por el gobierno hindú como contrarréplica al ejecutivo de Xi Jinping.

El continente africano es un enclave vital para las pretensiones de distintas naciones como la china, la rusa (con presencia en el Sahel por medio del grupo Wagner) o la estadounidense. Pese a los ritmos de crecimiento demográfico previstos en la República Democrática del Congo, en Egipto, en Etiopía o en Nigeria, sigue sin perfilarse un poder político en la región capaz de influir en sus homólogos, al margen de las potencias extranjeras. En una mejor situación hallamos Latinoamérica, donde la llegada de Lula a la presidencia de Brasil perfila un fuerte liderazgo en el territorio, fomentado por las cercanías ideológicas de la denominada segunda marea rosa de líderes de izquierdas iberoamericanos.

Recientemente, Henry Kissinger ha concedido varias entrevistas con motivo de sus cien años de vida. Para muchos el recuerdo de este personaje resulta desagradable; sin embargo, saber de él despierta cierta añoranza ante el recuerdo de un mundo lejano, desvanecido ante la complejidad de la realidad existente.

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