«Estamos peor que con Bartomeu». La severa afirmación de Víctor Font, categórica, sobre la situación económica del Barça puede considerarse como la crítica de mayor calado y alcance vertida en los últimos tiempos por la oposición a Joan Laporta, si es que la actitud del excandidato puede considerarse como tal, a la vista de sus denodados esfuerzos por no serlo ni parecerlo.
El análisis de Víctor Font resulta incontestable con la información disponible al alcance de todos los barcelonistas. El club ha incrementado sustancialmente su deuda, también los gastos, e ingresa bastante menos que el último año de la pandemia. Además, ha visto mermados, por ventas sin sentido y desesperadas, sus activos y patrimonio, y ha consolidado unas pérdidas ordinarias superiores a los 200 millones de euros en cada uno de los tres ejercicios cerrados y firmados por la directiva de Joan Laporta.
Otra cosa es la credibilidad de Font y la capacidad de su caja de resonancia mediática bajo esa infantil estratégica suya de querer pasar inadvertido y permanecer lejos de la actualidad y del mundanal ruido. Una cuidada obsesión llevada al extremo, pues cuando por fin ha salido a dar la cara en representación de sus miles de votantes con un mensaje duro y aplastante contra la gestión de Laporta lo ha hecho, en el fondo, desde un plano, frío y distante, vacío de todo compromiso.
Sobre todo, lo ha hecho desde una extraña perspectiva, con un discurso tan descriptivo de una tragedia como ausente de una carga de denuncia y sin un plan de actuación, algo incomprensible cuando se refiere a una situación desesperada y tan abocada a un desastre social, deportivo, económico, financiero y patrimonial que amenaza, incluso, entre sus conclusiones con la posibilidad de «que no vuelva a haber elecciones». De hecho, consideró él mismo no presentarse siquiera a las siguientes en una reflexión que, más allá de considerarse preocupante para sus seguidores, no parece ser coherente con esa recurrente fórmula de salir una vez al año a tocar la trompeta y guardarla otra vez.
Ciertamente, el rol y las expectativas en torno a su figura son desconcertantes, pues no ha sido capaz de anticiparse y advertir al barcelonismo de los desmanes y peligros de la gestión de Laporta, especialmente de este último año, palancas incluidas, ni ha tratado de impedir el ruinoso plan de financiación con los inversores a tiempo de evitar lo inevitable.
Por descontado, tampoco ha propuesto una alternativa al permanente incumplimiento de los objetivos electorales, ni mucho menos al desacato del mandato asambleario sobre el Espai Barça.
La conclusión es que el barcelonismo no puede contar con Víctor Font para nada, menos para frenar la caída del club hacia un abismo cada vez más incierto y próximo.
Para lo único que ha servido esta puntual aparición de Víctor Font ha sido para que algunos socios se hayan preguntado si al final tendrá razón esa escuálida minoría, clandestina y perseguida, que desde hace tiempo niega por activa y por pasiva el relato oficial de la recuperación económica del Barça y, al contrario, incide en que Laporta lo ha conducido al inevitable camino de su desaparición y de su transformación en una propiedad verdaderamente en quiebra y en liquidación que no desaparecerá, como el Reus, porque los inversores se han asegurado, a través del Espai Barça, su rescate y control a través de la deuda.
Sigue pareciendo extraño que no se haya presentado en el juzgado una demanda de impugnación sobre lo que parece, según la documentación pública del acuerdo con el fondo de titulización, un flagrante incumplimiento respecto del mandato asambleario sobre la inversión en el Espai Barça, el límite de endeudamiento y el conjunto de la reforma y nueva obra patrimonial, amplia y detalladamente especificada en la propuesta aprobada por los socios en 2021.
Jaume Llopis, por ejemplo, se ha concentrado en practicar una restringida maniobra de acoso a la Comisión Económica Estratégica, parece que con la voluntad de convertirla en cómplice de la actuación de la junta, estratagema que no parece destinada a ningún fin práctico a efectos de frenar el acuerdo y evitar la catástrofe. Llopis y los suyos, un colectivo integrado por damnificados de ambos lados, del laportismo y del amplio pasado, caminan por ahora sin un líder con pretensiones de encarnar una oposición seria y con aspiraciones. No está en sus planes actuar frontalmente.
En la rueda de prensa de Víctor Font, sobre un formato extraño en el que cuatro periodistas lo flanqueaban en el estrado (El País, La Vanguardia, Sport y Catalunya Ràdio), mientras el resto de la prensa llenaba el gallinero, nadie fue capaz de preguntarle si cabía la impugnación o si, en todo caso, él estaba dispuesto a impulsarla como contramedida. No lo contempla, como tampoco la posibilidad de un voto de censura como sí activó en su momento contra Bartomeu además de estar varios años como opositor inclemente y pertinaz. Todo lo contrario de la sumisión e inhibición frente a una situación, ha admitido, mucho peor de la que combatió con todas sus armas y recursos contra Bartomeu.
¿No sería lógico que obrara de igual modo y e igual de responsablemente? Víctor Font sí dejó claro que no es momento para dar pasos que puedan alterar o desestabilizar el buen trabajo en el ámbito deportivo que, a su juicio, está realizando la junta con Jordi Cruyff, Salvador Alemany y, especialmente, Xavi. O sea, que sí le vale de excusa la Liga de Xavi y no los dobletes o las Ligas de Ernesto Valverde. Font aún dejó en el aire una sensación más inquietante cuando justificó su voluntad de lavarse las manos y volver a su retiro en base a que «no hay unidad en el entorno y así es muy difícil».
¿Para qué, entonces, salir darse un baño mediático? La respuesta es aún más decepcionante: para presumir de Xavi. ¿Y el Barça?
