Una oportunidad histórica y única

Cataluña es un triángulo: la figura geométrica que dibujan las líneas que unen nuestros vértices del Valle de Arán, el Cabo de Creus y el Delta del Ebro. Por eso, la revista que fundé hace más de 34 años y el diario que ahora lees lleva por título EL TRIANGLE, en referencia explícita a esta forma geográfica que identifica este territorio donde, en la actualidad, vivimos más de 8,1 millones de personas.

Tenemos unas condiciones naturales y medioambientales óptimas para desarrollar aquí una sociedad próspera, justa y con una gran calidad de vida: bosques, ríos, llanuras fértiles, litoral, un clima benigno y habitable. Tenemos unas infraestructuras de primera (AVE en todas las capitales, un potente aeropuerto internacional, dos puertos que son de los más importantes del Mediterráneo, autopistas gratuitas…) e inversiones en marcha para continuar modernizándolas, como la red de Cercanías y la gran estación intermodal de la Sagrera. Tenemos un denso y dinámico tejido empresarial -fundamentalmente, de pymes- que crea una alto empleo y está integrado en los mercados europeo y mundial.

Disfrutamos de un sistema de libertades y democracia, gracias a la Constitución española del 1978 y a la pertenencia a la Unión Europea. Tenemos instituciones propias de autogobierno y una amplísima autonomía, que incluye capítulos capitales del estado del bienestar, como la sanidad, la educación, la asistencia a la gente mayor… Aun así, Cataluña chirría y no acaba de ir bien: por ejemplo, nuestro PIB per cápita (32.550 euros) es el cuarto de España y está por debajo de la media europea (37.774 euros).

Cataluña no está bien gobernada. Desde 1980, el veneno del nacionalismo, inoculado por Jordi Pujol, ha intoxicado nuestro cuerpo social y económico, menguando nuestras extraordinarias potencialidades de crecimiento. El proceso independentista -culminación del proyecto pujolista- ha sido una catástrofe que nos ha hecho perder miserablemente los últimos 12 años.

Si nos sacamos de encima la épica supremacista impostada, Cataluña es una comunidad de 8,1 millones de vecinos, muchos de ellos de procedencias, colores y lenguas diferentes, con ganas de convivir en paz y prosperidad. A causa del desvarío procesista hemos perdido el norte y hemos dejado que se acumulen y nos bloqueen los problemas del día a día.

Gobernar de manera sensata, honesta e inteligente una comunidad de 8,1 millones de vecinos en un territorio de 32.108 kilómetros cuadrados no es una tarea titánica ni especialmente complicada. Pensemos que, en la actualidad, hay megalópolis gigantescas, como Cantón (45 millones de habitantes), Tokio (40 millones), Delhi (31 millones) o Shangai (30 millones), realmente complejas de gestionar. O países inmensos, como Rusia (17 millones de kilómetros cuadrados), Canadá (9,9 millones), China (9,5 millones) o los Estados Unidos (9,5 millones), con colosales dificultades de vertebración.

No es el caso de Cataluña, que, a pesar de las tentaciones del hiperdesarrollo, ha sabido mantener un crecimiento a escala humana. Ahora bien, arrastramos un retraso imperdonable en la implantación de las energías limpias y renovables para sustituir a las “cafeteras” atómicas de Ascó y Vandellòs. Llegamos tarde en la implementación de medidas para corregir los déficits hídricos de las cuencas interiores. Sufrimos una saturación de granjas de cerdos, que son un foco de grave contaminación de las aguas freáticas. Hay que regular el turismo para parar la especulativa burbuja inmobiliaria e incrementar sustancialmente el parque de vivienda pública de alquiler. Tenemos que hacer frente a la regresión del litoral, a causa del calentamiento del mar.

En cuanto a la educación, a la sanidad y a los servicios a la tercera edad, hay que hacer una apuesta decidida por el sector público, limitando y revirtiendo las privatizaciones que se han hecho. La fórmula es clara: quien quiera atención privada, que la pague de su bolsillo. Desgraciadamente, la Cataluña democrática ha estado gobernada, de manera casi ininterrumpida, por la derecha (CiU), que ha promovido y ha implantado una privatización masiva de los servicios públicos.

Después de la muerte del dictador Franco (1975), el retorno del presidente Josep Tarradellas (1977), la aprobación de la Constitución (1978) y del Estatuto de Autonomía (1979), se convocaron las primeras elecciones al Parlamento de Cataluña, fijadas para el 20 de marzo del 1980. Contra todo pronóstico, estas elecciones las ganó la coalición Convergència i Unió (CiU), liderada por el banquero Jordi Pujol, con 43 escaños, que cerró el paso a un previsible y anunciado triunfo de la izquierda.

El candidato socialista, Joan Reventós, que ya daba por sentada su victoria, se quedó con 33 escaños, y el PSC decidió pasar a la oposición. Se formó, por cosiguiente, un Gobierno de CiU con el apoyo de una “sopa”  de partidos: ERC, que obtuvo la presidencia del Parlamento, en la figura de Heribert Barrera; Centristas de Cataluña-UCD, la delegación local del partido del entonces presidente Adolfo Suárez; y el Partido Socialista Andaluz (PSA).

Los resultados de aquellas primeras elecciones de 1980 han determinado la historia de Cataluña de los últimos 44 años. La potentísima figura política de Jordi Pujol dejó una impronta que sobrevivió durante los siete años de los gobiernos tripartitos de Pasqual Maragall y José Montilla, y que ha llegado hasta hoy, a través del envite independentista, fase final de su proyecto nacionalista, inspirado en la creación del Estado sionista de Israel.

Este próximo domingo, 12 de mayo, tenemos una oportunidad histórica y única de volver a poner el reloj en 1980 y reiniciar el camino que nos señalaban Josep Tarradellas, Joan Reventós y Gregorio López Raimundo y que la sociedad catalana de aquel momento decidió no seguir. Esquerra Republicana, que habría podido decantar la formación de un gobierno tripartito de izquierdas, apoyó a Jordi Pujol. ¿Cómo habría sido la Generalitat presidida por Joan Reventós? ¿Cómo habría evolucionado Cataluña? ¿Dónde estaríamos hoy?

Esta larga hegemonía de la derecha ultranacionalista nos ha privado de tener un modelo socialdemócrata, que es lo que ha fomentado el bienestar de las sociedades europeas tras la hecatombe de la II Guerra Mundial. El pujolismo también nos trajo la lacra de la corrupción, que es la principal enemiga de la democracia y que ha provocado una profunda desmoralización de la sociedad catalana.

Este próximo domingo, 12 de mayo, tenemos una oportunidad histórica y única para revertir esta desgracia que nos ha condenado a penar en el desierto. La clave: votar a Salvador Illa, el candidato que nos conecta con la Cataluña que nos han hurtado durante 44 años y que, hasta ahora, no ha podido ser. La Cataluña responsable, bien organizada, ordenada, pragmática, creativa, plural, respetuosa, federal, europea y leal a sus compromisos que propugnaba el presidente Josep Tarradellas. Todo llega.

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