El mar es vida pero puede llegar a ser amenaza

El mar nos atrae, por muchas razones. Siempre cambiando de color y humor, siempre en movimiento; el sol se levanta desde sus aguas, hace todo el recorrido por el cielo, y acaba por hundirse en la hora mágica del ocaso. Ha sido la vía de comunicación y de comercio entre civilizaciones, sobre todo desde el momento en que aprendimos a aprovechar la fuerza del viento y a orientarnos en medio de la nada. Queda todavía mucho por descubrir de sus aguas y de sus fondos, dado que se resiste a ser explorado; probablemente tenemos más conocimiento del espacio que del mar. Es contradictorio: nos llamamos “Tierra” y somos más mar que tierra. Incluso algunas teorías sitúan el origen de la vida (y, por tanto, de la humanidad) en los océanos; al menos la composición del suero de nuestra sangre es muy parecida a la salinidad del agua marina.

Más allá de esta visión sentimental y algo poética del mar, nuestro comportamiento colectivo con él no ha sido demasiado bueno. Durante muchos años ha recibido toda la contaminación que generábamos, a través de ríos y cloacas; esta situación se ha revertido, por lo menos en Europa, a partir del saneamiento de las aguas. Y hace relativamente poco, todavía vertíamos al mar los residuos radiactivos. La explotación de sus recursos vivos ha sido y es feroz, reduciendo dramáticamente los stocks de algunas especies por culpa de una pesca con métodos insostenibles. Hemos explotado desmesuradamente los recursos petrolíferos enterrados bajo el lecho del mar y su transporte ha provocado a menudo accidentes, con un coste ecológico y económico muy grande (caso del Prestige). Sin olvidar que hasta hace poco pescábamos masivamente ballenas y otros cetáceos, especies evolutivamente tan cercanas a nosotros que cuesta entender nuestra voracidad sanguinaria.

Los océanos son sede de muchas actividades económicas, lo que pomposamente se tilda como “economía azul”, una maraña sin demasiado sentido, pero que lleva a afirmar al gobierno de la Generalitat que con un volumen de negocio de 25.170,7 millones de euros en 2019, nos situamos junto a las principales economías marítimas de Europa, una evidente exageración, fruto de artefactos funcionariales. Y actividades que vislumbramos en un horizonte cercano añaden nuevos riesgos a la conservación de los océanos, como es el caso de determinados despliegues que se pretenden hacer de energías renovables marinas, especialmente las eólicas, y también la búsqueda de uranio en el subsuelo marino, una vez agotados los yacimientos terrestres.

Ahora que celebramos el “Día del Medio Ambiente” les invito a reflexionar brevemente en relación con el valor de los mares y océanos, más allá de los aspectos emocionales y económicos. Si reconocemos, como es debido, que el cambio climático es la principal amenaza a nuestro modelo actual de civilización, el océano es el principal elemento de temperamento por su papel de sumidero del CO2, tanto por la función puramente química del equilibrio de sus sales como por la contribución de sus organismos (fitoplancton pero también las comunidades de fanerógamas marinas, tan amenazadas). A su vez, si se cumplen los peores escenarios del cambio climático, las principales amenazas tendrán un origen marino: el incremento del nivel del mar que erosionará definitivamente las playas, destruirá los bienes inmuebles en primera línea de mar, hará inservibles algunas infraestructuras (como los puertos) además de fenómenos extremos originados por una bomba de energía como el calentamiento del agua mar.

Es decir, los océanos son un elemento fundamental de la emergencia climática: hasta un determinado nivel de cambio, ayudan a amortiguar sus efectos; superado el umbral de equilibrio, se convierten en el principal factor de impacto.

Ante este papel ambivalente, ¿qué hacer? En primer lugar, dar cumplimiento cuanto antes el compromiso adquirido de protección del 30% del espacio marítimo. Después, una regulación estricta de las actividades que se realizan en el mar, como la pesca y la navegación, para evitar que sean destructoras de la biodiversidad. También cumplir el artículo 4 de la Ley de Protección del Medio Marino para “un aprovechamiento sostenible de los bienes y servicios marinos para las actuales y futuras generaciones”. Y, sobre todo, aplicar el principio de precaución frente a nuevas actividades en el mar: no actuar hasta que la ciencia determine si es o no compatible.

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