Por un pacto de estabilidad entre PSC y ERC

Cataluña, históricamente, siempre ha avanzado de arriba abajo, del Pirineo al litoral. Por esto, es muy interesante analizar los resultados de estas elecciones municipales en las comarcas del Alt Pirineu y del Aran, aunque demográficamente sean muy minoritarias.

En las capitales de estos territorios de alta montaña se ha producido un cambio muy impactante: en Vielha, Tremp, Sort, la Seu d’Urgell y Puigcerdá han ganado claramente las candidaturas progresistas, asociadas al PSC o a ERC. El viejo caciquismo convergente, que aquí ha mantenido durante décadas una importante hegemonía, se ha derrumbado.

Después de este 28-M, Oriol Junqueras tiene que asumir una lección fundamental: PSC y ERC no son antitéticos, son complementarios. Por su idiosincrasia, los socialistas tienen su principal arraigo en las grandes ciudades, mientras que ERC ha conseguido, con un gran mérito, consolidar su electorado en los pueblos y las ciudades de comarcas, antes pujolistas.

Para prosperar y llegar a ser el país ejemplar que todos queremos, Cataluña necesita estabilidad y grandes pactos. Y, después de este 28-M, el primer gran pacto que hay que suscribir y extender es el de socialistas y republicanos, apoyándose mutuamente allá donde sea necesario para poder sumar mayorías de gobierno.

Cataluña es mar y montaña, dos realidades geográficas que explican nuestra especial manera de ser. “Casar” el mar con la montaña es la fórmula para encarar, con una gobernanza fuerte, los desafíos del siglo XXI y, en especial, para detener el avance de la extrema derecha identitaria (sea española o catalana).

Más allá de las lecturas interesadas de los resultados de este 28-M, hay dos constataciones contundentes: en el conjunto de Cataluña, el PSC ha ganado en número de votos y ERC es el partido que obtiene el mayor número de concejales. A partir de esta fortaleza, parece lógico que ERC apoye a Jaume Collboni en la alcaldía de Barcelona y que Salvador Illa garantice en el Parlamento la estabilidad del gobierno de Pere Aragonès.

La estrepitosa derrota del PSOE y de sus aliados de Sumar, Podemos, Compromís…. en el conjunto de España da todavía más valor a la situación política que tenemos en Cataluña. La pérdida, a manos del PP-Vox, de los gobiernos progresistas de la Comunidad Valenciana, de las Baleares y de Aragón es especialmente dolorosa, por las conexiones históricas y culturales que mantenemos de hace siglos.

Por eso, y en la perspectiva de las elecciones generales del próximo 23 de julio, PSC y ERC tienen que emitir a la sociedad catalana un inequívoco signo de entendimiento, en el Parlamento, en los ayuntamientos y en las diputaciones, que dé solidez institucional y confianza en el futuro.

Ada Colau, kaputt

Llegó a la política prometiendo, entre otras medidas regeneracionistas, que solo estaría un máximo de ocho años en la alcaldía. Pero Ada Colau rompió la palabra dada y se ha postulado para un tercer mandato, intentando mantener la vara cuatro años más.

Por esta, y por muchísimas otras razones, la lideresa de los comunes ha perdido la alcaldía de Barcelona, quedando en tercera posición, por detrás de Xavier Trias y de Jaume Collboni. Habrá que ver cómo se desarrolla y cómo se concreta la dinámica de los pactos postelectorales, pero este 28-M ha quedado constatado que Ada Colau, del mismo modo que concita adhesiones acérrimas entre sus partidarios, también polariza un rechazo mayoritario entre la población de la capital de Cataluña y esto la imposibilita de gobernar.

Los comunes, en especial durante este segundo mandato, han actuado de una manera sectaria y autoritaria, aplicando el patético principio de “estás conmigo o contra mí”. Esta actitud paranoica ha perjudicado gravemente a los barceloneses y se ha hecho notar, también, en las relaciones del Ayuntamiento con los medios de comunicación, entre los que EL TRIANGLE formaba parte de su particular “lista negra”. Ellos sabrán.

Del mismo modo que el “procesismo” ha hecho perder diez años a Cataluña, el “colauismo” -en resumidas cuentas- también ha significado una sangrienta pérdida de ocho años en la historia milenaria de Barcelona. Ada Colau fue escogida en 2015 como símbolo de esperanza para combatir las desigualdades sociales y se va, ocho años después, habiendo provocado una profunda decepción en la inmensa mayoría de la ciudadanía y una herida imperdonable en el legado del urbanista masón Ildefonso Cerdà, el padre del Eixample.

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