Laporta ya no es alérgico al dinero de Catar y firma con Baladi Express

"Cal escollir entre Qatar i corruptes o entre Unicef i nets", deia el 2015 el president que també s'ha carregat Unicef i ara 'defensa’ els treballadors turcs de Limak

Joan Laporta, amb Mohammed bin Abdullah Al-Attiyah

La actitud comediante de Joan Laporta y su entorno, de rechazo hacia el mundo árabe en general y de permanente reivindicación moralista de los derechos fundamentales, sobre todo en Catar, ha dejado de ser esa pose cínica, oportunista e hipócrita, fabricada exclusivamente para fomentar campañas críticas y de erosión mediática contra el acuerdo firmado en su día por la directiva de Sandro Rosell con el gobierno de Catar, un patrocinio que supuso, en aquel momento, uno de los mejores contratos por una camiseta de un equipo de fútbol.

Esa especie de alergia o de fobia propagandística del laportismo se ha acabado para siempre con el acuerdo cerrado recientemente entre el Barça y Baladi Express, proveedor catarí de comercio electrónico del jeque Mohammed Bin Abdullah Al-Attiyah, desde ahora nuevo partner del FC Barcelona. El anuncio y la foto del acuerdo sólo han generado una reacción aparentemente de ofensa y de malestar agudo por parte de una amiga personal del presidente, Pilar Rahola, que no es socia del Barça, pero que nunca ha dejado de atacar cruelmente a Rosell, junta y sucesores en público por haberle abierto la puerta a Catar. Rahola es una reconocida y complaciente activista a favor del lobby judío catalán.

En su guerra particular y posicionamiento en el conflicto de Israel con Palestina y los países árabes, sin embargo, Pilar Rahola nunca se opuso abiertamente ni se atrevió a levantar la voz cuando Laporta se hizo millonario a base de llevar jugadores del Barça a Uzbekistán, donde los derechos humanos son pisoteados a base de sangrientas y autoritarias represiones, ni en los fracasados intentos de Laporta por hacer, como Rosell, amigos ricos y generosos en Oriente Medio, algo que nunca consiguió pese a sus no pocos esfuerzos. Laporta mostró entonces la acentuada incapacidad para la gestión que también había frustrado tiempo atrás la venta de la camiseta del Barça de 2005 a una sociedad estatal bajo el control del partido comunista de China, país que tampoco sería el paradigma de la democracia mundial. Finalmente, Rahola tampoco se ha atrevido a afearle a Jaume Roures, cuyas productoras la han contratado regularmente para los programas de mayor audiencia, sus negocios audiovisuales con Catar desde hace años, lo mismo que nunca ha levantado la voz contra Guardiola y Xavi, ambos embajadores del país organizador del último Mundial de fútbol.

«¿Et tu, Brutus? Tú también, @JoanLaportaFCB ¿No habíamos quedado que había que preservar los valores del @FCBarcelona? Entonces, ¿qué hacéis vendiéndonos por los dólares cataríes, una dictadura que no respeta ningún derecho fundamental? Muy mal», ha reñido así, tibiamente, Pilar Rahola, en un tuit, al presidente azulgrana.

Tiempo atrás, es verdad, Laporta lo tenía bastante claro. «Hay que escoger entre Catar y corruptos o entre Unicef y limpios», decía como estrategia electoral en 2015 cuando pretendía interrumpir el incipiente mandato de Josep Maria Bartomeu, que no hacía ni un año que había asumido la presidencia tras la dimisión de Sandro Rosell.

Una vez ha recuperado la presidencia, sin embargo, Laporta ha echado a Unicef de la camiseta, porque mantenerlo exigía un esfuerzo económico que no estaba dispuesto a hacer la directiva actual ni tampoco la Fundación Barça, y ha aceptado que el dinero de Catar es tan buen como el del resto, sobre todo en las actuales circunstancias. Se ha vuelto tan abierto de miras que las condiciones de trabajo de los obreros de Limak en Turquía las quiere replicar en el Spotify Camp Nou para dar ejemplo a Europa de integración y migración laboral.

Laporta le ha hecho ningún feo al dinero procedente de Arabia Saudí, vía Supercopa de España, ni al amistoso en memoria de Maradona, igual que aceptó pagar la cláusula de liberación de Xavi Hernández al club catarí al que estaba vinculado para que pudiera aterrizar el banquillo del Camp Nou. Y, al final, incluso viajó a Catar para asistir a la final del Mundial pese al paripé inicial de su aparente boicot y rechazo. O sea que Laporta, visto desde su propia óptica, militaría ahora en el bando de los barcelonistas corruptos y sucios.

El relato de este cuento árabe del entorno laportista siempre fue sombrío, acusatorio y repulsivo sobre la etapa de Qatar Foundation y Qatar Airways en la camiseta del Barça, astutamente planteado como una jugada de Sandro Rosell, de Josep Maria Bartomeu y de Javier Faus que tenía como único objetivo utilizar el Barça para sus intereses particulares a cambio de dinero para el club, de favorecer sus negocios y de paso blanquear los pecados sociales y esclavistas del régimen catarí. Una apuesta mediática de éxito que ha acabado imponiéndose en el barcelonismo, también gracias a la prensa catalana, dispuesta a comprar la versión de Laporta contra la cruda realidad y la auténtica razón de ese contrato con Catar. Debido a la desastrosa situación económica que dejó Laporta en 2010, la nueva junta de Rosell pidió un crédito sindicado de 150 millones que se devolvió con el dinero del contrato de la camiseta.

No hubiera hecho falta, en cualquier otro caso de buena gestión, recurrir a ese activo del club tan largamente preservado por las juntas anteriores, si bien fue el propio Joan Laporta quien pidió autorización en la asamblea del Barça en 2003 para negociar su comercialización y aprobar un aumento del precio de los abonos de una media del 40%. Igualmente, el contrato debió ratificarse por la asamblea de socios, que lo hizo mayoritariamente.

La que se ha sumido en un silencio esperpéntico y tortuoso es la vicepresidenta Elena Fort, que lleva años maldiciendo a Rosell y Bartomeu por el acuerdo de Catar con una colección de tuits recopilados anónimamente por alguien que los hace circular en las redes. Una vez leídos y atendiendo la firme postura moralista de Elena Fort, a quien no le tembló el pulso anunciando el precio de los escandalosos abonos de Montjuic, si fuera coherente y realmente no estuviera en el Barça por sus propios intereses, sino por los del club, dimitiría sin pestañear. Pero eso no pasará.

«Absolutamente indecente», como diría Pilar Rahola.

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