El fin del mundo

Últimamente aparecen con frecuencia noticias que anuncian un fin del mundo relativamente cercano. En algunos casos las causas nos son totalmente ajenas e incontrolables: que si un gran meteoro o una gigantesca erupción volcánica que acabará con la vida a causa de las partículas que cubrirán la atmosfera; que si una gran estrella “engullirá” la Tierra como parece que ya ha sucedido con algún otro planeta; que si una alineación especial del cosmos, como ya predijeron por lo que parece los astrónomos mayas…

En otros casos, los profetas hacen responsables del final a factores totalmente humanos, como pueda ser una guerra a escala mundial, el descontrol de la inteligencia artificial e incluso los cambios catastróficos provocados por un nuevo clima. Y si en la primera familia de causas liquidadoras del planeta, la humanidad no puede hacer otra cosa que aceptar un destino, no deja de ser preocupante que el origen de nuestro fin esté en nosotros mismos.

De inteligencia artificial no conozco prácticamente nada pero que unas máquinas se escapen de nuestro control y sean capaces de generar un caos parece el argumento de una novela de ciencia ficción. Pero hemos creado una civilización PC-dependiente: sin informática ni los aviones volarían, ni los coches circularían, nos costaría encontrar el camino para llegar a un destino y, muy probablemente, seríamos incapaces de divertirnos. Vivimos pegados a las pantallas, que nos aíslan de forma creciente y a las que suministramos constantemente información personal: nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestras relaciones con los bancos, nuestro acceso a las noticias, nuestras opiniones, nuestros conocimientos, nuestro compromiso político… Estamos instalados en un mundo digital, cada vez más virtual. Que pueda llegar un día que las máquinas organicen una rebelión de esclavos, estilo Espartaco, nos sitúa en un riesgo impensable hace tan solo 50 años.

Hay un vidente inglés, llamado Hamilton-Parker, que es una especie de Nostradamus moderno ya que se afirma que predijo la pandemia de coronavirus y el fallecimiento de la última reina de Gran Bretaña. Pues bien, este señor anuncia ahora una tercera guerra mundial, apocalíptica, muy cercana, a causa de un incidente bélico en Taiwan o en Ucrania.  La extraña guerra de Ucrania parece que ya forma parte de nuestra cotidianeidad; no parece que haya nadie interesado en ponerle fin de verdad. Mientras, es una excusa para la creación de mayor tensión entre países: más afiliaciones a la OTAN,  mayores presupuestos en defensa en todos los estados (cuando la guerra no forma parte de los ODS de la Agenda 2030)  y una carrera para facilitar armamento a una de las partes (la agredida) ya que la otra (Putin) parece que se basta a sí mismo. Estamos actuando de un modo inconsciente al coquetear con encender la mecha de conflictos, que pueden descontrolarse en cualquier momento.  La paz es una condición necesaria para que haya justicia; una y otra están cada vez más lejos. Todo euro destinado a las armas es un euro menos para la educación, la sanidad o las pensiones; así de crudo.

Por último, el cambio climático es otra amenaza cierta, quizás no para liquidar la vida en la Tierra pero sí para provocar que ésta sea muy distinta. No es la primera vez que el clima cambia en nuestro planeta pero es la vez que lo hecho más rápido (un calentamiento de 1,5ºC en la temperatura media desde la época preindustrial y un incremento de 100 ppm de CO2 en la atmósfera en 60 años).  Además, la  gran mayoría de científicos están de acuerdo que la humanidad ha provocado este cambio a causa del uso masivo de los combustibles fósiles.  Velocidad elevada y responsabilidad humana son las características de un cambio climático que empezamos a experimentar: olas de calor frecuentes y prolongadas, sequías contumaces, fenómenos meteorológicos extremos, alteración de las estaciones, etc. Dudar de la existencia de un cambio y menospreciar las posibles causas por parte de algunos, solo es comparable a afirmar que la Tierra es plana cuando todo demuestra lo contrario.

Somos una sociedad doblemente dopada: PC-dependiente y CO2-dependiente. En estos dos fenómenos, a diferencia de los cataclismos planetarios que pueden acabar con la humanidad, todavía está en nuestras manos revertir la situación. Solo faltan políticos valientes y sociedades comprometidas.

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