Histórica visita de Lula a la península Ibérica

Brasil, con 215 millones de habitantes, es el país más importante de Latinoamérica y ejerce el indiscutible liderazgo económico de la región. Su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, es, a su vez, un referente político mundial: por su origen humilde, por su lucha como sindicalista y por los valores humanitarios y progresistas que encarna.

Tras ganar las elecciones contra Jair Bolsonaro –el representante del populismo trumpista en Brasil– y superar un intento de golpe de estado fascista, Lula da Silva está estos días de viaje oficial en Portugal y en España. Se trata de una visita cargada de un enorme simbolismo y una potente dimensión geopolítica y geoeconómica.

En el planeta hay más de 800 millones de personas que hablamos y nos entendemos en una de las tres grandes lenguas de la Península Ibérica (castellano, portugués y catalán/valenciano). Se trata de tres lenguas de raíz latina y con un altísimo grado de intercomprensión.

Nada que ver con la difícil coexistencia del francés y el flamenco en Bélgica, que proceden de familias lingüísticas distintas. O del inglés y del gaélico en Irlanda. O del inglés y de las hablas algonquinas en Estados Unidos.

Luiz Inácio Lula da Silva ha venido con un mensaje muy claro: Portugal y España son «las puertas naturales» de entrada de Brasil a Europa. Y con el reconocimiento explícito de que la península Ibérica es la cabeza de puente privilegiada en las relaciones entre la Unión Europea y su equivalente latinoamericano, el Mercosur.

La iberofonía –concepto que reúne las áreas territoriales donde se emplean mayoritariamente las lenguas ibéricas– está extendida por Europa, América, África y Asia, creando unos vínculos de complicidad y de cooperación muy interesantes que superan la peligrosa dinámica frentista de bloques que domina las relaciones internacionales.

Hay un nuevo mundo en paz, justicia y sin desigualdades que se está abriendo paso y los tres mandatarios que se reúnen estos días –Lula da Silva, António Costa y Pedro Sánchez– son un exponente de esa esperanza permanente en la fraternidad humana que es necesario defender y expandir.

Los 30 países de la iberofonía venimos de un pasado desastroso y convulso, muchas veces violento y trágico. De hecho, como el de casi la totalidad de los 193 estados que formamos parte de la ONU. No se trata de olvidar, pero tampoco de pasarnos la vida autoflagelándonos. Somos los que somos y tenemos lo que tenemos. Es a partir de la aceptación del principio de realidad que podemos soñar con la construcción de un mundo mejor, y el ámbito de la iberofonía es, aquí y ahora, un marco de oportunidades para construir un futuro próspero.

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