Laporta se desmarca de la defensa de Rosell, Bartomeu y el Barça en el caso Negreira

Antes que jugar con sus 'enemigos' en el mismo equipo, prefiere enfrentarse a Tebas, el CSD, la RFEF y la UEFA, como si por el interés supremo de la Superliga de Florentino buscase una ruptura del status quo

Laporta amb Bartomeu

Suponiendo que Joan Laporta tenga alguna estrategia corporativa sobre cómo afrontar el caso Negreira, la cuestión de fondo que ya aparece clara y definida es que se trata de otro juego de los suyos, confuso, intuitivo, improvisado y caprichoso, en el aparenta defender al Barça, aunque con la frialdad y la distancia de quien, por las circunstancias, se ve obligado a incluir en ese pack a Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, dos expresidentes con los que históricamente ha mantenido relaciones tensas, enfrentadas y, en determinados momentos, agriamente polémicas. En el caso de Bartomeu, además, con un dosier de acusaciones presuntamente penales enviado a la Fiscalía después de radiografiar las cuentas con dos auditorías, una due dilligence y un forensic, además del ojo infalible del amiguete del presidente, el compliance officer, Sergi Atienza, sin detectar esos pagos a José María Enríquez Negreira que Laporta decidió instaurar en 2005. Cuando menos, curioso.

No existe en el diccionario una única palabra, ni tampoco varias, para definir cómo se instrumentaliza en la realidad esta protección de la institución azulgrana de la amenaza de condena por una serie de posibles delitos que, en la vía penal, sólo puede afectar a dos de los presidentes implicados, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, debido a que Joan Laporta, que formalizó las retribuciones a Enríquez Negreira a partir de 2005, fijando una remuneración superior al medio millón de euros, queda fuera del alcance de la Fiscalía y de la jueza de Instrucción por la prescripción de dichos presuntos delitos.

Dicho de otro modo, más directo: los únicos posibles condenados por los tribunales en la vía penal son el propio FC Barcelona como figura jurídica, los expresidentes Rosell y Bartomeu, y dos ejecutivos de Bartomeu, Òscar Grau y Albert Soler.

En ningún caso Joan Laporta ni nadie de la junta actual. Por eso Laporta ha decidido esconderse desde el primer momento, pues le revuelve el estómago abanderar la eventualidad defensa de la institución si eso se puede confundir, relacionar o abarcar la de Rosell, Bartomeu y el resto.

No le importa, en definitiva, que el Barça acabe sufriendo las consecuencias de un proceso judicial que, según sus cálculos y el de los especialistas, no serían ni mucho menos irreversibles ni insuperables a la luz de unos indicios que difícilmente pueden conducir a demostrar que el FC Barcelona influyó en la competición mediante los pagos a Enríquez Negreira. El caso extremo de condenar al club al cese de la actividad o la disolución parece imposible y muy alejado de una posible multa en el hipotético caso de una condena que no se acumularía a la del delito fiscal admitido como resolución del caso Neymar, pues a causa de su carácter leve ya no figura como un antecedente penal que pudiera ampliar las consecuencias de una sentencia condenatoria.

La situación tiene algo de comedia loca, aunque nada romántica, eso sí que no, y de broma macabra, pues el presidente que se irá de rositas, Laporta, además de estar en el verdadero origen del caso, ha de evitar y replicar las acusaciones al club y, por derivación, las que implican a esos dos sucesores de su primer mandato que, con el paso del tiempo, se han convertido también en antecesores.

El ciclo parece diabólico y obra de un guionista perverso, situando en el eje de la defensa del Barça, indisociable de la de Rosell y de Bartomeu, a un presidente como Laporta que ha basado su regreso al palco del Camp Nou en la demonización sistemática del pasado, de la desastrosa, incalificable y pérfida gestión de ambos expresidentes a los que ha descuartizado pública y reiteradamente antes de que, por culpa del caso Negreira, le toque repetir una y otra vez que el club no ha cometido ningún delito ni ha comprado a ningún árbitro.

Laporta se siente más cómodo eludiendo la responsabilidad de dar las explicaciones oportunas y pertinentes, y buscándose nuevos enemigos como el CSD, LaLiga, el Real Madrid, la RFEF y la UEFA, circunstancia que le permite aparecer como la víctima de una gran conspiración mundial en contra de su gestión, provocada por haber devuelto al Barça a la primera línea del fútbol mundial y tener al Real Madrid a tiro en la Liga.

Es su cuento, creíble o no, que viene utilizando para no afrontar los hechos con la veracidad y la autocrítica necesarias, huir del lío en que él mismo se metió el primer día, admitiendo esos pagos como algo normal y extendido entre el resto de los clubs, y no haber de decir alto y claro que si el Barça es inocente de todo lo que se le acusa también lo son Rosell y Bartomeu.

No lo hará nunca, ni siquiera en las puertas de ese infierno que se va acercando y que, en todo caso, alcanzado un estadio de verdadera desesperación, le empujaría más a inclinarse por acusar a Rosell y Bartomeu de las posibles consecuencias antes que alinearse con ellos, con el Barça en definitiva, en un frente unitario y decidido frente a las posibles consecuencias del caso.

La inacción y la pasividad de Laporta, que intenta disimular con los aspavientos contra Tebas y las querellas a periodistas, son la causa de que, fuera de Catalunya, el Barça parezca cada vez más culpable y que la propia UEFA se vea casi en la obligación de intervenir con un castigo ejemplar. Laporta da la sensación de estar permanentemente desafiando y retando a la UEFA a que se atreva a tocarle un pelo.

No ha ayudado, todo lo contrario, la fanfarronada de Laporta consistente en amenazar a Aleksander Ceferin con una demanda millonaria contra el organismo que preside por daños y perjuicios, sobre unos 100 millones, en el caso de excluir al Barça de la Champions una temporada. Posiblemente, haya condenado al club a su definitiva ruina con una provocación que más tiene de bravuconada y de patético heroísmo que de base legal y de auténticas posibilidades, pues como club asociado acepta someterse a las reglas y normativa propias de una asociación privada.

Puede que, finalmente, a Laporta lo haya enviado Florentino Pérez a forzar una ruptura con la UEFA que remueva la conciencia -o sea la tesorería- de los clubs que dieron un paso atrás cuando el invento de la Superliga se topó con la reacción popular de los clubs de la Premier y hasta de los gobiernos de la Unión Europea.

Laporta, en definitiva, tiene más claro a quien no quiere en su equipo, Rosell, Bartomeu e incluso la defensa de la propia institución, que contra quién quiere ir y con qué armas. Peligrosísimo.

(Visited 206 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

NOTÍCIES RELACIONADES

avui destaquem

Deja un comentario