La telonera de Puigdemont

Asegura el abogado Gonzalo Boye que su defendido, el expresidente Carles Puigdemont, volverá a Catalunya antes de que acabe el año. Suena a profecía bíblica… Lo verbalizó el día siguiente de que la eurodiputada y exconsellera Clara Ponsatí volviera a Catalunya sin encomendarse a Dios ni al diablo, ni al juez Pablo Llarena -que para unos es Dios y para otros el diablo-, que, desairado, la hizo apresar por los Mossos, y tras declarar la dejó en libertad con cargos, y el encargo de comparecer el 24 de abril, lo que, como buena desobediente -de eso se le acusa-, ya ha dicho que no haría.

Volviendo a la profecía, Boye no descarta que Puigdemont sea también detenido en su regreso, pero asegura que «no tiene miedo». No hay fecha, sólo se sabe, según la palabra del picapleitos, que será “más pronto que tarde” y antes de que acabe el año. Sin embargo, no es la primera vez que se anuncia el regreso de Puigdemont, y brilla por su ausencia. Sin embargo, lo cierto es que alguna vez será la vencida.

La fugaz visita de Ponsatí, y toda la performance generada a su alrededor, se asemeja mucho a lo que en términos bélicos se llama avanzada, que viene a ser la partida de soldados que va delante del grueso del ejército. Dicho de forma más sosegada y musical, Ponsatí ha hecho de telonera de Puigdemont. La eurodiputada se juega menos que el expresidente tras las rebajas pactas entre el gobierno español y ERC, ella está acusada de desobediencia, delito del que no se derivan penas de prisión P; a Puigdemont, en cambio, se le acusa también de malversación, y ese delito sí comporta penas de cárcel. Entonces, saber cuánto de inmune es la credencial europea para la justicia española se convierte en capital para el expresidente, como también lo es la reacción de las instituciones europeas a la detención de su telonera.

Me gusta recordar que Ponsatí, verso suelto de Junts, es la que aseguró que el independentismo iba «de farol» en otoño del 2017. Fue una de las primeras veces en la que una implicada en los hechos del referéndum y la declaración del 27-O reconocía que el pulso con el Estado no estaba pensado para ser llevado hasta el final.

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